Cada vez me convenzo más de que para entender a la Argentina es indispensable analizarla en clave medieval como un territorio gobernado por diferentes señores feudales que gestionan legiones de siervos.
En la escuela los argentinos aprenden que el país funciona con un sistema republicano, pero se trata solamente de una fantochada para mantener las apariencias ante el mundo civilizado cuando llega el momento de salir a “manguear” dinero a EE.UU., Europa, China o Rusia (los mendigos no tienen ideología).
Los señores feudales, que gobiernan con celo sus respectivos territorios, se disputan recursos de manera constante a través de contiendas y alianzas con unos y otros.
Como en todo territorio feudal, no existe un moneda oficial, sino certificados que solamente sirven para realizar transacciones entre los propios siervos. Aquellos pocos que, luego de aportar la mayor parte del fruto de su trabajo a diferentes señores feudales, pueden ahorrar algo, suelen comprar divisas, las cuales no abundan, pues son acaparadas por los gobernantes.
Cuando los siervos viajan a las naciones vecinas, como, por ejemplo, Uruguay, y descubren que por cada unidad de certificado ofrecida por su señor feudal reciben a cambio 0,14 peso uruguayo, comprenden, sin necesidad de grandes explicaciones, su condición de esclavos.
Como los uruguayos –al compartir una historia común– tienen cierto cariño por los argentinos, aceptan cambiar los certificados por algunos centavitos de su propia moneda, porque en realidad saben muy bien que los mismos no sirven ni siquiera para limpiarse el traste.
Un grupo particular de esclavos, los siervos de la gleba, producen trigo, girasol, maíz y soja, esta última una oleaginosa que funciona como una suerte de divisa porque se utiliza en todos los confines del orbe para proveer proteínas animales a la clase media mundial emergente.
La soja se emplea como alimento para producir aves, cerdos, vacunos y hasta peces, los cuales luego van a terminar formando parte de la cena de familias que, si bien décadas atrás se conformaban con un platito de arrocito con vegetales, ahora pueden darse el lujo de consumir carne.
Para que los siervos tengan derecho a comercializar soja, los señores feudales obligan a los labriegos a ceder un tercio de su cosecha al Poder Ejecutivo (derechos de exportación) y otro tercio al Banco Central (retenciones cambiarias), entre otras exacciones. Con el resto, pueden hacer lo que dispongan.
El esquema funciona, pero, claro, tiene ciertos límites. Si los señores un día quieren quedarse con casi todo el esfuerzo de los siervos de la gleba, éstos se revelan. Y si comienzan a imprimir una cantidad descontrolada de certificados, los mismos se deprecian a gran velocidad y los labriegos entonces guardan soja para venderla solamente cuando deben hacer frente a algún gasto específico.
Puede llegar el día en el que los señores se gasten todas las divisas en tonterías y reclamen a los siervos que aceleren la venta de soja para poder así disponer de bienes elaborados en el resto de las naciones del mundo. Pueden intentar seducirlos con diferentes artilugios. Pueden amenazarlos.
Pero los labriegos saben que vender lo justo y necesario es no sólo la mejor manera de proteger su capital, sino también la alternativa más lúcida para evitar que los señores feudales liquiden de manera anticipada los recursos necesarios para poder sembrar la nueva campaña de soja, es decir, la única divisa que conecta al territorio argentino con el resto del mundo civilizado.
La cuestión es que algunos señores (o señoras) tienen un apetito desenfrenado de recursos, mientras que otros, si bien pueden estar igual de hambrientos, saben bien que los siervos aceptan su condición siempre y cuando conserven la posibilidad de disponer de una pequeña proporción de los bienes generados para sí mismos. Si ese equilibrio se rompe, no tienen nada que perder para desafiar el orden instituido.
Muy interesante tu análisis pero te olvidas de tener en cuenta al resto del pueblo y empleados que habitamos este país
Dejen de hablar pavadas. Habla desde el resentomiento y generan odio
Naaaa!!!, creo que se te fue la mano, con la nota respecto a las retenciones, con Macri todo bien y ahora todo mal, si las retenciones mo subieron ni un punto y cuando el campo, necesito de dólares los tuvo, no jodamos con que los lacayos y pobres son los dueños de la soja y el Estado los Feudales y Señores, por qué ya nos fuimos al carajo
Me parece que el espíritu de la nota, y la letra, están reflejando un modo totalitario y anacrónico de resolver la ecuación entre intereses públicos y privados. En ese nivel de analisis no sólo hay que tomar las últimas administraciones sino considerar que hace 80 años que el pais retrocede. En todo caso, lo que sí vale la pena consignar es que en los últimos años toda la región crece.
La Argentina es campo y es mar prevalentemente, tanto por recursos como por la oportunidad de satisfacer desde esos recursos la demanda mundial siempre creciente. Ciertamente, la política y las poblaciones citadinas que son las más numerosas, parecen no enterarse.
Responsabilidades nos caben a todos. La primera rectificación sería dejar de pensar que la culpa es del otro.
Muy justo y racional su comentario. Hay que analizar sin prejuicios ni preconceptos el mensaje que se transmite a través de una historia metafórica y creativa que refleja una realidad de lo que viene ocurriendo entre lo que se puede identificar como “los intereses públicos y privados” en relación al campo y sus múltiples cadenas de valor.