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Luis Lanfranconi, entre el rugby y las pastas con mariscos, advierte: “La información sobre malezas está, pero relegada entre los problemas argentinos”

Juan I. Martínez Dodda por Juan I. Martínez Dodda
20 junio, 2025

“Se ha avanzado muchísimo y hoy la información está. No obstante, por más que es un problema que le duele al productor en el bolsillo, no está dentro de sus prioridades. Pero no le echo la culpa, vivimos inmersos en la problemática argentina, tan compleja que el productor está preocupado por otras mil cosas como el crédito del banco, si va a conseguir fertilizantes, cómo financiar la semilla… Y las malezas quedan perdidas en medio de todo eso”, reflexiona Luis Lanfranconi, ingeniero agrónomo especialista en malezas, durante el último capítulo de El podcast de tu vida (número 123). 

En la charla, este especialista se refirió al camino que fue haciendo desde su infancia en Córdoba, un vínculo con el campo que viene de su abuelo materno, la decisión de estudiar agronomía aún cuando el test vocacional lo había rumbeado para la abogacía. Un párrafo aparte para el INTA, donde él luchó para ingresar cuando estaba haciendo sus primeros palotes laborales. 

Docente, investigador, consultor, como broche de oro hoy está en lo que sería su “last dance” en el desarrollo de proyectos: “Hemos presentado un proyecto que tiene que ver con generar un aviso, una alarma, por carry over de herbicidas en la provincia de Córdoba”. 

Entres sus hobbies están el rugby, que jugó hasta los 30 años y hoy no se pierde ni un partido, aunque también le gusta cocinar pastas y mariscos. 

-Naciste y te criaste en Córdoba. ¿Qué te acordás haciendo a los 5 o10 años?

-Por el lado de mi abuelo materno yo estaba ligado al campo. El vino a Córdoba en los años 40 a alquilar una estancia muy grande y alquiló en la zona de Malagueño, camino a Córdoba hacia Carlos Paz. Su mayordomo se fue a vivir a Almafuerte, un campo de 200 hectáreas y yo cuando tenía 5 años, dos veces al año, íbamos a ese campo toda la familia a festejar su cumpleaños y otra vez íbamos a la carneada. Éramos todos los primos corriendo, nietos de ellos, dando vueltas y jugando en ese campito. Después desde los 10 años en adelante me la pasada todas las vacaciones de verano en Inriville, en la casa de mi abuela, y ahí estaba en contacto directo con el campo. Y mi tío era corredor de cereales. Siempre estuvo en mi cabeza el campo. Pero nunca lo vi en esa etapa como una profesión. 

-¿Tus viejos qué hacían?

-Mi padre trabajó en la empresa Culazo hermanos, que era una empresa que tenía almacén de ramos generales con sede en Monte Buey. Había una estancia muy grande que era de los Culazo. Y mi padre trabajó primero ahí y después en un sucursal que habían abierto en Inriville. Y cuando se cansó de eso se vino a vivir a Córdoba que es donde nací. 

-Llegó el momento de estudiar y elegiste agronomía. ¿Era tu plan A? ¿Tenías un plan B?

-Mirá, de chico nosotros vivíamos un lugar por donde pasaban los desfiles militares y yo hinchaba con que quería ir al Liceo Militar. Y terminé yendo. Y tuve una educación fantástica. Pero llegué al final y no tenía idea qué hacer iba a hacer. Me hicieron un test vocacional y al principio me daba que no quería ni física, ni matemática. Entonces me salió que tenía que ser abogado. Hasta que un día me senté a ver los programas de estudios de las distintas materias y apareció agronomía adelante mío. Y bueno, me fui a agronomía. Padecí los primeros dos años con la física, la química y la matemática. Y las vueltas de la vida, hoy estoy metido con la química, porque estoy con los herbicidas y viendo todo esto. Fue la mejor elección que hice. Volvería a hacerla. Es una carrera apasionante. No podés estar aburrido. 

-Está bueno lo que decís de esa frustración inicial. Les pasa a muchos…

-Sí, es que uno entra pensando que vas a estar abrazado a la vaca. Y como te van a dar un título de ingeniero te tapan de todas las materias básicas y vos no entendés nada para qué querés todo eso y cuando empezás a avanzar te das cuenta. A mí me parece que parte de la problemática es la falta de nexo entre una materia con otra y vinculación con lo que vos vas a trabajar después. 

-¿Qué es el INTA para vos? ¿Qué ha sido en tu vida y tu carrera?

–Mi familia una familia de gringos. Y vos tenías que crecer y desarrollarte, eso siempre me lo inculcaron. Había que apostar a algo más. Cuando terminé tuve la suerte de trabajar a los dos meses. Ingresé a trabajar en el Ministerio de Agricultura de Córdoba y estaba de ayudante de cátedra en la facultad ¡de horticultura! (se ríe). Y cuando estaba en la universidad, una época crítica, 1978, lo que veía como una salida para capacitarme era ingresar a INTA. Porque tenía siempre posibilidad de becas para salir al exterior. En 1980 me presenté, de 300 quedamos 12 o 14. Quedó gente que hizo camino en INTA. Entraron conmigo, por ejemplo, Mario Bragachini, Eduardo Martellotto, entre otros.

-¿Finalmente pudiste tener esa beca en el exterior?

-Si, en 1988 INTA consiguió un programa financiero con el BID para capacitación. Estuve en Cornell, Estados Unidos. Tenía 33 años, una mujer y un hijo. De arranque, creo que es una buena experiencia poder formarse en distintas instituciones educativas. Es fantástico poder ver una realidad muy distinta a la tuya. Porque empezás a valorar lo que tenes y a ver que hay otras formas de mirar el problema. 

-Te hago una pregunta de malezas. ¿Qué han aprendido los productores y asesores en Argentina y qué falta todavía?

–Yo empecé a trabajar en el mundo de las malezas cuando se controlaban perfectamente bien con herbicidas. El problema empezó cuando surgieron las malezas tolerantes o resistentes. El primer caso fue en 1990 con las parietales. Y ahí cambió el curso de mi historia. Yo estaba en ese momento con el cultivo de papa. Y de buenas a primeras, como me gustaba el control de malezas, vinieron a consultarme los productores de Río Primero sobre malezas que no podían controlar. Ahí empecé a trabajar con eso. Empecé a ver qué estábamos haciendo mal. Y lo que estábamos haciendo mal es pensar que con herbicida íbamos a solucionar todos los problemas. Tenía que haber algo más. Creo que se avanzó una barbaridad en Argentina hoy tenemos la información sobre la problemática y los controles. 

-¿Y qué falta?

-Me parece que hay una pata floja que es cómo llegamos al productor. Y no es porque no haya asociaciones como Aapresid o Aacrea o las cooperativas… Sucede que aún siendo la maleza un problema que le duele al productor en el bolsillo, los últimos años no está dentro de su cabeza como tema principal. Y eso es por la problemática argentina, tan compleja que el productor tiene que atender 600 variables dentro de las cuales, una de ellas, es la de malezas. Pero está más preocupado por el crédito del banco, o si va a conseguir fertilizante o el financiamiento de la semilla… No todos los ingenieros que están en la calle tienen una formación profesional para las complejidades y problemas que tenemos hoy. ¿Qué falta? Falta la parte de adopción, porque la información está. Y no es que no se haga nada. Es que el productor todavía no lo ha puesto en el lugar de la balanza que tendría que ponerlo. 

-¿Qué es lo que más te gusta de lo que hacés? 

-El desafío de lo nuevo. Eso es adrenalina pura. Yo soy un apasionado de mi profesión, no me preocupa levantarme a las 5 de la mañana para ir a mostrar un ensayo, dar la charla y volverme a casa. Me divierte dar clases. Siempre estoy inventando cosas. Pero la adrenalina es lo nuevo. Por ejemplo, hicimos lo imposible para evaluar la máquina destructora de semillas, no dejaban entrar la máquina, hasta que pudimos, y estoy chocho con eso.  

-Llegamos al pin-pong y la primera pregunta es si tenés algún hobbie, algo que te despeje la cabeza. 

-Me gusta mucho leer. Lo último que leí es “Nexus, una breve historia de las redes de información desde la edad de piedra hasta la IA”, de Yuval Noah Harari, altamente recomendable. 

-¿Series? ¿Qué mirás?

-Durante la pandemia y el encierro empecé. Por ahí son las dos de la mañana y sigo mirando un capítulo tras otro. Miro de todo un poco. Pero ciencia-ficción, policiales, ahora hay series de Dinamarca y Noruega, detectivescas, que es lo que hago yo con las malezas. Pero también me gusta el cine francés. 

-¿Música? ¿Por dónde vas?

-Puedo estar redactando un informe escuchando jazz. Me gusta el saxo. Un tema que es fantástico de David Brubeck, “Take five”. Me gusta el jazz tradicional, tengo una muy buena colección de discos. También me gusta la música clásica.. 

-¿Cómo te va en la cocina?

-Me encanta cocinar, invitar amigos y cocinarles. Mi especialidad son los mariscos, amaso pastas, como buen gringo, puede ser con salsa de hongo de pinos, o mariscos. Salsa filetto sola no, muy aburrida…

-Si pudieses subirte al Delorean, el auto de Volver al futuro, y encontrarte con el Luis de 18/20 años, que estaba empezando este camino. ¿Qué le diría el Luis de hoy a ese que estaba empezando?

-No te vuelvas loco. Esos ímpetus de juventud te hacen pasar malos ratos, tomar decisiones apresuradas. El paso del tiempo te da sabiduría. El otro día miraba cuánto usamos los seres humanos el celular. El 80% del tiempo lo invertimos en el teléfono. Y no se habla por teléfono, se manda un mensaje. Es de locos. Vamos a perder la palabra pronto… 

-Contame del rugby, ¿Qué es en tu vida?

–Miro todo lo que puedo. Es un deporte que me encantó. Lo abracé, es fantástico. Jugué hasta los treinta y pico. Jugaba de apertura, de wing, de fullback, de medio scrum en los seven. Era rápido. Jugué en el Liceo Militar y cuando egresamos se había armado un club de ex cadetes y jugué ahí. Los juegos de equipo son fundamentales en la adolescencia por la contención que te dan. Me contaba el CEO de una empresa que en la búsqueda de personal, si eran jugadores o ex jugadores de rugby, mejor, porque les encanta trabajar en equipo. Y eso es básico para una empresa. 

-¿Te animás a armar un podio de jugadores que te hayan gustado más?

-De mi época, Hugo Porta. Me pareció fuera de serie. Más acá, Felipe Cotepomi y Juani Hernández, un gentleman. Agustín Pichot, un líder. Y hoy, me parece fantástico Matías Carrera, Pablo Matera, marcan diferencia. A mí me tocó vivir todo el desarrollo del rugby argentino. La época de los años 70-80 eran a todo pulmón. Se juntaban y jugaban como podían. Cuando Argentina empezó a profesionalizarse, primero con los Jaguares, participando del Super Rugby, a tal punto que llegaron a jugar la final. La materia prima argentina es muy buena, hay que ordenarla y ponerle presión para que rinda.  Mirá la selección argentina de fútbol, Scaloni era un don nadie. No hacía falta tener un super entrenador. Hacía falta trabajar sobre un grupo, contenerlo, darle valores, objetivos, y se ganó un mundial. 

 

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