Hace ya 20 años que irrumpieron en el país las primeras herramientas de agricultura de precisión en las máquinas agrícolas. Nos referimos a los
monitores, los GPS o los sensores. Llegaron para brindar información, eficientizando las tareas de cosechadoras, tractores, sembradoras o pulverizadoras. Y llegaron para actuar, ya sea por ahorro de insumos o potenciando aquellas áreas de un lote que daban para más.
Dos décadas atrás, el peso a un dólar de la Convertibilidad, el mercado abierto a las importaciones y los nuevos paquetes tecnológicos que arrojaban rendimientos nunca antes vistos, brindaban oportunidades para jugar con las máquinas a gusto y piacere.
El primer chiche que apareció fue el monitor de rinde en la cabina de la cosechadora. Hoy ya todas las máquinas vienen equipadas con este artefacto desde fábrica. Es algo difícil que no le interese a cualquier chacarero saber cuánto grano estaba levantando en tiempo real, por lo menos para chusmear. Ahora bien, qué se hacía con esa información quedaba en cada uno: si la anotaba, si hacía un mapa de su lote o quedaba para el recuerdo.
Que una zona rinda más que otra bajo iguales condiciones climáticas y de manejo es sinónimo de mejor fertilidad. Un bajo versus una loma, por ejemplo. Con esa información y la geolocalización se podía sembrar con distinta densidad para aprovechar mejor los recursos y/o fertilizar de forma variable para potenciar aún más un sitio específico. Pero esto fue algo que llevó diez años más hasta hacerse realidad.
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Para la siembra, mientras tanto, fueron llegando los sistemas de dosificación variable con su respectivo monitor arriba del tractor. Esto permitía cambiar la cantidad de semilla que se depositaba por surco, por metro lineal. Con la información obtenida por el monitor de rinde, ya podía variarse la densidad en plena siembra. Poner más plantas de maíz en los sitios de más recursos y menos en las zonas más pobres o con ciertas limitantes, por ejemplo.
Pero ya esto parecía más sofisticado para la época. Por eso, cuando en 1998 se vendieron 150 monitores de rinde, solo 1 sembradora con dosificación variable era comercializada. Esto hablaba a las claras de que aquella tecnología todavía no se usaba para producir más. Recién para 2008, se compraron cerca de 1000 equipos de siembra variable.
Yendo a la pulverización, o protección de cultivos, la tercera gran labor del manejo chacarero en la época de siembra directa, apareció el banderillero satelital. Hasta ese momento era necesario ocupar una persona en la cabecera de los lotes para indicar al operario si la máquina iba derecha. Además del peligro para su salud, se requería más mano de obra.
La adopción del banderillero satelital fue veloz. En 1998 se compraron 10 equipos, pero en 2004 ya se vendieron 3000. La adopción fue la típica según el precio de la tecnología; hasta que no sea más barato que tener un tipo con una bandera, la mayoría no se decidió. Los productores luego notaron la eficiencia de no superponer pasadas, o de no sobre-aplicar o sub-aplicar productos por no ir exactamente derecho, como dicta el GPS.
Esos fueron los avances más notables en cada rubro. Después llegó el piloto automático para siembra y cosecha, muy eficiente para no trazar mal los surcos con la sembradora y un descanso para el operario, que no debía ya andar mirando el marcador de la sembradora o el borde de lo que ya se cosechó. Estar descansado amplia las horas que cada hombre puede trabajar. Y eso es eficiencia.
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Para 2010 llegaron los cortes por sección en siembra y pulverización. Un dispositivo permite la activación y desactivación de los cuerpos de siembra o picos en aquellas situaciones en donde lo que resta trabajar de un campo es una superficie menor al ancho de trabajo de la máquina. Se evita así la sobre-aplicación.
En 2014 aparecieron los drones y las pulverizadoras con sistemas de control selectivo de maleza. Estas últimas tienen un sensor infrarrojo que identifica si hay maleza o no, por lo que aplican los agroquímicos solo arriba de ellas, ahorrando una cantidad considerable de herbicida en aquellos lotes no tan atacados de malezas. Como toda novedad está siendo evaluada y, aunque están claras las ventajas, el precio de la tecnología todavía es elevado.
Los drones todavía no han demostrado demasiada utilidad para los sistemas productivos. Son lindos para recorrer y ver el campo desde arriba. Pero al principio fueron promocionados para formular un mapa del campo preseteado por el productor con los diferentes índices verdes, para detectar malezas o determinar las zonas mejor o peor nutridas de un cultivo. Esto iba a permitir, luego, la aplicación diferenciada de insumos dentro de un lote.
Pero para esa tarea, los drones están siendo reemplazados por las imágenes satelitales, que cada vez tienen mayor calidad y se puede comprar hasta por día. Antes carecían de tanta frecuencia y, sobre todo, eran caras.
Estos objetos voladores, sin embargo, tienen terreno para ganar yendo a la acción: podrían pulverizar, fertilizar, sembrar, etcétera. Será a futuro, aunque ya hay desarrollos incipientes en el país.
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Bien, hasta aquí la evolución histórica. ¿Y qué será lo que vendrá? Para Andrés Méndez, que siguió desde el INTA todos los avances en agricultura de precisión desde que sus albores, la automatización de los procesos es el punto donde se seguirá avanzando. “De todas formas nunca estaremos ni cerca de reemplazar a los asesores con experiencia. Sí, estos deben usar y comprender la tecnología. Pero su utilización sin razonamiento ni criterio solo llevará a que nuevos actores comiencen a entender menos la agronomía”, advirtió el técnico.
Para Méndez la clave pasa porque las nuevas tecnologías capitalicen la recolección de datos que muchos productores han venido haciendo desde hace varios años, pero que todavía no ha sido de gran utilidad.
“Hay muchos que tienen varios años de mapas de rendimiento y esto le podría servir para negociar con los seguros los pisos de rinde para cada cultivo y hasta para cada año, sea húmedo, seco o promedio. También se pueden empezar a fijar precios de alquileres de campos según la historia de sus lotes. Y los contratistas deben empezar a valorizar su trabajo, dejando trazado cada tarea realizada”, destacó el especialista.
“Si no avanzamos sobre esto, iremos perdiendo competitividad global. Hay que lograr sumar productores, contratistas, asesores, entidades, instituciones, empresas de maquinaria, software y hardware; en necesidades conjuntas. Porque si cada uno va por su lado no se lograrán cambios trascendentales para la producción agropecuaria”, razonó.