Al igual que los océanos, los suelos son sistemas que hacen funcionar al planeta Tierra. Lo hacen funcionar en base a vida microbiológica, que como no se ve no suele tomarse en cuenta. Pero todo, incluso lo que sucede con el calentamiento global, tiene que ver de algún modo con la microbiología de esos suelos.
“El suelo es un ser vivo, pero es difícil reconocerle órganos y tejidos, y al ser opaco, también se dificulta verlo con microscopio. Es por eso que el ADN del suelo se mira con técnicas bioquímicas”, contó a Bichos de Campo Luis Wall, doctor en Ciencias Bioquímicas e investigador del Conicet.
Aunque no se lo pueda ver, Wall sostiene que es vital prestar atención a lo que ocurre dentro. “A partir del ADN del suelo se descubre mucha más vida que la que se conocía. Pero esa vida se adapta a las condiciones del ambiente, que a su vez son puestas por el hombre. Es decir, el hombre es el que le condiciona la vida a la microbiología”, advirtió.
De este modo, el investigador explicó que, “si el hombre hace labranza, para la microbiología del suelo será como vivir en constante terremoto, y si hace Siembra Directa, será como vivir en un sistema quieto al cual entran recursos”.
“Si esos recursos entran de un solo cultivo, será como vivir de comida rápida todo el tiempo, y eso generará problemas; si en cambio entran a través de rotaciones, habrá diversidad de alimentos y recursos, y se formará una comunidad posta, como me gusta decir, la cual establece redes sociales o de comunicación entre los distintos grupos biológicos que allí conviven”, comparó, lapidario, con el efecto del monocultivo sobre ese recurso.
Mirá la entrevista completa a Luis Wall:
Según el biólogo, los suelos agrícolas manejados bajo una adecuada rotación de cultivos “funcionan, aunque parezca loco, como si fueran prístinos. Los resultados enzimáticos dan eso”.
“En cambio, un suelo de monocultivo de soja funciona raro, como alterado. Ahí podés relacionar que el manejo puede llevar a la alteración de un sistema. Cuando el sistema se altera en un lugar, se altera en todo el resto también, porque es una red”, explicó.
Es fácil así entender cómo opera la microbiología de un suelo. Wall lo hace fácil en realidad, al comparar el sistema suelo y su microbiología con una gran sociedad en miniatura. En ese caso, los efectos del monocultivo vendrían a ser semejantes a los de la comida chatarra sobre un organismo.
“Que aumente la materia orgánica del suelo es importante, porque tiene que ver con la captura de carbono y con bajar el dióxido de carbono del aire que genera el efecto invernadero y el cambio climático. El carbono se incorpora al suelo como materia orgánica, y con éste los microorganismos pueden hacer sus casas; no es que estos viven donde encuentran un huequito, sino que construyen sus lugares, al igual que nosotros. Esos microorganismos son los que capturan el carbono, porque lo precisan para hacer su propia ciudad”, ejemplificó el investigador del Conicet.
Al momento, según Wall, “parecía que la transformación de la materia orgánica era una especie de caja negra que iba a parar al humus, y que de ahí se obtenían recursos y nutrientes para el suelo. Y no es así. Yo digo que los microorganismos transforman la materia para hacer su lugar para vivir, y de ahí contribuyen con los nutrientes a las plantas, a las cuales, a su vez, estos precisan. Hay como una relación simbiótica entre la microbiología del suelo y los cultivos”.
En relación a los suelos de la región pampeana, Wall comentó “se tiende a decir que perdieron estructura física; pero nosotros decimos que perdieron estructura de los agregados biológicos, y por eso no se construyen y se vienen abajo”.
Otra vez el ejemplo de un pequeño mundo: “Es como una comunidad microbiana que perdió algunos actores y se quedó con una comunidad que alcanza a vivir en una situación de mucho estrés, porque, aunque recibe el mismo alimento, hay situaciones de barbecho que implican una especie de hambre”.
Wall también comparó al paquete de agroquímicos que se utiliza en el sistema suelo, y dijo que se asimila a un florero: “Le sacás los nutrientes al sistema y los reponés con nutrientes químicos; tenés una enfermedad y la resolvés con otro químico que ataca a un hongo patógeno, y con ese fungicida que agregaste, mataste a todos los demás. En un gramo de suelo puede haber hasta 200 metros de filamentos de hongos, que son los que atan y arman las estructuras”.
Para saber cuándo un suelo está enfermo, Wall explicó que “basta olerlo”.
“Si tiene ese olor a tierra mojada, o a llovido, eso es signo de salud. Esos olores son los que te muestran que la biología está haciendo su fumigación de competencia, dando lugar a todos; porque se genera una competencia entre los microorganismos, y a su vez, la diversidad hace que se respeten. Pero para respetarse, también se atacan o se defienden. Es como una sociedad en miniatura”.
Entonces, ¿cómo hacer suelos sanos?
“Ahí vamos llegando a resultados que tienen que ver con la agroecología. Si incorporás la biología al sistema, éste funciona de otra manera, y hace que uses menos agroquímicos. Si vos considerás los valores propios del recipiente suelo, podés prescindir de añadidos, porque el mismo suelo te dará algunos de esos insumos que antes le añadías”, concluyó.