San Mayol es un pequeño pueblo del sur de Buenos Aires, y cuenta con una vasta y rica historia, particularmente la de sus pobladores -y su iglesia-. Ahí María Elena Di Rocco cultiva lavanda en las partes de un campo familiar que no pueden ser aprovechadas para la producción de granos.
Tradicionalmente la lavanda se produce en zonas de sierras, como Córdoba, que cuenta con la primera Ruta de la Lavanda, o Sierra de la Ventana, donde vive Léony Staudt, quien dirige “El Pantanoso”, mayor productor del país de lavanda vera.
Es por esto que la experiencia de Di Rocco es llamativa. La productora reconoce a Bichos de Campo que se trata de una región extraña para ese cultivo, y porqué la realiza en los lotes que no pueden ser usados para granos: Se casó con un productor agropecuario de San Mayol, y estuvo siempre vinculada al campo, desde sus abuelos que llegaron de Italia a trabajar la tierra, sus padres, y ahora ella y su hija.
“Mi familia se dedicaba a los productos tradicionales: trigo, girasol y soja, pero yo elegí la lavanda, porque se adapta a todos los climas. La podemos tener cerca del mar, en las sierras, en sequía, con humedad, en altitud. Yo veía que los toscales o los desperdicios de los campos donde no se pueden sembrar, quedaban solitos, entonces elegí esos lugares para probar con la lavanda, porque hay rocas y no se puede trabajar”, relató.
Mirá la entrevista con María Elena Di Rocco:
La producción de María Elena lleva años, y si bien se adapta muy bien a su región, no está exenta de adversidades agronómicas: “Cuando empecé a cultivar no se sabía mucho, entonces era prueba y error. Era todo ensayo, hasta la variedad elegida, ya que hay muchas. Las primeras las trajimos de San Pedro, y otras de El Pantanoso. Vimos que se adaptaban muy bien, y empezamos con 500 plantas, y ahora estamos en unas 5 mil, en una hectárea aproximadamente”.
La lavanda es una planta que se cosecha una vez al año, dependiendo de la variedad la altura y el crecimiento que tenga la planta. “Hay algunas lentas, y están los lavandines, que proporcionan mayor aceite esencial y crecen más rápido. Una lavanda tiene 10 años de vida útil productiva donde extraemos el aceite, pero vive hasta 20 o 24 años”, explica Di Rocco, quien se entusiasma con la idea de que el cultivo se expanda para cubrir la demanda del consumo interno, concentrada fundamentalmente en la industria cosmética.
“Nosotros cosechamos artesanalmente a mano en ramos, y después destilamos para obtener el aceite esencial. La mitad de la plantación la destilamos, y con la otra mitad hacemos flores secas, que las secamos en un secadero natural. Las desgranamos y las vendemos por kilo. De esa forma se usa para rellenos de almohadilla o suvenir”.
Con respecto al aceite esencial, el destino es otro: “Lo envasamos en frasquitos pequeños de 10 mililitros, que se usan para aromaterapia, que sirve además para velas, jabones, incluso los productos de limpieza que tienen lavanda, pueden tener aceite esencial de esa lavanda”.
La comercialización de lo que produce la hectárea dedicada a esta rareza productiva se hace bajo la marca de Lavandas Argentinas, que ya goza de reconocimiento en el mercado. “Vendemos a productores de jabón muy artesanales, pequeños laboratorios que hacen jabones en el circuito chico. No va a grandes empresas ni nada de eso. La producción es mínima y pequeña, por eso nos esmeramos que el aceite salga de la mejor manera posible, con todos los cuidados, incluso hacemos producción orgánica”.
Para completar la postal que proporciona María Elena, con esos surcos de lavanda en San Mayol, aparece la planta destiladora, que está pegada a la plantación: “Es un alambique por arrastre de vapor, y de ahí obtenemos el aceite como se ha hecho desde la antigüedad. Los griegos y romanos destilaban así, que es la manera más natural”.
Pero no todo es color lavanda. Si bien las plantas se adaptaron bien a su zona, María Elena añade que el principal problema es la distribución de las lluvias. “Cuando llueve mucho, como en otoño, que es el momento en que la planta no está necesitando agua, puede que se muera por algún hongo. Ese es el problema, la lluvia. Al ser todo orgánico, la planta que se muere se quema y se pone otra”.
Cuando empezó con esta idea, en la familia Di Rocco flotaba en el aire la incertidumbre. Le preguntaban: ¿Qué vas a hacer con la lavanda?, ¿A quién se la vas a vender? Pero todo proyecto cuando es nuevo genera controversia, y los resultados se ven ahora, con el tiempo.
María Elena cuenta que el suyo es un emprendimiento chico, pero que en lavanda se podría crecer, tendría sentido hacerlo: “Es mucho trabajo, los que nos dedicamos artesanalmente a esto lo sabemos, pero es mucho trabajo. Da ingresos genuinos como complemento de la actividad agropecuaria”.
Considera que con 5 hectáreas en producción, una persona podría llegar a vivir bien de lo que produce la lavanda, ya que la demanda no está cubierta para el consumo de la Argentina, que importa lavanda y aceites, algunas de marcas muy conocidas que están viniendo de afuera.
Me encanta el campo yo planto mandioca y maíz de todos un poco y tengo un pequeño criadero de cerditos en Paraguay.