Federico Manfroi tiene 35 años y vive en el centro de Venado Tuerto, al suroeste de la provincia de Santa Fe. Comenzó a estudiar agronomía siguiendo los pasos de su padre, Omar, de 65 y ya jubilado, pero a mitad de camino se dio cuenta de que le gustaba más el trabajo de campo y no tanto la teoría. Para eso, pensó, ser puede tener asesores especializados.
La admiración y el respeto por su padre le brota a Federico por los poros. “Mi padre es ingeniero agrónomo y pasó una vida de mucho sacrificio y de trabajo, porque empezó bien de abajo, ya que mi abuelo, su padre, fue albañil. Papá trabajó para ACA y un día decidió largarse a algo propio, en un emprendimiento familiar, al comienzo, agrícola, alquilando campos. Yo empecé a ayudar haciendo las tareas como un peón más, cuando venía de la facultad, porque estudiaba cerca en Zavalla, cerca de Rosario”, resumió.
“Soy el segundo de cuatro hermanos –continuó Fede- y sólo a mí me gustó desde chico la vida campera. Apenas tenía 5 años de edad y lo acompañaba a mi padre por los campos. Siendo adolescente, lo acompañaba a dar sus charlas de maíz. Pero mi padre nunca nos incitó a que nos dedicáramos a lo mismo que él, ni a la vida rural”, aclaró.
Fueron pasando los años y las crisis políticas del país empezaron a complicar cada vez más la actividad de su padre. Los costos e insumos comenzaron a irse de las manos y la realidad los obligaba a tener que invertir en más -y más moderna- tecnología. Habían pasado la crisis del 2001 y se dieron cuenta de que no les convenía invertir en campos alquilados.
Fue así que en 2004 decidieron comprar dos campos de 25 hectáreas. Uno quedaba en Elortondo, que ya tenía ovejas Hampshire down, y en el otro –que quedaba a 5 kilómetros del centro de Venado, para el lado del aeropuerto- apostaron a la siembra de maíz y soja. Federico empezó a trabajar en la cría de esa raza y a conocer sus virtudes. También ayudaba en el otro campo.
En 2011 se disolvió el emprendimiento familiar y Omar, su padre, se quedó con el campo cercano al aeropuerto. En 2017 se fue a vivir a ese campo, con su esposa, con su hija menor y con Federico, que siguió ayudando. Pero Fede, en paralelo, continuó trabajando en el otro emprendimiento, ahora en la específica preparación de las ovejas para competir en la Exposición de Palermo.
Lo hizo hasta el año 2019. Y se pasó 5 años viajando a Porto Alegre y a Eteio, en Río Grande do Sul, que es célebre por la competencia “Freno de Oro de caballos criollos”. Allá, resalta, se interesan mucho por las ovejas Hampshire, la raza de ovinos lograda en esa homónima ciudad del sur de Inglaterra, en 1880.
De pronto surgió otro inconveniente: la zona del aeropuerto de Venado Tuerto se comenzó a poblar cada vez más y entonces empezaron, Omar y Federico, a pensar a qué actividad podrían cambiar en ese campo tan chico. Hacía tiempo que ambos venían soñando con emprender algo juntos.
Era 2018. Fede charló con su padre y juntos decidieron que él –Federico- se hiciera cargo del manejo del campo, como un “socio gerente”. Omar supo reconocer la madurez que su hijo había alcanzado y además supo dejarlo en libertad para que Fede aprendiera definitivamente a manejarse de modo autónomo en la vida, cosa nada fácil para un padre.
Lo primero que hizo Fede fue ponerle nombre al campo: “La Manfrina”, en lo que sus padres y hermanos estuvieron de acuerdo. Luego propuso continuar allí con la cría de ovejas Hampshire down y Omar estuvo de acuerdo.
La oveja se cría muy bien en campos grandes, como los patagónicos. La Argentina vivió una época de esplendor hace muchas décadas, en que cada puestero tenía sus propias ovejas. Pero el ovino también se adapta muy bien en campos medianos y chicos. Además, esa raza es de una excelente calidad carnicera. Su lana, no es la mejor, ya que es más gruesa que la oveja común.
Decidieron comprar a una cabaña, 40 borregas de pedigree Hampshire down, para criarlas a campo, y Federico se puso a sembrar distintos tipos de pastura para tener buena calidad de forraje. Compró machos a distintas cabañas, para tener padres. Más unas 60, de puro por cruza, para sacar corderos para consumo.
La Hampshire down es una raza muy arraigada en el centro del país, me explica Fede, y añade que es muy rústica y se adapta a los distintos climas. La carne de esta raza tiene muy buen marmoreo (es la proporción de grasa intramuscular, que le da terneza y sabor) y es reconocida por su calidad y sabor. De su carne se hacen muy buenos salames, añade Fede, al que le gustan las picadas.
Me explica que hoy se aplica mucha tecnología sobre el animal para mejorar la producción de su carne y su calidad. Tiene la idea de criar toda la majada, lo más que se pueda a campo de pasturas y por ahora sólo unas pocas comen raciones a base de maíz. Se trata de ir mejorando su masa muscular a fin de lograr vender animales de calidad, de buen kilaje y que engorden en menos tiempo.
Manfroi convocó a una joven veterinaria de Córdoba, Lorena Caruso, quien hace ecografías para observar la calidad de la carne, cosa que no es común entre los productores de ovejas. “Cuando veo que no van a servir para machos, los carneo a los 30 kilos y los freezo para consumo familiar. Porque para mí, cuando pasan los 18 o 20 kilos de peso, tienen mejor sabor”, afirma Federico. Y remata: “Lograr animales de buen peso y criados a campo, resulta en una carne de buen marmoreo”.
Además contactó al veterinario Gastón Coduttille y al ingeniero agrónomo, Luciano Romanelli, ambos jóvenes criadores de ovejas. Gastón les propuso criar a campo con pastoreos rotativos para ir mejorando los suelos e ir sumando más cantidad de cabezas y mejorando la calidad de la carne. Tanto Gastón como Luciano coinciden en esa modalidad. Cuenta Federico que Gastón lo encausó en su emprendimiento, en cuanto a cómo y cuándo implantar las pasturas. Pueden llegar a tener una amplitud térmica de 40 grados, en verano, a 4 bajo cero, en invierno.
Alicia, la mamá de Federico, hace un tiempo hizo un curso de telar tradicional y comenzó a hacer ruanas, caminos de mesa, chalecos, boinas y luego tuvo que suspender ese arte tan noble y bello. Hoy piensan retomarlo, pero aprovechando la lana de sus ovejas. Es que a ella siempre le gustaron las manualidades y Omar sueña con recuperar ese arte en telar para convertirlo en un emprendimiento familiar que los entretenga.
Federico trata de que Omar ahora sólo lo ayude con los trámites de la administración, yendo al centro a pagar, porque en las actividades del campo cuenta con la ayuda de “Don Pelusa”, que carnea, repara las tranqueras, prepara la molienda, mete a los animales en la manga, siempre atento a todo. Es un paisano que siempre se anticipa a todas las tareas que se necesitan con espíritu servicial, y es de mucha confianza.
Federico se siente seguro, al frente de la empresa familiar, sabiendo que a diario sus hermanos lo apoyan en todo. Todos se sienten parte. El otro día necesitaba pasar a los animales por la manga y su hermana menor acudió en su ayuda con su novio Lisandro. Ahora son los que más lo ayudan en el campo para preparar los remates, bañar y preparar los animales. Ella estudia psicología, pero le encanta matizar con las tareas camperas.
La idea de Federico es ir creciendo hasta triplicar la cantidad de ovejas e ir mejorando la calidad. Lograr comercializarlo por cortes, más que entero, y que su marca tenga su prestigio, su lugar en el mercado. Sueña con que algún día, el público empiece a ver quesos de oveja, salames, lanas y tejidos de la zona, con su denominación de origen.
“Me duele mucho ver que tantos jóvenes se quieran ir de nuestro país, con la riqueza que tiene”, afirma Federico, que quiso dedicarnos la canción Santa Fe de mi querer, de y por Orlando Vera Cruz.