Malas noticias para la Argentina. El valor internacional de la harina de soja se está cayendo porque –tal como sucedió el año pasado– existe temor de que la propagación de la fiebre porcina africana en mercados asiáticos y europeos provoque una merma importante del stock porcino presente en esas regiones del mundo que emplean harina de soja para producir carne de cerdo.
El último informe publicado por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) indica que en el período comprendido entre el 5 y el 18 de febrero pasado se confirmaron 1250 focos de la enfermedad, la mayor parte de los cuales se registraron en Rumania, Vietnam y Corea del Sur. La cuestión es que existen otros 8069 focos reportados –aún no confirmados oficialmente– en muchos otros países asiáticos y europeos.
Además, la gran duda es lo que sucede en China, nación con un gobierno totalitario que oculta información sensible y, por lo tanto, no permite que el mundo conozca cuál es la real situación respecto de la fiebre porcina africana.
Eso ya sucedió el año pasado, cuando la gravedad del problema obligó a liquidar buena parte del stock porcino presente en China y el mundo comprendió qué estaba sucediendo allí recién cuando se detectó un incremento sustancial de la importaciones de productos cárnicos en simultáneo con un descenso de las compras de soja para procesar en el propio territorio.
La noticia no es para nada favorable para la Argentina, nación que exporta la mayor parte de su producción de soja transformada en harina, a diferencia de lo que sucede en Brasil y EE.UU., donde las ventas externas mayoritarias corresponden al poroto sin procesar.
A diferencia del harina, el aceite de soja –junto con el resto de los aceites vegetales– está experimentando un aluvión de demanda porque el mismo, además de constituir un insumo para la industria alimentaria, también es un recurso energético esencial en la actual coyuntura global.