Don Máximo Gottert está cerca de los 88 años, de los cuales 62 años lo pasó en la misma isla del delta entrerriano donde recibe a Bichos de Campo. Estamos a solo media hora de lancha desde Villa Paranacito y sin embargo nos rodea la espesura. No se ve casi gente en esta zona que, según el memorioso anciano, alguna vez estuvo mucho más poblada y con intensa vida productiva y social.
Era tan intensa la vida entre estos ríos marrones que este Gottert, tercera generación de colonos en las islas, incluso conoció a la mujer de su vida en un baile de carnaval. Don Máximo, eterno enamorado de la madre de sus hijos, se casó con aquella pelirroja a pesar de que él había prometido no comprometerse nunca con alguien de esas características. Así las cosas, en la familia Gottert confluyeron las dos corrientes migratorias más características de este lugar: los daneses y los alemanes.
-¿Como era vivir en la isla en aquel momento?
-Éramos un grupo de jóvenes bastante importante, alemanes y dinamarqueses. Yo soy alemán, ella de origen dinamarqués.
El abuelo de Máximo fue quien llegó a la Argentina desde su Alemania natal. Había nacido allá, en la zona del río Rin, pero “había algo que él no quería, que era hacer el servicio militar en Alemania. Entonces, antes de que lo incorporasen al Ejército Imperial, se tomó la de Villadiego, se fue a Suiza, después agarró un tren a Marsella, Francia, y después llegó hasta acá. Era antes del 1900”, relata ahora su nieto.
Los primeros trabajos de aquel Gottert fueron para la Compañía Alemana de Electricidad. Luego prestó servicios en el famoso frigorífico Liebig, pero no el de San José (Entre Ríos) sino el de Fray Bentos, en Uruguay. Como era una empresa de capitales ingleses, lo echaron -aunque de buen modo- cuando estalló la primera guerra mundial en 1914.
“La famosa pelotudez de la guerra. Eso es algo que yo no puedo entender. Y cada vez lo entiendo menos. ¿Cómo que se están peleando ahora? Cómo pueden ser los rusos invadan Ucrania, ya que que ellos estaban integrando de alguna manera”, se pregunta ahora el anciano.
La casa familiar (El Nido) la pudieron comprar en 1959, después de una gran inundación que dejó a muchos pobladores tecleando con su economía. Allí Don Máximo montó su taller para reparar embarcaciones, pero además muy pronto también comenzó a producir sobre las 100 hectáreas que su abuelo había comprado en el delta de Entre Ríos, donde finalmente terminó por afincarse.
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-¿Recuerda cuándo empezó usted a producir?
-Empecé a producir cuando era hijo de mi papá. Y claro, con 15 o 17 años nosotros ya trabajábamos.
-¿Y qué se producía en aquella época?
-En aquel momento teníamos monte, por un lado madera, y por otro teníamos mucha fruta, mucha fruta cítrica. Ahí funcionaba muy bien, porque todas las semanas pasaba un barco relativamente grande, de 15 o 20 toneladas, que venía del puerto de Tigre. Desde el barco nos gritaban ‘junten limón, les pago tanto por cada uno. No tiene que tener menos de esta medida’. Entonces juntábamos limón y a los dos o tres días venía y lo levantaba. Había barcos que iban desde acá también a Gualeguaychú. Y otros llegaban hasta Colón.
Don Máximo recuerda con especial tristeza la gran inundación de 1959, que marcó un primer gran quiebre en la actividad frutícola del delta entrerriano. “Echó dos metros de agua adentro de la casa, que fue cuando mi suegro decidió venderla”, rememora.
-¿Debe ser terrible vivir una creciente de esa magnitud?
-Bueno, yo era joven, yo era un muchacho joven y ya tenía edad, tenía 24 años. Nosotros teníamos pila de madera allá arriba. Pila de madera, mucha madera. El agua se la llevó toda. Después de eso empezamos a juntar con los pontones, la madera la apilaban en la costa. No hay mal que por bien no venga. Si antes la casita valía 5 pesos, después valía 12. Subió más del 100%.
-¿Esa es la peor creciente que recuerda?
-La del 83 fue peor. Aquella fue muy sorpresiva y y muy dañina dentro de ciertos aspectos. La del 83 fue la más larga. El pico realmente vino bastante tarde.
-¿Y alguna vez le dio ganas de mandar todo al diablo, de irse, mudarse?
-Nosotros en el año 83, cuando veíamos que esto se venía medio pesado, en febrero dijimos con mi señora ‘mirá, acá va a pasar algo, va a venir agua y no va a haber más facilidades para los chicos’. Y como tenemos algunos ahorros, compramos una casa en la provincia de Buenos Aires. Yo mientras tanto había comprado un barco, así que iba y venía una vez por semana. Y bueno, así fue nuestra vivencia. A uno lo tira volver y ya se queda. Porque se iba normalizando la cosa.