Si alguno pretendía volver a oler sangre como años atrás pues se equivocó de cine, aunque la película que está en cartel sea más o menos parecida.
La eterna saga del conflicto entre las entidades rurales y el gobierno kirchnerista ya resulta más extensa que la de la Guerra de las Galaxias, porque acá Darth Vader no termina de morirse y los rebeldes son tantos que no luchan solo contra el Imperio sino que también se pelean entre ellos. Ahora hasta hay tribus de autoconvocados que desafían a los peludos Chewbacca y los modernos Arturitos.
Dentro de tan extensa línea de tiempo, el último episodio de la secuela ha sido francamente discreta y quizás no deje nada para el recuerdo. La Mesa de Enlace convocó a una jornada de protesta y cese de comercialización que fue más bien discreta, y que mostró a un sector desparramado en pequeñas batallas (actos) que no llegarán a torcer, ni mucho menos, el rumbo de la guerra. En la “estrella de la muerte”, que aquí está pintada de color rosado, solo se respiró alivio pero también algo de melancolía.
En el acto central o de mayor importancia, unos 300 productores y dirigentes acompañaron a los principales guerreros de la Federación Agraria, CRA, Coninagro y la Sociedad Rural Argentina, que todavía están buscando un maestro Yedi que les pueda enseñar a manejar algo de “la fuerza” que supieron tener hace unos cuantos años atrás, cuando enfrentaron al lado oscuro que quiso imponer la Resolución 125 y lograron torcer por primera vez la voluntad política de Cristina Kirchner, aquella vez presidenta y ahora vice, o lo que sea.
En Gualeguaychú, donde en algún momento montaba sus piquetes un mítico Skywalker desdentado (que ahora, hay que decirlo, se aburguesó bastante como senador de la rancia dinastía del PRO), ahora los cuatro dirigentes nacionales lucieron deslucidos y poco provocadores, quizás evitando caer en el terreno d ciénagas al que el gobierno quiso llevarlos en las últimas horas.
Quizás añorando también las épicas batallas de otros tiempos, el ejercito de blancos Stormtroopers o Tropas de Asalto mediático del Imperio, intentó reflotar la mística acusando a los dirigentes rurales de “golpistas” o hasta de “pesimistas”, como afirmó el “caza recompensas” ministro Julián Domínguez, haciendo gala de que está para un premio mayor. Quizás hasta deba competir nuevamente contra Aníbal Fernández por una gobernación.
La misma escena repetida muchas veces no garantiza un buen argumento. En otros puntos de concentración de las tropas rebeldes, los pocos productores fueron castigadas en todos los casos por el viento frío de la galaxia del invierno en la que se filmó esta capítulo. En todos lados hubo escaso número de combatientes amuchados en sus mufas y desencantos. No debe haber nada peor que sentir eso: saber que uno tiene razón en lo que reclama y que sus demandas son justas y compartidas por todos, pero a la vez estar así -casi solo- en el campo de batalla.
Ni el imperio ni los rebeldes han llegado a esta secuela con las fuerzas intactas y más bien todo lo contrario: Como Han Solo en su última aparición, exponen una debilidad pasmosa.
A las protestas escasas de acompañamiento, el campo sumó un cese de comercialización también de balance muy relativo, pues duró apenas una mañana y no impactó en los mercados de granos ni en los puertos, aunque haya podido vaciar de hacienda los nuevos corrales metálicos del Mercado de Cañuelas, donde la mayoría de los consignatarios se había plegado a la medida de protesta.
Las actuaciones apenas discretas, entonces, solo pueden ofrecernos como resultado una película anodina, de final abierto pero poco intrigante, y que deja habilitada la puerta a una nueva pieza cinematográfica que seguramente será más aburrida que esta… y así en lo sucesivo.
Es que ni la más buena de las historias puede sostener una saga interminable. En algún momento tiene que ganar alguien, sean los buenos o sean los malos. Porque si no se aburren la platea. Y las salas de cine ya no se llenan de espectadores como pasaba antes.