Más de dos décadas atrás fui, por primera vez, testigo de la ignorancia que la mayor parte de los economistas argentinos tiene sobre el negocio agropecuario. Algunos ni siquiera se molestan en disimular que desconocen completamente las bases de la actividad que genera el flujo de divisas sobre el cual se sustenta toda la economía local.
La cuestión es que, luego de ofrecer una charla a productores en una zona rural, el economista –famoso– fue abordado por decenas de chacareros para preguntarle qué creía que iba a pasar con el dólar al momento de la cosecha de trigo. Estábamos a mediados de año. El economista intentó dibujar una respuesta. Pero los chacareros, frente a las evasivas, se ponían cada vez más insistentes. Y entonces el economista comenzó a transpirar hasta ponerse blanco. Me apiadé y le dije, como al pasar, que el trigo se cosecha en diciembre. Finalmente, logró respirar aliviado.
Se trata, evidentemente, de una falencia que se origina en las facultades de economía, cuyas autoridades consideran que las cuestiones agroindustriales deberían ser parte de una especialidad y no del núcleo propio de la formación de los futuros profesionales.
Mi tesis es muy sencilla: es imposible entender cómo funciona la economía argentina si no se comprende la dinámica del agro argentino. Los estudiantes de esa carrera, para evitar, cuando se reciban, seguir repitiendo el ciclo de ignorancia serial en la materia o (peor) transformarse en instrumentadores de políticas que terminen acogotando a los principales fabricantes de divisas genuinas, deberían cursar varias materias obligatorias en facultades de agronomía y hacer, además, alguna práctica profesional en establecimientos agropecuarios o compañías agroindustriales.
Siempre existe la posibilidad, por supuesto, de formarse uno mismo en caso de que los contenidos básicos no hayan sido aportados por la universidad. Pero los economistas, ni bien empiezan a trabajar, terminan –a menos que se dediquen específicamente al rubro– pronto cooptados mentalmente por la lógica de corporaciones privadas o públicas. Y el agro solamente aparece en escena cuando es necesario aplicar un nuevo “manotazo” tributario para financiar alguna urgencia o aventura.
El desconocimiento de temas agropecuarios por parte de los economistas que ocupan cargos públicos nos sale carísimo a todos los argentinos. Un ejemplo de eso lo vamos a presenciar con la cosecha de maíz temprano que comienza en unos pocos días más.
Si hubiese tenido conocimientos adecuados del negocio o, al menos, estar debidamente asesorado, Caputo, al comenzar su gestión como ministro de Economía, habría brindado condiciones cambiarias preferenciales para incentivar ventas anticipadas de granos correspondientes al ciclo 2023/24.
Con eso se aseguraba, para inicios de 2024, un flujo importante de divisas proveniente de las cosechas de trigo y cebada y luego ( fundamentalmente) de las producciones de maíz y soja.
Sin embargo, Caputo optó por mantener el régimen del “dólar exportador” heredado de la gestión de su antecesor Sergio Massa, además de no facilitar ninguna alternativa para “blindar”, en términos cambiarios, los forwards y canjes agrícolas, los cuales siguieron siendo gestionados con la referencia del tipo de cambio oficial BNA divisa.
Así, al 14 de febrero pasado (último dato oficial disponible), el volumen de maíz 2023/24 vendido con precio hecho sumaba apenas 3,25 millones de toneladas, una cifra equivalente al 5,7% de la cosecha estimada de 57,0 millones (según la Bolsa de Comercio de Rosario) o de 56,5 millones (Bolsa de Cereales de Buenos Aires).
Bueno, quizás los productores recurrieron al mercado de futuros de Matba Rofex para cubrirse. Veamos: las posiciones abiertas en el contrato Maíz Rosario Abril 2024 (siembra temprana) suman apenas 671.600 toneladas, mientras que en el caso del Maíz Julio 2024 (siembra tardía) son de 786.600 toneladas. Números bajos para el volumen de cosecha que viene en camino.
Entre el momento que asumió Caputo y el día de hoy los valores FOB y FAS del maíz se derrumbaron, lo que implica que los empresarios agrícolas perderán ingresos, habrá menos para repartir en la cadena agroindustrial y las comunidades rurales, la recaudación impositiva será inferior y también el ingreso de divisas.
Vale recordar que los precios FOB oficiales de los commodities agrícolas fijados por la Secretaría de Agricultura son los que se emplean, al momento de registrar una operación de comercio exterior, para calcular tanto el derecho de exportación como de la liquidación final de divisas una vez concretado el embarque. Es decir: con ventas masivas realizadas en diciembre pasado por parte de los productores se habría evitado que dejasen de ingresar a la economía argentina –en una situación de crisis– ingentes recursos que ahora se evaporaron.
Recientemente las autoridades del Matba Rofex y de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, al elaborar y difundir el indicador “dólar exportador”, intentaron subsanar parte del daño provocado. Enhorabuena. Pero ya es tarde.
El maíz representa el caso más sensible porque será fundamentalmente la fuente de liquidez que utilizará la mayor parte de los productores en el inicio de la cosecha gruesa 2023/24, mientras que la soja será lo último que vendan a modo de resguardo del capital de trabajo. Eso implica, lamentablemente, que en cuestión de días el cereal podría sumar un nuevo factor bajista más a los muchos que viene acumulando en los últimos meses. Y que la comercialización de soja (principal fuente generadora de divisas) fluirá a paso de tortuga.
¿No será momento de actualizar los planes de estudio de las licenciaturas de economía?