El socio de Aapresid (Asociación de Productores en Siembra Directa), Pablo López Anido, no es simplemente un productor más: lo distinguen su obsesión por la sustentabilidad y el lugar donde se encuentra ubicado su establecimiento. En la localidad de Bandera, en el este de Santiago del Estero, la agricultura es relativamente nueva y los suelos suelen ser más frágiles que en otras regiones agrícolas más tradicionales. Por eso López Anido transpira el doble buscando opciones productivas.
Sus experiencias para lograr “alternativas de diversificación que le permitan salir de los modelos productivos y cultivos que predominan en la zona de Bandera”, es decir la soja y el maíz, han llamado la atención de sus compañeros de ruta en Aaapresid, que le han dedicado un informe especial. Los disparadores han sido la incorporación de los eucaliptus y la caña de azúcar, ya que “su foco está puesto en producciones que aporten altos volúmenes de biomasa para uso energético, captura de carbono y mejora de la salud de los suelos”, se explicó.
Cuando en Bichos de Campo lo consultamos al respecto, Pablo contó: “Te aclaro que lo que estoy haciendo es algo totalmente exploratorio de cultivos que yo creo que a futuro puede tener posibilidades, pero para nada pienso que hoy sea factible, es solamente para sacarme la duda y cuando sea factible ya tener algunos datos agronómicos. Aclaro esto porque supongo que mucha gente, cuando vea la nota, me van a decir que estoy loco”.
Le contestamos que los locos suelen ser los que transforman el mundo y seguimos con el informe sobre sus extraños -pero prometedores- ensayos en la zona de Bandera.
Cuando pensó en una producción forestal, Pablo apuntó a la generación de bioenergía a través de chips o pellet, optando por los eucaliptus, que por su potencial de brindar energía constante y su rápido crecimiento es una de las especies preferidas para generar biomasa, al igual que los sauces y álamos.
“En dos años, estos árboles alcanzan alturas notables, de 4 a 5 metros”, explicó Pablo, que nos envió una foto suya junto a eucaliptus de 26 meses de plantados.
El agrónomo, sobre esta especia forestal, destacó que tiene raíces que superan ampliamente los 2 metros de profundidad, cualidad destacada en una zona de napas, donde cumplen una función reguladora de los niveles freáticos, sobre todo en época de lluvias donde son comunes los anegamientos.
La adquisición de los ejemplares y el asesoramiento para el manejo vino de la mano de especialistas de INTA Castelar. “Estamos evaluando dos clones del híbrido E. grandis x E. camaldulensis desarrollados por el INTA Concordia. El primero con mejor aptitud para bioenergía, y el segundo como multipropósito (energía y madera de calidad) lo que ofrece mayor versatilidad al productor“, explicó la ingeniera forestal Ana Maria Lupi, de esa experimental.
“A lo largo de un año evaluamos cómo se adaptan los clones a la zona, testeando su implantación a distintas densidades y su comportamiento general. Hasta el momento observamos un buen comportamiento sanitario y niveles de crecimiento comparables a la región mesopotámica central, lo cual es prometedor. También se identificó el genotipo más sensible a vuelco o heladas”, agregó la especialista.
En lo que refiere al uso de eucaliptus para bioenergía, la producción en general comienza a edades tempranas según como se planifique la plantación. “Aunque actualmente no es rentable en comparación con otras fuentes de energía, creo que es importante estar preparado ante la muy posible evolución de la realidad energética, que podría hacer de ésta una opción viable a futuro”, afirma López Anido.
En cuanto al agregado de valor y generación de empleo, Lupi señaló que “las producciones forestales son una buena alternativa cuando se destinan a la industria del aserrado – con usos como la carpintería rural y la construcción -, generando a su vez más empleo para atender las actividades en el ciclo de cultivo”.
El productor también está incursionando con el algarrobo, una especie multipropósito de valor comercial en el mercado maderero. “Proveen una madera maciza que también puede ser empleada como fuente de leña y carbón, frutos aptos para el consumo humano y animal, en tanto que sus flores aportan néctar y polen para la apicultura. Uno de los puntos más destacables es que se adapta a ambientes marginales o degradados (salinizados), siendo ideales para planteos silvopastoriles”, agrega Lupi.
En cuanto al cultivo de caña de azúcar, la atención se centra en la producción de bioenergía a través del silaje húmedo. “Elegimos este cultivo por su condición de especie C4, su perennidad y su notable mejora genética”, comentó Pablo.
A pesar de las altas posibilidades de éxito de esta producción, Lopez Anido advierte sobre la falta de infraestructura en la zona que impide explotar plenamente esta oportunidad y maximizar el potencial de la caña de azúcar como fuente de bioenergía. “Es notoria la diferencia con regiones como Tucumán, donde el cultivo está más difundido y existe un gran potencial de desarrollo local. De hecho, el germoplasma provino del director de EEA INTA Famaillá, Roberto Alfredo Sopena, el equipo de Arturo Felipe”.
El productor advierte que para ambas producciones, la zona carece de información y existe una fuerte necesidad de recursos, tanto económicos como de investigación. Por lo tanto consideró que es importante generar información a nivel local para potenciar estas y otras alternativas productivas, no solo para salir de los modelos extensivos dominantes, que cuentan con pocas opciones de diversificación, aporte de carbono y agregado de valor sino también para estar mejor preparados ante escenarios futuros.
El mantenimiento de los bosques y la introducción de árboles, admeás, contribuye sustancialmente a la funcionalidad de los paisajes, generando beneficios económicos, sociales y ambientales.
“Los sistemas productivos evolucionaron hacia una mayor complejidad y es necesario apostar a empresas y planteos resilientes, capaces de adaptarse a climas y contextos cambiantes y que generen desarrollo y trabajo en cada región”, comentó López Anido, que es miembro de la Chacra Bandera de Aapresid, un proyecto que lleva más de 10 años y reúne a varios productores, especialistas y empresas de la zona.