Marcelino Azaguate es un reconocido cantautor popular de la provincia de Mendoza. Es nacido y aún vive en la ciudad mendocina de Las Heras y tiene sangre de la etnia Huarpe, originaria de la región del Cuyum, actualmente llamada Cuyo. Es músico, compositor, realizador de peñas folklóricas y lleva 20 años como docente titular de plástica y artesanías en la escuela del servicio penitenciario del ex COSE. Estudió algunos años de arqueología, que aún sigue apasionándolo y esta base de metodología científica le sirve hasta hoy para hablar con fundamento de su pueblo originario, citando fuentes documentadas. Hace unos años fue elegido “cacique”, porque su pueblo se siente representado en su persona y en su arte, y decidió que él fuera su referente y portavoz.
Por todo esto, cuando justamente una frase del presidente Alberto Fernández ha tenido repercusión global -aquello de que si los argentinos descendimos de los barcos-, nos viene como anillo al dedo, poner el foco en el mensaje que Marcelino, en nombre de sus “hermanos”, viene anunciando a los cuatro vientos, desde hace mucho, como parte de un colectivo cargado de historia y de luchas.
Azaguate -me explica Marcelino- es uno de los cinco apellidos del pueblo originario huarpe que aún perviven en la provincia de Mendoza. Lo mencionan los españoles en sus crónicas del siglo 17, quienes los citan como “sus primeros vecinos”, cuando los huarpes deberían decir eso mismo de ellos, porque estaban desde antes.
Los huarpes habitaron las tierras al norte del río Diamante, con un modo de vida agrícola, pastoril y sedentario. Sembraban maíz, zapallo, papas, quinoa, calabaza y la algarroba era fundamental en su dieta. Controlaban el agua mediante canales, acequias e hijuelas, muchos de los cuales aún se conservan y utilizan.
Marcelino nos hace ver que los Incas dominaron el territorio cuyano, por apenas 150 años, puesto que en 1533 cayeron bajo la dominación española. Pero los huarpes son muy antiguos. Se han hallado restos humanos de más de 12.000 años de antigüedad en la zona de la Pampa de Canota, en Las Heras.
Marcelino sostiene que no todo lo que brilla es oro, que por la visibilidad que se le ha dado a la civilización incaica se ha pasado a interpretar que los Incas llevaron el conocimiento de avanzada a todos los confines de su imperio. Pero aclara que no ha sido tan así sino que por ser los que dominaban se apropiaron de todos los conocimientos que hallaron a su paso. Sus colonias tenían grandes conocimientos de siembra y cosecha, de aprovechamiento del agua y riego, y mucho más.
Menos aún los españoles nos enseñaron a sembrar a los pueblos originarios, dice Marcelino, y me cuenta que el primer alimento sólido que comían los niños huarpes era el pan de harina de algarroba, al que llamaban “cupí”.
La palabra ‘huarpe’ podría traducirse como los “descendientes directos de la divinidad”. Se estima que, a mediados del siglo dieciséis eran unos 100 mil y se dividieron en tres etnias, según su distribución geográfica: los huarpes milcayac, en lo que hoy es Mendoza; los huarpes allentiac, en San Juan; y los huarpes puntanos, en San Luís.
La palabra ‘guaymallén’ es huarpe y significa “lugar de ciénagas”. (Fuente: www.serargentino.com). De ahí que han quedado dos lenguas huarpes: allentiac y millcayac.
Marcelino resalta “el trabajo de una profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, Nora Díaz, sobre un diccionario hecho por un sacerdote en el año 1600 donde están las dos lenguas huarpes, más otras cosas encontradas en un archivo en Perú con las que hizo un trabajo increíble con fonética, “cosas que nosotros queremos empezar a que se aproveche en las escuelas”.
Porque cuenta Marcelino que en la escuela las maestras le enseñaban que los huarpes se había extinguido, que estaban “desaparecidos”, y se referían a ellos en tiempo pasado, cuando él mismo es huarpe y él sabía bien dónde habitaba su gente, hasta hoy mismo.
Los padres de Marcelino provenían de La Majada, al Este de Mendoza, departamento de Lavalle. Luego fueron a San José y a El Puerto, en la zona de las Lagunas de Guanacache. Eran puesteros y crianceros de cabras, ovejas y vacas. Sus tíos, primos y sobrinos aún viven allí. Pero sus padres finalmente se asentaron en Las Heras y allí nació él.
Recuerda que de niño iban desde Las Heras a visitar a sus familiares en el campo lavallino (Departamento de Lavalle). Allí hay choiques, liebres vizcachas, chuñas, zorros, algarrobos, chañares. Solían salir a cazar. Para llegar a esos campos debían cruzar el caudaloso río San Juan en bote.
Cuenta que el río San Juan baja hacia el sur y se convierte en el río Desaguadero, que divide San Luis y Mendoza y que el mismo formaba un gran humedal, las Lagunas de Guanacache, hasta el año 2005 aproximadamente. Son consideradas sitio “Ramsar” estas lagunas, junto a Desaguadero y Bebedero. Abarca unas 962.000 hectáreas repartidas entre las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis. Históricamente fue y es habitado por la etnia huarpe, que dependían de los bienes y servicios de los humedales para asegurar su sustento, para practicar la agricultura, la ganadería, la pesca y caza, aprovechar palustres y ejercer la alfarería.
Hoy sólo las habitan unas 2000 personas que incluyen 12 comunidades huarpes y pobladores criollos (laguneros), los que viven de la cría de cabras y demás. El desvío de los ríos para el uso del agua en los oasis productivos y por las mineras en la Cordillera, aguas arriba, sumado al calentamiento global y demás eventos climáticos, resultaron en la desecación de las lagunas de Guanacache y esta situación se fue agravando desde el año 2010. Este escenario de crisis hídrica y sequía extrema amenaza la supervivencia de los pobladores que no tienen agua para riego ni para sus animales. Y en los veranos llega a escasear el agua en los barrios marginales de las ciudades cuyanas.
Recuerda Marcelino que los cumpleaños de su abuelo duraban tres días, porque llegaban familiares y amigos hasta de San Luis. Su madre cantaba cuyanías y sus tíos, más profesionales, coronaban las fiestas con el más puro folklore de la región, en cuecas y tonadas. Todos ellos sembraron la vocación artística de Marcelino.
Como la familia era numerosa, los cumpleaños eran frecuentes. A sus 16 años empezó a escribir canciones. Se amanecía escribiendo, dice. En la década del ’80 se lanzó de modo profesional. Integró bandas de sikuris y el grupo “Quinua”. Cuenta Marcelino que en los años ’80 se conformó en Mendoza un gran movimiento mendocino de artistas, poetas, músicos, actrices, fotógrafos y hasta políticos por la reivindicación de la historia y la identidad americana. Comenzaron a celebrar el 11 de octubre como el último día de la libertad americana y el año nuevo en el solsticio de invierno.
Con la reforma de la Constitución de 1994, la comunidad huarpe tuvo que ajustarse para quedar enmarcada en las formas que exigía la nueva legislación. Debía tener personería jurídica y la obtuvo entre los años 1996 y 1998. Javier Azaguate, tío de Marcelino, fue elegido cacique, y Marcelino, como segunda autoridad. Pero al tiempo falleció Javier y Marcelino fue elegido cacique.
La gran reforma hizo que aquel movimiento estético e ideológico tomará mayor visibilidad. Recuerda que fue invitado a cantar en su provincia para el aniversario de los 200 años de la independencia argentina y él consideró que la república se fundó sobre territorios de comunidades que preexistían. Y que se instaló el relato de que dejaron de existir para poder legitimar que sus tierras no eran de nadie a la hora de ocuparlas, los españoles.
¿Por qué contar la historia a partir de 1492 o de 1810 si sus ancestros ya estaban haciendo cultura?. “Los colonizadores nos prohibieron hablar en lenguas nativas y los sacerdotes las consideraban diabólicas”, detalla.
Marcelino cuenta que durante el gobierno de Celso Jaque se restituyeron 72 mil hectáreas a los huarpes en la zona de Guanacache, pero la noticia no trascendió. “Fue un hecho histórico, no sólo en Argentina sino en América: una restitución por la voluntad política de un gobierno, no importa de qué partido político fue”, aclara.
Los invitamos a escuchar a Marcelino en los escenarios y fuera de ellos. El poeta y periodista Ulises Naranjo se refirió a él así: “… es un artista atravesado y constituido por su cultura originaria y su particular mirada del mundo. En tiempos de propuestas expresivas cosméticas y fabricadas bajo conceptos del mercadeo, lo de Azaguate es ‘más bien’ un episodio de fidelidad cultural que concluye en canciones e interpretaciones genuinas como pocas veces suele verse en el abanico sonoro de estos tiempos. Azaguate ‘es’ sus canciones; …: respira en ellas, con hermosa cadencia, al mismo tiempo que su fatigado pueblo huarpe sobrevive en ellas pidiendo auxilio a la memoria, que esta vez, elige sus canciones para mantenerlo a salvo. Ya folclore de su barrio obrero, ya silencio de sus campos desérticos y seculares, ya música del mundo cruzada por diversas influencias que lo distinguen, su propuesta abreva en fuentes siempre plurales, sin perder el color de la localía que lo vuelve genuino.”
Y prueba de su optimismo es que está grabando un nuevo disco. Va por la creación de seis temas, uno de los cuales se llamará “Celebrantes de la vida”. Lo está haciendo bajo la dirección de Alejo García, en su estudio “La Jaguara”, en Medellín, Colombia. Ahora nos obsequia “Coplas de mi barrio”, en letra y música de Marcelino Azaguate, con Raúl Reynoso en guitarra y arreglos, Pablo Azaguate en percusión y vientos, y de invitado, el cantor Fernando Barrientos.