Esta otra linda historia de Traslasierra, en Córdoba; la de Gregorio “Goyo” Aráoz de Lamadrid, un hombre de 64 años que a primera vista parece enamorado de la vida, de su mujer Ana, y del terruño que eligió hace 10 años atrás como su lugar en el mundo y en el que quiere permanecer hasta el fin de sus días.
Se llama Hotel y Bodega Aráoz de Lamadrid, y está ubicado en San Javier, cerro arriba. Para describir lo que hizo con esas 11 hectáreas de sierras cordobesas, que al principio era un monte virgen, “completamente cerrado” como definió el propio Goyo, harían falta muchas fotos. Intentaremos relatarlo y graficarlo también.
“Casi que nos subíamos a los alambres para ver porque no se podía ni entrar”, relató en diálogo con Bichos de Campo sobre el día en que decidieron comprar ese predio. Antes Gregorio había hecho de todo: fundó y dirigió escuelas, trabajó como paisajista en los Estados Unidos y administró establecimientos porcinos en San Andrés de Giles. Sus hijos agrónomos siguen por allí.
Su finca soñada se llama “El Tala” y está ubicada ciertamente en uno de los pueblos más bellos del valle de Traslasierra. De eso no quedan dudas y basta con ver la nota en video o las fotos.
“Vinimos a este lugar por unos amigos que nacieron y que viven acá, y ellos siempre me decían que este era uno de los lugares más maravillosos del mundo y lo comprobé. Este era un lugar de vacaciones al principio, pero terminamos quedándonos por lo mucho que conectamos y por el bienestar que nos genera”, remarcó Goyo Lamadrid.
Mirá la entrevista completa a Goyo Aráoz de Lamadrid:
Primero Goyo hizo su casa, con ánimo de pasar allí sólo breves temporadas. Pero luego se fue aquerenciando con el lugar, con sus vecinos y con los artistas de San Javier, a quienes comenzó a comprarles obras para adornar los entornos de su lugar, ya que luego construyó unos pocos dormitorios para recibir visitas.
Más tarde comenzó a implantar algunas hectáreas de vides, para probar hacer su propio vino “entre montes”. Implantó las hileras de uvas con sumo respecto del paisaje original, a tal punto que entre los viñedos se aprecia gran cantidad de árboles autóctonos, algunos con más de 200 años de vida. ¿No te dan sombra sobre las uvas, preguntamos. Goyo se ocupa de podarlos para dejar solamente el extremo superior de la copa.
“Quisimos construir una enología cuya identidad fuera bien cordobesa, tratando de expresar el monte y las aromáticas, algo bien propio de Córdoba, y entonces quisimos que los vinos pudieran expresar esos sabores y lo hicimos tratando de que todo esto haga sinergia, una palabra que me parece maravillosa”, resaltó.
Goyo se llama igual que aquel militar- Gregorio Aráoz de Lamadrid- que luchó por la Independencia, que enfrentó a los federales, y que fue definido por Sarmiento como “el más valiente de los valientes”. Por la fama de su chozno, este hombre prefiere que le digan Goyo.
Queda claro que nuestro Goyo contemporáneo ha trabajado lo suficiente a lo largo de toda su vida como para darse ahora muchos gustos. Y en efecto, cada uno de los rincones de su hotel y bodega han sido intervenidos, pero con respeto y suma delicadeza. A este emprendedor le gusta de estar encima de todos los detalles y va de aquí para allá, aunque a veces parece cansado en algunas lomadas. La bodeguita la armó en la parte más alta del predio y vale la pena visitarla.
Allí tiene implantados casi todos los varietales que añoramos por nunca haberlos probado bien, Cabernet Frank incluido. Por dentro, esa bodega es casi un museo, porque hay esculturas, cuadros y cosas raras colgando de los techos y paredes. Al bajar, se aprecia una cava que guarda las botellas de vendimias anteriores, que todavía “no son suficientes como para sacar conclusiones”, nos contó Gregorio.
“Al principio la idea era hacer un vino para nosotros, teniendo la mitad de viñedo con monte y parque y la otra mitad con monte natural preservado tal cual así y sin tocarlo. En esta tarea de preservar la flora autóctona y sinergizar con la viña nos ayudaron mucho a configurar esta identidad tanto nuestro enólogo Federico Zaina, de Tunuyán, Mendoza, como Pedro Rosell, muy conocido en el mundo de los espumantes”, recordó Goyo.
Uno de los consejos que grabó a fuego luego de sus charlas con Zaina y Rosell fue el siguiente: “Vos podés copiar si no venís del mundo de la enología, porque de repente tenés un vino en la cabeza y querés igualarlo, pero eso siempre es copia. Vos tenés que construir algo distinto y original porque eso es mucho más lindo que la copia. En eso basamos la originalidad de nuestro proyecto, en roda la sinergia del monte con las aromáticas nativas del lugar, la polinización propia que se produce y con la expresión de este terruño y con sus minerales que son muy propios como el cuarzo, el feldespato y la mica”.
La bodeguita Aráoz de Lamadrid produce ocho cepas entre tintos, blancos y rosados y de allí salen unas 18 mil botellas anuales que no llegan a salir de Traslasierra, porque son vendidas allí mismo, entre turistas, sibaritas y gente que quiere tomar un trago de este vino.
Junto a otras bodegas de la zona, que está comenzando a tallar como una de las nuevas regiones vitivinícolas, Goyo comenzó a elaborar un vino con denominación de origen Traslasierra. Le pusieron de nombre “Chuncano”, como se conoce a los habitantes de esta zona de Córdoba.
En la bodega disponen de 2 grandes tanques de fermentación (de acero inoxidable) de 4500 kilos, y otros dos de 2500 kilos, lo necesario para vinificar 12 mil litros aproximadamente. Y en su cava tienen 28 barricas de roble, y mas de 6 mil litros en guarda. Sus nuevas estrellas son tres “huevos” comprados en Francia: sirven para custodiar el vino en reemplazo de las barricas.
Cerca de la bodeguita, otro de los rincones preferidos de Goyo es un invernadero que construyó con madera y mucho talento. En el medio se puede apreciar la estatua de una cosechera en minifalda y bromeamos sobre la idea de pensar que si fuera real, no habría problemas para conseguir mano de obra en tiempo de vendimia. Aquí, por ahora, no hay problemas para conseguir manos que recojan la uva de los parrales. En tiempo de cosecha, trabajan el propio Goyo y los suyos más cercanos.
Esa estatua cosechera de bronce no será presa fácil de los mozos, pues aparece custodiada por miles de espinas. Es que Gregorio tiene una colección de 7 mil cactus que va recolectando de sus viajes o que le traen sus amigos. Están por todas partes.
Goyo es un hombre admirable porque fue capaz de transformar su entorno hasta fundirse él mismo y sus ideas en ese paisaje. Finalmente decidió vivir en San Javier a pesar de que podría haberlo hecho en cualquier otro lado. Y sobre todo, decidió vivir plenamente lo que le queda de vida.