A 40 kilómetros hacia el sur de la ciudad de El Bolsón, en el departamento chubutense de Cushamen, se encuentra Epuyén, con valles prodigiosos, regados por varios arroyos que fertilizan y dan vida a magníficos bosques de cipreses, maitenes y coihues. Epuyén forma -junto con El Hoyo, Lago Puelo, Cholila y Golondrina- de una comarca de terreno muy irregular, con valles, mesetas y pampas.
Esa ciudad vio nacer en 1929 a Justo Abelardo Epuyén González, quien llegaría a ser uno de los máximos referentes de la canción cordillerana. Aprendió a tocar la guitarra a los 14 años y desde allí nunca dejó de cantar ni de hacer música y poesía.
Epuyén, era su segundo nombre, no su apodo ni su apellido, y se lo pusieron sus padres en honor a su ciudad natal. Luego lo apodaron “Pinocho”. Abelardo llegó a ser un hombre grandote, rubión, de ojos claros, bien gringo, siempre de bombacha, sombrero y cuchillo. De enormes y curtidas manos, con las cuales tocaba muy bien las cuerdas de su guitarrón.
Sabía bien sobre lo que escribía y componía. Alguien que lo conoció, lo describe así: “Vivía con su madre en las cercanías del campo del turco Tufí Breide, gran jabalicero como él. Tenía un campito y se rebuscaba la vida alambrando, arriando su hacienda, sembrando, cosechando, y sobre todo guapeándole a esa vida patagónica tan dura y agreste”.
En sus primeros años las rancheras y las milongas conformaban gran parte de su repertorio, interpretado en cumpleaños, casamientos y fiestas camperas. Compuso unas 100 canciones con letra y música propias, en ritmos de cuecas, zambas, estilos, gatos, chacareras y loncoméos.
Abelardo fue llegando con sus canciones a los escenarios de Esquel, Comodoro Rivadavia, Trelew, hasta llegar a tocar en gloriosas peñas de la Capital Federal, como el Rancho de Don Fernando Ochoa, El Palo Borracho y El Hormiguero allá por la década de los 70. Estuvo un tiempo viviendo y trabajando en el campo de Cafrune, en la provincia de Buenos Aires.
En 1965 grabó cuatro canciones de su autoría en un disco de vinilo simple: Cazando Jabalí; Tropiando Penas; Mi arroyo; y De Los Lagos. También le pertenecen: Quimey tripanto, Hueley Ñarqui, La araucaria, Damajuana de 10, El chiverito, La gualjainera (cueca), La lelequera, Jabaliceando, Respirando tierra, Mi zaino negro y muchas más.
En una noche trágica, al salir de un boliche en la ciudad de El Bolsón, Abelardo discutió fiero con otro paisano, ambos pasados de copas, y allí nomás lo ensartó con su daga. Luego llegó la Policía, y fue encarcelado en Bariloche, donde falleció el 11 de diciembre de 1978. “Dicen que el alma de aquel guitarrero, surero de ley, volvió a ser libre”, escribió alguien.
Han cantado y cantan la obra de Don Abelardo: Pancho Quilodrán, Cholo Barriga, Efraín Azocar, Edgardo Lanfré, Nelson Ávalos, Miguel Trafipán, Chele Díaz, Eduardo Paillacán, y hasta últimamente Facundo Picone, de los pagos de Chascomús.
Dijo Christian Valls: “Sus canciones sobrevivieron a la tragedia; muchos años después se reinventan a sí mismas y siguen en la tarea de sumarle belleza a la cordillera”.
Les compartimos la letra de uno de sus temas más profundos, que es una apología o defensa, del alma nochera:
Tropiando Penas
Mas me gusta andar de noche
son mañas que tengo yo.
Si a veces pa´ mí, la luna
alumbra mejor que el sol.
No me gusta noche oscura
enlunadita es mejor,
Las penas que voy arriando
me dan trabajo, señor.
LLevo una tropa de penas,
por el camino que voy,
puede ser que venda alguna
si es que encuentro comprador.
Las traigo de hace mucho tiempo,
por eso son de valor.
Nunca pude vender una
y son muy hondas, señor.
Mas me gusta andar de noche
son mañas que tengo yo.
Y les queremos dejar también su canción más popular: “Cazando jabalí”