Juan Santos Ferrarotti tiene 76 años y en 2012 se jubiló, dando fin a una vida de trabajador rural en la zona de San Andrés de Giles, a poco más de 100 kilómetros de la Capital Federal. Entre sus tareas rurales cuenta que siempre le gustó ocuparse de los fuegos y de cocinar para la peonada, en las casillas o a la sombra de un árbol, un guiso, un estofado, unos bifes a la criolla, una churrasqueada.
No será por casualidad, que desde que tiene memoria, integró el grupo que asaba una vaquillona con cuero para celebrar el día del trabajador en el salón del club San Martín, ubicado frente a la plaza Saraví, en pleno centro. Otro grupo se ocupaba de asar un costillar para el día de la independencia, y cuenta Santos que para esa fecha, los 9 de julio, él no asaba pero era un compañero fiel, en cuanto a comer y beber vino. Hasta hoy sacraliza sus días haciendo un culto a la amistad en el ritual criollo de un asado mediante, un tinto, una ginebra, y el fuego que eterniza las veladas con amigos.
Santos se crió ayudando a su padre en el oficio de trabajador rural en una estancia cercana a Azcuénaga. A los dos años de nacer en el hospital de Giles, su padre compró una casa en esa ciudad, pero fue a la escuela de Azcuénaga, recorriendo 6 kilómetros a caballo. Todas las mañanas se cruzaba el auto viejo de su maestra que llevaba a varias alumnas, sin saber que dos de ellas, hermanas entre sí, llegarían a ser, una, su esposa que falleció a los 4 años de casados, y la otra, su compañera por el resto de su vida.
Cuando Santos terminó la primaria, su padre, como buen tano, le dijo: “¿Sigue estudiando o se pone a trabajar?”. Y como a él le costaba el estudio, eligió el trabajo. Su padre lo envió a trabajar a la estancia San Juan, donde lo trataban como parte de la familia. Tanto que, con 22 años, Santos se terminó casando con la hermana de la esposa del dueño de la estancia, la misma que se cruzaba de chico, camino de la escuela. Con ella tuvo una hija, Mónica, pero a los 4 años de casados falleció de un derrame cerebral. Años después se juntaría con la hermana de aquella, María Luisa, quien falleció hace pocos meses.
En 1974, Santos dejó de vivir en la estancia porque logró comprarse su casa en Giles. Luego trabajó de textil en Luján, y después en vialidad, hasta que en 1990 ingresó a trabajar con la familia Furey. Allí ejerció los oficios rurales durante 25 años: cuidaba la hacienda y manejaba las máquinas. Recuerda que: “a veces araba o cosechaba de noche, y vivía engrasado hasta las narices, porque siempre había que meter mano en un motor. Nada que ver con ahora, que las máquinas andan solas”.
Pero resulta que a finales de los años ’90, en un asado realizado un domingo, en el mismísimo campo de los Furey, nació la idea de organizar la “Fiesta del Chancho Asado con pelo” en la ciudad de San Andrés de Giles. Y alguien debería ocuparse de organizar los fuegos para asar a los chanchos, evidentemente con cuero. Pues por cercanía y por experiencia, fue elegido Santos Ferrarotti para esa central tarea, hombre además, de confianza, responsable y de un gran equilibrio emocional. Y si no, que les pregunten a los Furey.
El propio Santos recordó esa vivencia en Bichos de Campo:
La primera Fiesta del Chancho se realizó en la primera semana de enero del año 2000, en una cancha de papifutbol, justo frente a la casa de Santos, entre las calles Irigoyen y Belgrano. Duró 2 noches y concurrieron unas 350 personas.
Cuenta Santos: “Usamos mi casa para almacenar las bebidas, pero no tuve tiempo ni de dormir. Imaginate, los nervios, el humo, el calor, la responsabilidad, comenzábamos a las 7 de la mañana y cocinábamos al mediodía y a la noche, hasta las 4 de la mañana. Asamos entre 20 y 30 chanchos de 100 kilos. Hubo que carnearlos, limpiarlos, deshuesarlos y adobarlos, porque algunos hasta eran adobados con vino. Se servían porciones al plato y el renombrado ‘chanchipan’, al que se le podían poner distintos aderezos que hicieron fama por lo especiales”.
Luego continuaron en el parque municipal, con una duración de 4 noches, de jueves a domingo, donde fue aumentando la cantidad de público.
La Fiesta del Chancho se realizó durante 7 veranos, y en las últimas llegaron a concurrir entre 12.000 y 15.000 personas. Cuenta Santos que ya eran entre 8 y 10 asadores, llegando a cocinar las últimas veces más de 120 chanchos. En la primera tanda de la mañana ya se asaban entre 30 a 40 piezas.
Hace muy poco que Santos perdió a su segunda compañera de vida. Pero a pesar de los duros golpes que le asestó el destino él nunca perdió ni las ganas de vivir ni la alegría, que sigue brindando a sus amigos y vecinos de Giles. “Yo me llevo bien con todo el mundo, porque me es más fácil andar bien con la gente, que conmigo mismo. Será por eso que me quieren hasta los perros”, dice. “Siempre que he podido, he dado una mano al que la necesita”.
Su hija Mónica le ha dado dos nietos y la tiene cerca. Juan Santiago “Johnny” Furey y sus hijos, consideran a Santos un miembro más de su familia. No hay fecha familiar en la que no esté Santos y lo asisten permanentemente. “Es que este tano se ha hecho querer”, dice emocionado este gringo grandote, mientras le pone su pesada mano sobre el hombro y le avisa que lo irá a buscar para que lo ayude a preparar un estofado de cordero y festejar juntos su cumpleaños (el de Johnny) en el campo, dentro de muy poco.