Muchos argentinos descubrieron esta semana, al ver las imágenes de los noticieros de TV, que vivían en un país bananero. En efecto, la protesta de un grupo de productores norteños que regalaron 30 mil kilos de esa fruta en Plaza de Mayo, como manera de mostrar sus problemas, puso en evidencia una situación que muchos desconocían hasta ese momento: en Argentina también se producen bananas.
Una segunda evidencia surgió del denominado “bananazo”: el país no cuenta con herramientas de defensa o fomento de ciertos sectores productivos que –como algunas industrias– deberían ser considerados “sensibles” por su exposición a la competencia desigual contra los productos importados. En rigor, los productores de banana reclamaban al Gobierno por “cupos de importación”.
No es usual que la Argentina deba defender a sus productores agropecuarios de la competencia del extranjero. Lo normal es, por el contrario, que los sucesivos gobiernos asuman una posición agresiva reclamando a los otros países que desmantelen sus protecciones y barreras al comercio. Eliminar las trincheras más que construir las propias. Esto sucede porque el país produce más alimentos de los que necesita y por eso en netamente exportador.
Pero el caso de la banana es diametralmente opuesto: la oferta local de la fruta preferida de los argentinos alcanza para cubrir solo una pequeña porción del consumo local, de entre 15 y 20%. Y por eso los productores locales deben convivir desde hace décadas con la competencia de la banana importada. Para tener dimensión, la Argentina produce unas 150 mil toneladas de bananas por año, pero en 2016 importó nada menos que 425 mil toneladas, tres veces más. Un 58% de ese volumen provino desde Ecuador y otro 28% desde Bolivia.
Las estadísticas oficiales muestran además que en los últimos tres o cuatro años hubo un crecimiento constante de las importaciones de banana, poniendo mayor presión sobre los locales. Es lo que denunciaban en Plaza de Mayo los productores argentinos. Hay una sobreoferta mundial de la fruta y los precios internacionales se han reducido desde us$ 6 por cajón de 20 kilos, primero a us$ 4 y ahora a us$ 2. Sin trinchera ni defensa, con una aceitada gimnasia importadora, la Argentina se convirtió en un mercado tentador para esos excedentes.
En los últimos meses, las importaciones de banana habrían crecido entre 15 y 20% respecto de los volúmenes de 2016, que ya eran elevados. Ese mismo porcentaje del mercado es el que justamente debería cubrirse con la oferta local de la fruta. El desbarajuste fue tremendo. Eliseo Rovetto, secretario de Economías Regionales de la Federación Agraria, reveló que en Formosa quedó sin vender la mitad de la cosecha, madurando en las plantas y a expensas de una helada. En Salta y Jujuy, donde se cosecha en primavera, suplican al Gobierno que intervenga para no seguir el mismo derrotero.
En este escenario, la Argentina está sufriendo lo mismo que deben sentir muchos productores de países que compran sus productos: la amenaza de un monstruo. Ecuador produce 6,7 millones de toneladas de banana. Brasil, unas 6,9 millones.
La gestión de Cambiemos hasta ahora se mostró reacia a aplicar cupos de importación o “precios sostén”, como reclaman los productores. Lo cierto es que la banana nacional no logra competir en su propio territorio, a pesar de ser bastante más barata que la importada (esta semana en el mercado mayorista se vendía la caja de 20 kilos a $ 120/150, mientras que las variedades ecuatorianas cotizaban por encima de $300). Los productores aseguran que no se trata de un problema de calidad sino de aspecto, pues la banana nacional es más sabrosa y dulce que la importada, pero tiende a marchitarse demasiado rápido. “Ecuador, en cambio, produce la mejor cáscara del mundo”, ironizó uno de los bananeros que protestaba en Plaza de Mayo.
Los productores no reclaman un cierre de importaciones, sino una administración del comercio, o más bien que se asegure reserva de cierto mercado en los meses de cosecha. También reclaman que el Estado les propicie una mayor demanda nacional, al menos incorporando la fruta nacional a sus planes alimentarios y sociales.
Auge y decadencia
A diferencia de muchos otros alimentos que la tienen como protagonista, la Argentina es una productora marginal de bananas. Aporta solo 150 mil toneladas en un planeta que produce, especialmente en Asia, más de 26 millones.
“Si bien nuestro país no cuenta con clima tropical, la tradición en el cultivo del banano se remonta a fines del Siglo XIX. La producción profesional es más reciente, pero aun así tiene una tradición de 50 años, con auge en la década de 1970”, explica un informe del Ministerio de Agroindustria sobre el cultivo.
Las zonas productivas están decreciendo desde entonces. En la actualidad se estima que en Formosa quedan unas 2.000 hectáreas en manos de familias campesinas, que producen pequeñas superficies de entre 2 y 6 hectáreas. En Salta y Jujuy, en tanto, los productores son más grandes y tienen un perfil más profesionalizado. Destinan al cultivo unas 3.000 hectáreas.
Como los argentinos consumen en promedio unos 12 kilos de bananas por año, la oferta local es insuficiente y se depende de la importación. En su momento de auge, la banana nativa llegó a cubrir 80% de la demanda, pero en 2004 aportó solo el 40% del consumo y actualmente su participación ha caído a solo entre 15 y 20%.
Nota publicada en el suplemento Agro de Télam el 8 de agosto de 2017