“Era un sueño tener el campo y producir, mi mamá todavía guarda espigas de nuestro primer trigo”, cuenta Vanina Zaccardi (33). “La cosecha fue un sábado, vinimos en familia y nos quedamos mirando toda la noche cómo trabajaba la cosechadora. No dormimos nada, nunca me voy a olvidar de ese día”.
Esta historia comienza, en parte, del siguiente modo. En 2009 Oscar Zaccardi (63) dio el paso para concretar algo que hacía rato le rondaba por la mente y el corazón: “producir alimentos”, como él mismo describe. “Con este objetivo, elegimos La Casualidad, un campo de 219 hectáreas, nuestro primer punto de partida en General Belgrano, Buenos Aires”. Y así nació La Rosita, el emprendimiento agropecuario de la familia Zaccardi, que hoy tiene 1.000 hectáreas totales en producción (distribuidas en 5 campos) y que con su nombre honra a la nonna materna de Vanina y sus hermanos porque, como dirán padre e hija durante la entrevista, el bien común y la familia son el centro de todo.
Ahora bien, ¿por qué Oscar decidió un día aflojar con la vorágine de la construcción (rubro en el que le fue muy bien) para “complicarse la vida” con la agricultura? La respuesta es simple y viene desde mucho antes de ese día: “Soy oriundo de Santa Fe; me crié en el campo hasta los 14 años. Iba a la escuela en sulky de chiquito y en bicicleta después, y al volver pasaba la tarde con mi abuelo en la chacra: tareas del día a día, colaboraba con el proceso productivo de hortalizas y la recolección de uvas, ayudaba en lo que podía. Esas vivencias quedaron grabadas en mí; nunca se fueron”.
Luego de 14 años en este camino de hacer agricultura, en 2023 los Zaccardi decidieron ir por más: obtener la certificación de la Mesa Global de Soja Responsable (RTRS por sus siglas en inglés), una organización internacional sin fines de lucro que promueve la producción, el comercio y el uso responsable de soja en todo el mundo.
“Queríamos mostrar que se puede producir bien, en armonía con el ambiente y con la comunidad, y que el productor no es ese personaje egoísta que a veces la sociedad imagina, mayormente por desinformación o prejuicios”, subraya Oscar. “RTRS fue la herramienta que nos dio estructura, roles definidos y un nuevo nivel de profesionalismo, siempre pensando a largo plazo. Ya hacíamos buenas prácticas, pero nos faltaba organización, trazabilidad y mostrarlo; nos ordenó como empresa y como familia y, para lograr la certificación, fue muy importante la consultora Rural Check que nos acompañó en todo el proceso”.
Para Vanina, la agricultura fue una decisión drástica: “Me cambió la vida por completo, yo estudiaba arquitectura y trabajaba en la constructora de mi papá, pero cuando empezó a crecer el tema de la producción decidí dedicarme exclusivamente a esto y hasta me mudé a General Belgrano”, describe. “Me gustaba mucho proyectar y diseñar, pero la sangre tiró fue más fuerte, heredé de mi papá el gusto por el campo; acá se ve el trabajo, el esfuerzo diario y es muy emocionante ver cómo crece un cultivo”.
En la auditoría de 2024, La Rosita operó 655 hectáreas certificadas con RTRS, distribuidas en 442 de soja y 193 de maíz. Durante esa campaña, alcanzaron una producción de 1.250 toneladas de soja y 1.553 toneladas de maíz, con un beneficio adicional de cinco dólares por tonelada gracias a la certificación.
El proceso de certificación es continuo: La Rosita fue auditada nuevamente en julio pasado y continuará manteniendo y renovando su certificación a través de las auditorías de seguimiento, asegurando la mejora constante de sus prácticas productivas y de gestión.
Una de las innovaciones que han incorporado es la producción de camelina, que fue elegida por sus múltiples ventajas: evita la compactación del suelo, requiere menos insumos y menos agua que otras oleaginosas, es resistente a las heladas, sus flores son alimento para las abejas y un dato extra: a diferencia de otros cultivos de cobertura que no se aprovechan comercialmente, la camelina se vende y genera un ingreso extra para el campo.
Además de las buenas prácticas en lo productivo, la certificación pone énfasis en las capacitaciones y en la relación del productor con la comunidad. En este sentido, una de las primeras acciones de La Rosita fue vincularse con los bomberos voluntarios de General Belgrano, que brindaron una capacitación abierta sobre prevención de incendios y RCP. A la vez, el especialista en seguridad e higiene de La Rosita brindó talleres sobre cómo prevenir accidentes e incendios en máquinas agrícolas.
“La idea era dar información concreta y útil, por eso se hizo hincapié en prácticas tan puntuales como sopletear tractores y maquinaria todos los días antes de encenderlas para quitar los posibles restos de nidos o cultivos y que son los que provocan incendios cuando la máquina se prende”, describe Vanina.
Otra de las iniciativas fue apadrinar una escuela rural que cuenta con apenas 16 alumnos entre nivel inicial y primaria. Algunas de las tareas que llevaron adelante incluyeron donar y plantar árboles, parquizar el predio, ordenar la biblioteca, convocar a una narradora de cuentos que se acercó hasta las aulas con videos y cuentos como el de Magela Demarco: “Medio/Ambiente” y el de Sara Roncaglia: “Seis historias para salvar el planeta”, y donar la pintura para pintar la escuela. A corto plazo, en cuanto tengan la autorización del consejo escolar, la idea es llevar a los chicos al campo para que vean cómo se trabaja en la producción. “Creemos que estas cosas inspiran a otros y hemos visto que algunas empresas del sector también se están acercando a las escuelas y a la comunidad, lo cual es muy bueno para todos”, reflexiona Vanina.
También sistematizaron las capacitaciones puertas adentro de la empresa, por ejemplo, sobre accidentes con máquinas agrícolas, uso de matafuegos y botiquín, cuidado del suelo y uso de fitosanitarios. “Se realizan todos los meses y tiene que ver con la mejora continua”, recalca Vanina. “En lo personal me capacito todo el tiempo, realicé una diplomatura de posgrado llamada ´Agronomía Responsable´ y somos socios de Aapresid”.
Hace un año y medio que La Rosita tiene la certificación RTRS y ya observan beneficios concretos, como haber reducido un 20% el uso de fitosanitarios banda amarilla y un 30% de fósforo gracias a realizar aplicaciones sectorizadas, según análisis de suelo. Además, sumaron un 30% de superficie con cultivos de cobertura, lograron reducir un 20% su huella de carbono y hoy poseen su información productiva totalmente sistematizada: mapas de siembra y de cosecha con todos los datos registrados por fecha y por lote.
“Contamos con evidencia de las buenas prácticas realizadas y esto nos da un orden general como empresa agrícola”, resume Oscar. “Hace poco tuvimos nuestra segunda auditoría con el equipo de Control Union, nuestro organismo certificador, y más allá de los nervios que siempre genera una inspección de lo que uno hace, creemos que para cuando salga la nota ya tendremos los resultados adelantados por el auditor; no tuvimos No Conformidades, nos fue muy bien”.
Cosechadores, fertilizadores y contratistas en general también reciben capacitación de acuerdo con los estándares de RTRS, y todo el equipo, sin excepción, utiliza los elementos de protección personal. La señalización por sectores dentro del campo refuerza la organización operativa y minimiza riesgos. “Para nosotros la seguridad no representó un problema porque siempre fue parte de nuestra rutina en la constructora”, subrayan padre e hija.
Después de un año y medio, para Vanina la certificación representa una mejora para la empresa… y muchas otras cosas: “Vale el esfuerzo porque más allá de lo técnico es gratificante, nos da satisfacción hacer las cosas bien y poder mostrarlo, es una caricia para el alma ver que hemos formado un equipo que se siente orgulloso de ser parte de La Rosita. Hoy nuestro desafío es darnos a conocer más en la comunidad y tener proyectos de comunicación para visibilizar la agricultura sustentable”.
Por su lado, para Oscar, hacer agricultura tiene que ver con algo muy profundo: con sus raíces y su propósito. “Vivo tan acelerado que me cuesta un poco detenerme para hacer un balance, pero sí puedo decir que el campo es lo que más nos reconforta, que nos gratifica hacer las cosas bien y poder mostrarlas, porque producir alimento es producir vida, de ahí la importancia de hacerlo a conciencia”, reflexiona y hace una pausa antes de continuar.
“Hace un tiempo empecé a preguntarme qué legado dejo en el mundo, no solo como padre o como empresario, sino como persona. ¿Qué huella deja mi paso por esta vida? Y creo que el campo y la producción sustentable tienen que ver con eso, con mi propósito: pensar a largo plazo, mirar más allá de lo individual y hasta incluso de lo familiar, y comprometerme con algo que siento fundamental como ser humano: el bien común”.