Hijo de un productor agropecuario de la zona de Guaminí, de chico le tocó vivir alternando entre el campo y la ciudad de Buenos Aires. Ese “ir y venir” le hizo experimentar en carne propia las profundas desigualdades territoriales de la Argentina
Empezó a estudiar agronomía. Pero rápidamente se dio cuenta, Marcelo Sili, de que los problemas que le interesaban no eran de orden productivo, sino de carácter social, económico y territorial. Por eso cambió a geografía en la Universidad Nacional del Sur y luego hizo un doctorado interdisciplinario en estudios rurales en Francia.
Uno de los fenómenos analizados por Sili es el de “renacimiento rural”, que se refiere a la vuelta de la gente al campo y a la reconstrucción del mundo rural. “Las razones de esa nueva migración son múltiples: búsqueda de nuevas oportunidades, tranquilidad, contacto con la naturaleza… y la pandemia aceleró el proceso, lo hizo más notable y mucho más visible, por eso ahora los medios de comunicación empiezan a hablar del tema”, explica.
-¿Tiene que ver con una toma de conciencia de la importancia de “lo natural”?
-Y también con la necesidad de construir redes comunitarias más fuertes, de tener ritmos de vida más tranquilos, de mayor seguridad personal y de mayor espacio disponible, pero siempre manteniendo una conectividad que permita vincularnos al mundo. Este fenómeno ya tiene diez años, pero la pandemia lo que hizo fue llamar la atención sobre cómo vivimos en las ciudades y explotó la necesidad de sentirse más libre.
-¿Entonces el renacimiento rural se debe a la crisis urbana?
-No solamente: las ciudades fueron el refugio del modelo de modernización industrial, pero ahora estamos entrando en una nueva etapa civilizacional donde las sociedades van a desconcentrarse, en gran parte gracias a las nuevas tecnologías de la información. El futuro también es rural, con diversas formas, pero indudablemente hay una tendencia fuerte a reconstruir esos territorios. Esto no quiere decir que la gente vaya a vivir a los campos, sino que va a volver a los pueblos y muy especialmente a las pequeñas ciudades que cuentan con infraestructura que permite una elevada calidad de vida.
-El tema es que hay limitaciones de esa infraestructura…
-Así es, en muchísimas zonas rurales falta agua potable, energía, servicios de salud y especialmente de conectividad. Otro tema es la falta de planificación territorial, que puede hacer que rápidamente se degraden las condiciones del lugar elegido para vivir. Y, por último, las iniciativas productivas que pretenden llevar adelante los nuevos migrantes muchas veces no son sostenibles y muchas veces sólo es viable la migración de personas que tienen empleos dependientes de las ciudades de origen (teletrabajo), de personas que hayan sido trasladadas o asignadas a estas zonas, o que se desempeñen en servicios profesionales (médicos, técnicos especializados, contables, entre otros).
-Parece paradójica esta revalorización cuando hay un gran reclamo del sector rural de que el urbanita no valora el campo. ¿Hay contradicción o son dos carriles diferentes?
-En Argentina lo rural está completamente invisibilizado, negado, pero esto tiene mucho que ver con la construcción político ideológica que se generó desde mediados de siglo XX. El desarrollo en la Argentina fue visto, casi en forma excluyente, como el resultado de la urbanización y la industrialización, mientras que lo rural era visto como un espacio residual, que solo cumple la función de productor de bienes primarios para exportar y generar divisas que permitan consolidar la industrialización y la urbanización. Así, el mundo rural es visto por gran parte de la sociedad argentina como el refugio de una supuesta oligarquía agropecuaria y sojera, donde todos los productores son seres desalmados que andan en 4×4 y que solo piensan en aplicar agroquímicos y en ganar cada vez más dinero. Por otro lado, lo rural también se ve como el lugar ocupado por el paisanito, el hombre con menos capacidades, educación o habilidades para desempeñarse en un mundo dinámico, comparado a los habitantes de las ciudades, más rápidos y astutos. Estas imágenes ubicaron al mundo rural argentino en el plano simbólico de lo no deseado, un mundo de retraso o refugio de contaminadores seriales, como plantea esa la campaña de #BastadeVenenos.
-¿Cómo opera esta grieta agroquímicos versus agroecología en la valorización de los recursos rurales?
-Esa grieta se alimenta con el desconocimiento de cómo funciona el sector agropecuario y el mundo rural en general. Muchas veces se habla más desde posiciones ideológicas ligadas a esa vieja imagen del campo… Es cierto que en las últimas décadas hubo excesos en las formas de producir, las mismas organizaciones de productores las denuncian y son problemas que deben ser corregidos; pero también veo que hoy hay un proceso muy fuerte de mejora de los sistemas de producción, hay mucha mayor conciencia y autocrítica por parte de los productores que no existía hace treinta años. Hay que profundizar en el cuidado del ambiente y de los sistemas de producción, y considero que la gran mayoría de los productores avanzan en ese sentido. Considero que esta situación hay que mirarla desde una perspectiva más amplia: el mundo, incluyendo Argentina, está en pleno proceso de transición hacia modelos más agroecológicos. Pero atención, para consolidar estos modelos más sostenibles hace falta mucha más ciencia, muchos más conocimientos y más tecnología adaptada a diferentes tipos de productores y de ambientes. Creo que hay que bajar la espuma del debate y ponerse a trabajar concretamente, con más ideas, más investigación y más innovación.
-Revalorizar la ruralidad, ¿ayudaría a cerrar las grietas?
-Revalorizar la ruralidad implica volver a pensar los territorios rurales, algo que en la Argentina no ocurre desde hace más de medio siglo, ya que lo único que viene siendo pensado son las ciudades y sus problemáticas, porque ahí están los votos y la fuente del poder. En ese sentido, la Argentina rural está invisibilizada, salvo en algunas variables ligadas a la producción agropecuaria, pero, insisto, lo rural va mucho más allá de la actividad agropecuaria, es la gente que vive en el campo y también en pueblos y pequeñas ciudades, son los médicos, maestros, empleados de comercio, son las actividades artesanales, Pymes, turismo, servicios, talleres, y miles de otras actividades localizadas en estos espacios, y que por las características propias de estos territorios tienen problemas y realidades diferentes a los de las ciudades. Revalorizar la ruralidad no es sólo valorar el ambiente, la tranquilidad o las tradiciones, es ponerse en la piel de las personas que deben enfrentar cientos de limitaciones para poder desarrollarse, comparadas con quienes viven en una ciudad. Lo que va a cerrar la grieta es el reconocimiento del otro… del otro rural, y el conocimiento certero de qué es lo rural, dejando de lado los prejuicios históricos.
-¿Cómo piensa que podría darse el primer paso?
-Con un mayor diálogo, creando una constelación de ideas y debates sobre el sentido de lo rural en el país. Un espacio multiforme donde se puedan encontrar las múltiples voces de la Argentina para discutir qué tipo de territorios rurales queremos. Creo que esto fue lo que se tuvo que hacer inmediatamente después de la crisis de la 125, pero en lugar de eso seguimos discutiendo retenciones, impuestos, etcétera, cosas que son importantes, pero son solo una parte del problema. Si la Argentina no logra avanzar hacia la construcción de un nuevo paradigma de organización y desarrollo de los territorios rurales, el país seguirá siendo un simple archipiélago de ciudades que crecen, reproduciendo los problemas de siempre. Por eso creo que hay que pensar y planificar los territorios rurales dejando atrás las viejas ideas pregonadas por el modelo agroexportador de principio del siglo pasado y también del modelo de hiperproductividad agropecuaria de las últimas décadas, que garantiza crecimiento productivo, pero no desarrollo de los territorios rurales.
-Por último: muchas veces parece que al campo se lo puede castigar (por ejemplo, con retenciones) porque no hay una condena social, sino todo lo contrario: a pesar de ser el motor de la economía a muchos argentinos la gente del sector agropecuario no le cae nada simpática. ¿Desde cuándo cree que ocurre esto y a qué se debe?
-Creo que a lo rural se lo castiga no por las retenciones o los impuestos, sino con falta de atención, porque no se lo reconoce como territorio parte de la Argentina. ¿A quién le interesa lo que pasa en Gan Gan o en Ingeniero Juárez o en Arroyo Venado, o en miles y miles de pueblos, parajes y campos de la Argentina? Estos lugares no tienen peso en la política nacional porque lo rural está olvidado. Además, el modelo agroexportador de principios de siglo fue en cierto sentido excluyente, lo cual generó toda una imagen negativa sobre una parte del sector agropecuario, imagen que continúa hasta nuestros días, no solo por una simple inercia, sino porque también esa imagen negativa se trabajó políticamente. Así, el modelo de sustitución de importaciones de mediados de siglo XX terminó de consolidar esta imagen del campo como el enemigo del pueblo, y el lugar de donde debemos obtener los recursos para sostener la economía nacional.
-Imagen que hasta ahora no se pudo revertir…
-Así es y esto constituye un grave problema porque Argentina sigue atada a la idea de una oligarquía agropecuaria que ya no existe más y también a una dialéctica entre campo versus ciudad, agricultura versus industria. Esta lógica dual trunca las posibilidades de construir un territorio nacional mucho más equilibrado y con sólidas dinámicas de desarrollo territorial.
Marcelo Sili es investigador principal del Conicet, profesor de la Universidad Nacional del Sur y profesor e investigador invitado en Universidad de Bonn (Alemania), Université Paris I La Sorbonne (Francia), Université Toulouse (Francia), Universidad Nacional Autónoma de México, y otros centros de investigación en Paraguay y Ecuador. Geógrafo de formación por la Universidad Nacional del Sur, realizó su doctorado en desarrollo rural y su posdoctorado en Francia (Université Toulouse e Institut National de la Recherche Agronomique), además de varias especialidades en Planificación en Políticas de Desarrollo.
Acaba de publicar el libro “Por un futuro Rural” en editorial Biblos.