Por Matías Longoni (@matiaslongoni).-
¿Se dieron cuenta de que hace cuatro o cinco meses que Alberto Samid no aparece en nuestros televisores? ¿No extrañan un poquito sus estrambóticas explicaciones sobre el precio de la carne? ¿Y sus planes para regar toda la pampa húmeda?
La acumulación de sanciones aplicadas por organismos nacionales y la quita con sobrados motivos de la matrícula que lo tenía como operador en su histórico frigorífico de Cañuelas (gran tarea de la degradada Dirección Nacional de Control Comercial Agropecuario de Marcelo Rossi), lograron lo que parecía imposible: que al turco Samid le resulte imposible por primera vez en décadas seguir trabajando dentro de un mercado que -esperemos dure- está en vías de saneamiento.
Tantas son las macanas que acumuló en su historial el matarife más famoso que también ha sucedido otra cosa que parecía imposible: algunos renombrados conductores de televisión han dejado de invitarlo como columnista o panelista de sus programas de televisión. Samid ya no habla. Samid ya no garpa.
Ver: Cerraron el frigorífico de Samid y a varias cooperativas de faena
Durante años, gracias a esos colegas que lo invitaban una y otra vez, y gracias a un Marcelo Tinelli que incluso lo convirtió en estrella del “Bailando por un sueño”, el simpático Samid se pudo dar un lujo pocas veces visto: para la sociedad en general se convirtió en el vocero de una cadena de la carne que al mismo tiempo debía padecer sus tropelías.
Es decir, “el Turco” no solo operaba en el mercado de la carne al margen de todas las normas sanitarias, impositivas y laborales. No solo negreaba a lo pavote sino que también te decía cómo había que hacer las cosas. Un genio: para el común de la gente, era una voz autorizada para hablar en nombre de un sector productivo que lo deploraba.
¿No lo extrañan?
Yo confieso que un poquito si lo extrañaba hasta que me tropecé con este recorte del programa de Chiche Gelblung que no tiene desperdicio:
Luego de ver un tramo de lo que sucedió allí, la conclusión es que Samid ha encontrado a un reemplazante adecuado, pues ha aparecido en el firmamento televisivo alguien que es capaz de hablar de todo lo que sucede en el sector ganadero sin hacerse cargo de que él mismo ha sido uno de los responsables directos de que esas cosas sucedan.
Se trata de Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio entre 2006 y 2013. Nadie en su sano juicio puede discutir que en ese lapso histórico, cuando él llevaba la voz cantante en el mercado de la carne y los granos, se produjo la peor contracción del stock bovino argentino que se recuerde. Una feroz liquidación que provocó que el stock cayera de 58 a 48 millones de cabezas, que cerraran unos 150 frigoríficos, que se fundieran unos 15 mil ganaderos pequeños y se perdieran más de 20 mil puestos de trabajo en las plantas de faena.
Que ni la Coca Sarli provocó en la industria de la carne tanto alboroto como el que sí ocasionó este funcionario devenido ahora en comentarista de TV.
Sería un error tomar a Moreno por loco o simplemente por pelotudo. No alcanza con ubicarlo como un “mentiroso”, como intentaba hacer el periodista Javier Lanari. Tampoco sirve explicarle las cosas con criterio técnico, como intentó hacer Felipe Solá. Porque Moreno se inventa otra realidad, la transmite y te la discute a los gritos. Para el ex funcionario sencillamente no es cierto que el stock vacuno haya caído durante su gestión, como indican todas las estadísticas.
El gran fabulador, el que rompió todo dentro del INDEC, ahora explica que él mismo hacía sus propios cálculos con los datos de la vacunación para la fiebre aftosa. A diferencia de lo que estableció el Senasa con esos mismos registros, Moreno asegura que la cantidad de bovinos creció en la década K (insinuó que hasta 70 millones de cabezas), pero que eso no se ve porque los productores no declaraban una parte importante de sus reservas ganaderas.
No es un boludo. Es un flor de hijo de puta.
La definición del “síndrome de Estocolmo” dice que se trata de una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su captor. A los argentinos nos sucede eso con frecuencia: muchas veces nos encandilamos con nuestros victimarios.
Nos sucedió con Samid y ahora al parecer nos sucede con Guillermo Moreno, quien era su jefe político en el Mercado Central, donde ambos hicieron pingües negocios a costa de los recursos del Estado y del stock ganadero, que efectivamente se redujo aquellos años cerca del 20%.
Las dos son figuras que le aseguran a la pobre agenda televisiva un respetable ráting en momentos en que parece haber pocos escándalos de envergadura. Pero el problema es nuestro. Somos nosotros los que nos prestamos a ese juego. Los miramos y hasta aplaudimos sus gracias, como si se tratara de focas.
Y la justicia no actúa?