“No medir el agua en el suelo antes de sembrar la gruesa es como hacer una inversión sin saber cuantos ahorros tengo”, escribió el meteorólogo Carlos di Bella en el último informe agroclimático de la agtech argentina S4, desarrolladora de tecnología para disminuir el riesgo climático en el sector.
En su Informe Climático de septiembre, di Bella asegura que “la mayoría de los productores no mide ni analiza el agua que tiene en las napas, un dato fundamental para saber en qué momento sembrar la cosecha gruesa, y para minimizar los efectos que la falta de lluvias tiene en los cultivos”.
El agua acumulada en el suelo define la disponibilidad hídrica para los cultivos de invierno, mientras que, para los cultivos de verano, además, serán necesarios los aportes provenientes de las precipitaciones a lo largo de la estación de crecimiento.
En el contexto actual de enorme variabilidad interanual y estacional de lluvias, con profundidades erráticas de las napas y con los conocimientos y tecnologías disponibles en el manejo de los cultivos, resulta imprescindible adaptarse a los cambios de clima y la disponibilidad de agua en los perfiles de suelo para reducir, en parte, los posibles efectos de la falta de agua.
Explica el meteórologo que en un esquema muy simplificado de balance hídrico, la principal entrada de agua al sistema es por lluvia, aunque en algunos ambientes y bajo determinadas condiciones también pueden jugar un rol importante las napas freáticas.
Por otro lado, la transpiración de los tejidos vegetales y la evaporación del suelo, integradas bajo el término de Evapotranspiración (ET), representa, también de manera simplificada, la salida más contundente de agua del sistema. “Es entonces, del balance entre salidas y entradas de que el suelo juega un rol fundamental de almacenamiento y puesta a disponibilidad de este recurso tan preciado en los sistemas de secano”, indicó di Bella.
Según el especialista, una altísima proporción de productores lleva registros de lluvias o especula acerca de la probabilidad de ocurrencia de precipitaciones a mediano y largo plazo para decidir la fecha de siembra, la variedad o el ciclo de crecimiento de un determinado cultivo.
Luego di Bella se pregunta: ¿Pero cuántos productores llevan un registro actualizado de la disponibilidad de agua en el suelo? ¿Cuántos calculan el agua útil en el perfil de suelo? ¿Cuántos realizan un balance de agua en el suelo entre la disponibilidad y las probabilidades de ocurrencia de lluvias? ¿Cuántos especulan acerca del nivel de rendimiento a alcanzar o la mejor fecha para sembrar en base a estas mediciones y estimaciones?
“La respuesta: Muy pocos. En términos comparativos, es como emprender una inversión a mediano plazo y no saber de cuentos ahorros dispongo en caso de necesidad”, contestó él mismo.
En la agricultura actual no podemos darnos estos lujos. No hay margen para los errores y las imprevisiones. Por ejemplo, para un campo de la zona núcleo de Buenos Aires, la climatología normal de lluvias es de 450 mm (como se espera sea este año) para el período septiembre-febrero con un 80% de probabilidades de ocurrencia. Un cultivo de soja, en términos promedio, consume 640 mm de agua si se siembra en noviembre y no hay ningún tipo de déficit ni hídrico ni nutricional.
No es difícil darse cuenta, entonces, que para obtener buenos rindes es imprescindible contar con una buena provisión de agua del suelo. “Para ello sugerimos realizar adecuados análisis de suelos y estimar el agua en el perfil de manera periódica para hacer las previsiones de reservas de agua en el suelo y tomar mejores decisiones”, indicó el experto de S4.