Estaba pensando un título tranquilo y relajado para encarar el presente artículo y se me ocurrieron varias alternativas. Finalmente me decidí por el siguiente: “La corporación política argentina sigue subsidiando al agro brasileño a costa de un desastre social interno”.
Esta semana el analista Enrique Erize advirtió que Brasil está consolidando su posición de potencia agrícola mundial y dos semanas atrás el consultor Sebastián Lago había hecho la misma advertencia durante una conferencia ofrecida en una jornada organizada por los CREA del Sur de Santa Fe en la Sociedad Rural de Venado Tuerto.
Una muestra de lo que eso implica lo estamos experimentando los argentinos en “carne viva” en las últimas semanas: a pesar de un fracaso productivo catastrófico, los precios FOB de la soja están planchadísimas porque Brasil está exportando poroto como si no hubiera un mañana.
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Además de lograr cosechas que crecen año tras año, Brasil tiene un déficit de infraestructura enorme que contribuye a generar embarques gigantescos en los períodos de recolección de soja y maíz.
Eso no es un “dato” más por incorporar al análisis, sino un cambio estructural en la matriz agroindustrial a escala global que impacta de manera directa en el negocio argentino, dado que, por cuestiones geográficas, somos vecinos del nuevo líder mundial.
El cambio de paradigma es tan grande que incluso Brasil, si bien sigue siendo el principal comprador de trigo argentino, comenzó a competir con su vecino sureño en el negocio de exportación del cereal.
En Brasil cambian los gobiernos, pero la política agropecuaria no cambia. Si bien existen diferentes factores que impiden que eso suceda –como un gremialismo agropecuario robusto y un grupo nutrido de legisladores que responden a los intereses genuinos del campo en sus respectivos estados–, el principal es que el agro es un motor de desarrollo fenomenal en el interior profundo del país, además, claro, de una “fábrica” constante de divisas.
Esta cuestión debería estar en la agenda de todas las agrupaciones partidas argentinas porque, con un Brasil exportando volúmenes ciclópeos de productos agroindustriales año tras año, los valores FOB sudamericanos tenderán a registrar una tendencia decreciente. Y eso sólo puede significar una cosa: ya no van a poder aguantar los derechos exportación, las retenciones cambiarias ni los “planchazos” provocados por las regulaciones de mercado.
Insistir con esas políticas, sin advertir que estamos en un nuevo escenario, es la receta infalible para promover un desastre más calamitoso que el experimentado hasta el momento.
La corporación política debería tomar nota y saber que el agro ya no tiene resto para financiar su “negocio”. La mala noticia es que no existe ningún otro sector que pueda reemplazarlo. Deberían, por lo tanto, resignar sus desmedidas expectativas para alinearlas con la situación presente en Brasil, Paraguay y Uruguay, donde a nadie sensato se le ocurre emplear al campo como “caja política”.
La ironía de la tragedia presente en la Argentina es que, gracias al subdesarrollo productivo promovido por las políticas extractivistas de la corporación política, los precios FOB de los productos agrícolas sudamericanos son mayores a los que deberían ser y eso, obviamente, contribuye a mejorar los ingresos de los productores brasileños (y también paraguayos y uruguayos).
Estamos, en definitiva, “subsidiando” la consolidación de Brasil como potencia agrícola mundial. Y no lo hacemos gratis, sino a costa de un empobrecimiento generalizado de la población.
Foto @rallydasafra