Me citaron en un restaurante del barrio porteño de Puerto Madero y, si bien llegué puntual, los representantes de la Asociación Cannábica Lúdica Independiente –así se identificaron– no aparecieron.
Luego de más de veinte minutos de espera, cuando estaba a punto de irme, se presentó quien dijo ser el presidente de la asociación, pidió disculpas por la tardanza y me informó que la vicepresidenta de la entidad finalmente no iba a llegar porque estaba verificando la calidad de nuevos cultivares; información, por cierto, que no solicité ni me interesaba conocer.
– Quiero proponerte un trabajo –dijo sin medias vueltas y sin tomarse la molestia de quitarse los anteojos negros.
El trabajo en cuestión consistía en redactar un documento que explique la importancia del cannabis como cultivo esencial para el desarrollo de las economías regionales con el propósito de poder ingresar al régimen del “dólar agro”.
– Disculpe, pero por el nombre de la asociación, supongo que se refiere al cannabis recreativo y no al medicinal.
– No nos pongamos formales –sentenció el muchacho mientras se quitaba los anteojos para dejarme ver sus ojos enrojecidos–. Estamos hablando del faso, claro.
Cuando se acercó el mozo para tomar el pedido, solicité que viniese más tarde. Presentía que no iba a quedarme mucho más tiempo ahí.
– Si le interesa saber mi opinión –repuse– primero sería necesario saber si las entidades que representan al cannabis medicinal tendrían alguna oportunidad de ser consideradas “economías regionales”, algo que dudo mucho, porque la lista de interesados en ser incluidos en el “dólar agro” se extiende desde el Obelisco hasta la Av. Gral. Paz.
– ¡Pero, no! ¡Amigo! ¡Cómo decís eso! Si el faso es justamente lo que está necesitando la Argentina en este momento.
No quise preguntar cuál era la lógica detrás de ese particular razonamiento y comencé a buscar excusas elegantes para rechazar la oferta. Pero el joven se mostraba sorprendido. Parecía no estar acostumbrado a escuchar la palabra “no”.
Cuando la situación se estaba poniendo cada vez más espesa, procedí a esgrimir cuestiones técnicas para intentar zafar y largarme de ahí cuanto antes.
– Pero el “dólar agro”, como el “dólar soja”, implica ingresar al sistema financiero una cantidad considerable de divisas para obtener a cambio 300 pesos por dólar, y con esos pesos comprar mercadería que tenga como destino la exportación; no es para cualquiera.
– Justamente, amigo –remarcó, ahora con un tono de voz inquietantemente más serio–. Nosotros tenemos muchísimos dólares y también clientes en el exterior ansiosos por nuestro producto ¿Entendés?
Una llamada salvadora llegó a mi celular y, con el pretexto de tener que atender una situación urgente, me levanté para despedirme con prontitud de aquel muchacho, quien, a pesar de tan bizarra escena, aún insistía en que me quedase allí.