Pu Duam significa “todos los afectos” en mapuche, y su elección como nombre para el emprendimiento que inició Carlos Passerini hace más de una década da cuenta de la impronta familiar que tiene. Su abuelo producía vino en la región piamontesa, al norte de Italia, y él, un empresario industrial radicado en Rosario, decidió continuar su legado en Villa General Belgrano.
Las hileras de vides completan el imponente paisaje que dibuja el Cerro Champaquí en el fondo de la finca. Hay plantadas variedades malbec, sauvignon blanc, bonarda y gewürztraminer, y sus primeras botellas las obtuvieron hace ya 9 años. Pero eso que hoy parece un emprendimiento muy aceitado, dedicado también a la gastronomía, con un restaurante por pasos; y al turismo, con días de campo, cabalgatas, paseos en globo y astronomía; surgió muy de abajo.
Si bien hoy el Valle de Calamuchita es cuna de muchos proyectos enológicos, cuando Carlos empezó a trabajar su primer viñedo, en 2012 era casi un pionero en la materia. Hoy es Lucas, su hijo, quien lo acompaña en la actividad y sigue sus pasos, fiel a sus raíces italianas y a la impronta que tiene desde sus comienzos.
“Compramos este terreno en una época difícil de la Argentina, saliendo del 2001, y realmente fue un refugio para todos los afectos”, señaló Lucas, al recorrer junto a Bichos de campo su finca.
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Lo suyo fue una experiencia de traspiés, errores, pruebas y mucho aprendizaje. Cabe destacar que los Passerini no provienen del sector agronómico ni tampoco del enológico, sino del industrial, pues su principal fuente de ingresos es una planta dedicada a la importación, producción y venta de plásticos. “Lo más cercano a una bebida que estuvimos es el polietileno para hacer las botellas, no mucho más”, se sincera el emprendedor, que considera que Pu Duam ha empezado “muy poco profesionalmente”, como un hobbie, pero el tiempo y las ganas de crecer les ha permitido convertirse en un actor importante del turismo enológico de la región.
En el fondo, el objetivo inicial era honrar al abuelo de la familia, el bisabuelo de Lucas, que hacía vino para sus allegados en Italia y trajo luego su pasión a Argentina para transmitirla de generación en generación. De hecho, en su finca de casi tres hectáreas, los Passerini han implantado gewürztraminer, una especie que proviene de la región de Trento, como modo de transmitir su historia familiar.
Lucas es un aficionado a la enología que ha sabido capitalizar su experiencia. Habla de climas, regiones y cepas como si no fuese un industrial rosarino, sino un especialista en la materia. Su secreto, afirma, fue haber llevado adelante el proyecto “de corajudo”, con una bravía inicial que, si bien les permitió crecer mucho, también les generó varios contratiempos.
El de la cepa gewürztraminer fue uno de ellos. Es que esa uva blanca, destaca Lucas, “es una rareza en Argentina, porque está preparada para climas muy fríos”. Pero aún así decidieron experimentar y ser parte de las sólo 100 hectáreas implantadas que hay en el país. A pesar de aún no poder producir grandes cantidades, funcionó, porque además están asesorados por la ingeniera agrónoma Daniela Mansilla, una profesional destacada en el campo y reconocida en la región.
La clave está en producir un buen vino, pero también curar la experiencia de los visitantes que se acercan a pasar el día, a disfrutar de la gastronomía o a alojarse por el fin de semana. Porque lo que empezó como una finca familiar hoy es ya un proyecto destacado del turismo enológico del valle y, por eso, Lucas destacó la importancia de seguir mejorando el servicio para “hacer un poco más rentable el hobby” que empezaron hace 12 años.
Quienes se acerquen a desconectar de la rutina en la finca, podrán probar los menús de 3 y 7 pasos y los vinos Passerini en sus variedades malbec, rosado y gewürztraminer. Es curioso: el rosado, que proviene de la uva Bonarda, también fue el resultado de un traspié y un intento no tan fallido de innovar. “Como le cuesta mucho madurar y no llegamos a hacer un vino tinto, terminamos haciendo un rosado espectacular que realmente a la gente le encanta”, afirmó Lucas.
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De forma paulatina, la familia vio convertirse su pasatiempo en una unidad de negocio. Con gran potencial de crecimiento por delante, saben que su proyecto requiere de dedicación, pero no pierden el sentido del disfrute ni descuidan la industria del plástico, que es la que también les ha permitido llegar a donde hoy están.
-¿Los vinos se comercian en la zona o sólo se consumen en la finca?
-Solamente los consumimos en la finca. La mayoría de la gente viene al restaurante y así conoce nuestro producto. Como sólo tenemos tres variedades propias, incorporamos vinos de otros productores de la zona, como Furfaro, Frusso y Vista Grande, y así vamos mostrando distintas regiones de Córdoba. Por eso es muy positivo que sigan apareciendo nuevos productores.
-¿Pensaste alguna vez dejar el trabajo en la industria para venir acá?
-La verdad que no, porque todo esto que ves acá se logró con mucho trabajo y todo viene de ahí. Mi papá y mi mamá tienen una historia muy italiana, armaron su industria con 500 dólares y todo se fue dando de a poco. Entonces no descuidamos nada, todo costó mucho, soy muy agradecido de eso y quiero cuidarlo. Así es mi forma de ser.