“A través de la basura uno puede saber muchas cosas”, dice Hugo Tello a modo de bienvenida y luego del largo silenció que acompañó la caminata por el predio de 10 hectáreas de la planta de Residuos Sólidos Urbanos de Pellegrini, provincia de Buenos Aires, ciudad de 7.000 habitantes.
La frase de Hugo, ex coordinador de la planta, tiene algo de misterioso porque remite a esas series de investigación donde algo se comprende (y luego se resuelve el caso) hurgando en la basura del sospechoso. Pero ahora vamos a algunos datos más concretos: hasta 2013 este lugar fue un basural a cielo abierto y en 2017 se terminó la obra de la que hoy es la planta que recibe todos los residuos de la ciudad para su clasificación.
Aquí llegan plásticos, metales, vidrios, cartón, papel, restos de poda, materia orgánica (residuos de comidas) y bidones de agroquímicos, que van a un galpón aparte. Hay un sistema de recolección diferenciado según el residuo y, además, los vecinos ya han hecho propia la iniciativa de ser conscientes a la hora de tirar la basura y muchas veces se acercan ellos mismos a la Planta.
Los residuos se enfardan para que ocupen menos espacio y se venden a una recicladora de Buenos Aires, aunque el vidrio va a Mendoza y el cartón a Coronel Suárez, una ciudad cercana. “Los neumáticos de maquinaria agrícola se regalan para tapar los silos de autoconsumo, los restos de poda hay quienes los vienen a buscar para calefaccionar y el aceite de cocina se colecta para una empresa que hace biocombustibles”, describe Hugo.
“El 42% de los residuos de Pellegrini es materia orgánica, como restos de alimentos”, agrega. “Aquí hacemos compostaje con lombrices y se regala a un taller para lo comercialicen, al mismo tiempo incentivamos a que la gente haga compostaje en sus casas y les damos las lombrices. Ya hay 200 familias que lo hacen, muchas de las cuales comenzaron durante la pandemia, y así se ahorra la generación de un gran cúmulo de residuos”.
En este punto, en el de involucrarse y empezar a hacer cosas, Hugo destaca lo siguiente: que algo cambia en las personas. “Hay gente que al principio se resiste pero cuando empieza a separar o a hacer compost, les cambia el estado de ánimo… Los que no hacían nada ahora se acercan a un Punto Llimpio a llevar los residuos aunque tengan que hacer 10 cuadras y hasta van con la familia. Yo creo que el tratamiento de residuos es un cambio cultural”.
Tal es así que se hacen visitas a la Planta (no sólo de escuelas sino para los vecinos en general) que por lo general funcionan como un impulso para que las personas se tomen en serio el “separar en casa” porque al ver lo que se hace con la basura, toman conciencia de la importancia y de los volúmenes que se manejan. Además, como Hugo tiene un gran compromiso con el tema, se esmera en hacer las cosas bien en todo: por ejemplo está recuperando el pastizal del predio para que haya biodiversidad y la naturaleza nativa esté presente.
“El tema de la basura es apasionante porque uno puede saber muchas cosas, como darse cuenta del poder adquisitivo de cada barrio, qué consume la gente y hasta a veces ver si tiene actitudes egoístas cuando tira algo que a otro le puede hacer falta como ropa o electrodomésticos”, reflexiona Hugo que diseñó un colector solar casero que tiene en exhibición porque apunta a que la Planta funcione como un centro educativo ambiental.
“Analizando la basura se pueden generar muchos datos que luego son de utilidad para planificar infinidad de cosas”, resume Hugo. “Se pueden detectar conductas, los meses en que hay menos consumo y hasta cuestiones de salud de las personas. La basura habla”, concluye.