La tarde del miércoles es soleada y hasta cálida. En las oficinas de la empresa Don Mario en San Isidro, los rayos de sol se cuelan dentro de una sala sala de reuniones coronada por una extensa mesa blanca. Sobre ella esperan el asalto de los periodistas dos enormes bandejas con quesos, salames y jamones. Más allá, sobre una mesita mucho más pequeña, una pata de ternera hará las veces de plato principal, en cómodos sanguchitos. Obdulio San Martín bromea por tan apetitosos bocadillos, que son muy inusuales para ese lugar. “No sabía que teníamos que llegar a anunciar nuestro retiro para que nos trajeran una picada”.
Obdulio ha sido una parte fundamental en la corta/larga historia de GDM (Grupo Don Mario), la sigla que con el correr de los años irá reemplazando al sencillo y coloquial Don Mario. La verdad es que no lo sé, pero intuyo que Obdulio y Gerardo Bartolomé han sido desde siempre muy buenos amigos y que lo seguirán siendo hasta el final de esta aventura compartida. Al infinito y más allá.
En esta reunión con la prensa agropecuaria, ambos están anunciando su alejamiento de la compañía. Obdulio, que está a cargo de los negocios de GDM en Amércia del Sur, se irá a partir de diciembre de 2021. Bartolomé, el CEO global de la compañía, un año después, en diciembre de 2022.
Sin duda que son buenos amigos, me reafirmo. “Como los Chalchaleros”, pienso, que de tanto quererse tardaron varios años en retirarse. Ellos, los que hicieron Don Mario, anticipan su jugada con más de un año y hasta dos de anticipación. Es muy obvio que les cuesta separarse.
Bartolomé toma la palabra y luce distendido a pesar de la emoción que domina este momento Todos los periodistas presentimos que estamos frente a un hecho inusual y hasta histórico, pues se anuncia el cambio de mando en una empresa familiar argentina que ha logrado escalar posiciones hasta llegar a instalarse en los principales países agrícolas del mundo.
“La verdad es que nos sentimos muy orgullosos de ser una multinacional argentina”, apunta Gerardo, que recuerda que fundó la empresa en 1982, en Chacabuco, como un simple pool de siembra que recién se definió como semillero en 1988, tras lanzar al mercado su primera variedad de soja, la Don Mario 49. Han pasado solo 35 años. Larga historia. Corta historia.
Gerardo y Obdulio anuncian su retiro, lento, pausado, tranquilo. Para ellos ha de ser inevitable retroceder durante todos estos meses de despedida a cada uno de los hitos de este proceso que los ha llevado a estar instalados ahora, con empresas propios o con asociaciones, en 16 países: los cuatro del Mercosur más Bolivia, Canadá y Estados Unidos, Sudáfrica, varios países del este europeo como Ucrania y Rusia, y hasta en China, donde en 2018 comenzaron a ensayar 60 variedades de soja para ver si se adaptan al ecosistema. Es loco, semillas de soja argentina ingresando en el país donde nació la soja. Las ramificaciones de GDM son ahora casi como el mapa mundial de la oleaginosa. “Solo nos falta entrar en India”, admite Bartolomé.
Es raro también, pero mientras ellos cuentan todo lo que han construido en las últimas tres décadas, no puedo dejar de pensar en que la historia de Don Mario es como la de aquellos argentinos que logran destacarse en el exterior pero que nunca llegan a ser del todo exitosos dentro de su propio país, que los consume y finalmente en muchos casos los doblega. No es que en la Argentina no tengan éxito las semillas de Don Mario, nada que ver. En soja detentan aquí el 69% del market share y en trigo también son los líderes. Pero no se trata solo de vender mucho. Se nota a la legua que hay algo que les falta para sentirse plenos.
Ver Para mejorar el rinde de la sojas, Don Mario se lanza a hacer edición génica
“Si nos hubiésemos quedado solo en la Argentina, hoy no seríamos la empresa que somos”, reflexiona en algún momento Gerardo Bartolomé. Quiere decir que si no hubiesen decidido expandirse hacia otros mercados, en la actualidad no podrían sostener una empresa de más de 700 empleados, la mitad de los cuales trabaja en Investigación y Desarrollo de nuevos germoplasma, en ensayos realizados sobre 1,4 millones de parcelas de 579 localidades en quince países diferentes. Esta es una empresa que hoy puede darse el lujo de decir que 20% de las sojas sembradas en todo el planeta han nacido de su cantera. El 20%. Con ese ratio, es la segunda mayor empresa global en semillas de soja detrás de Bayer/Monsanto.
La pregunta es obvia: ¿Por qué Don Mario no hubiese podido hacer todo esto si hubiera permanecido únicamente en la Argentina? Primero porque el mercado es más chico, de 18 millones de hectáreas sembradas con soja contra 34 millones de hectáreas en Estados Unidos y 36 millones en Brasil. Pero sobre todo porque este mercado es bastante más ingrato que aquellos: aquí los productores no retribuyen como debieran a las empresas que se esfuerzan por desarrollar nuevas semillas, más potentes y rendidoras.
Lo dice Obdulio. Lo dice Gerardo. Ambos lamentan no haber podido contar en la Argentina con un marco jurídico adecuado -una nueva Ley de Semillas- que hubiera premiado mejor todo este esfuerzo de tantos años. La norma está cajoneada en el Congreso desde hace años y- a pesar de las promesas- ninguno de los dos cree que vaya a salir antes de su respectivo retiro. “Si el marco legal hubiera sido mejor…”, se lamenta repetidamente el CEO de GDM.
Las diferencias entre los entornos institucionales en cada uno de los grandes países sojeros es evidente. Nos cuentan que en los Estados Unidos el negocio del germoplasma de soja (sin contar las regalías por la biotecnología) moviliza unos 450 millones de dólares anuales. Y que en Brasil, con mucha más precariedad institucional, se mueven 150 millones. Aquí en la Argentina las cifras caen estrepitosamente a 50 millones de dólares. La tecnología en soja no se garpa. Hay solo un 20% de la siembra que se hace con semilla certificada y otro 20% que cobra regalías extendidas. Se cobra la innovación solamente en 2 de cada 5 semillas. Nos dice en Don Mario que si el marco fuera más normal y civilizado la facturación por germoplasma de soja debería subir hasta 100 o 120 millones de dólares. Crecerían los estímulos.
Los periodistas ya hemos atacado la picada y la charla deriva hacia la mejoría de rendimientos que pueden ofrecer semillas renovadas que aquí no llegan, justamente porque no existe un marco más adecuado para la protección de la propiedad intelectual. Don Mario acá ha levantado el pie del acelerador desde hace bastante rato, al igual que las multinacionales (ahora Bayer y Corteva) que se niegan a traer los nuevoss transgénicos (Xtend y Enlist, respectivamente) para hacer frente al problema de las malezas en soja.
Ver La variedad de soja argentina que cobra regalías… pero en Bolivia
Gerardo repite que lamentablemente hay pocos incentivos para invertir en el país y para montar más líneas de investigación. Y Obdulio apunta que, por esa misma razón, la capacidad ociosa de la industria semillera local hasta el 50%. GDM, hace unos años, decidió hacer su gran apuesta para el desarrollo de nuevas variedades mejoradas por edición génica en Londrina, Brasil. Allí ya tienen 41% del mercado de semillas de soja.
Da algo de vergüenza ajena que la Argentina no pueda superar desde hace un par de décadas este dilema, que tiene que ver directamente con sus posibilidades productivas. Si todos los semilleros se quejan de lo mismo, por algo debe de ser. Los Chalchaleros de Don Mario lo hacen sin tener necesidad, pues ahora están emprendiendo un largo camino hacia el retiro. Podrían descansar, y dejar los lamentos a los que siguen.
Da vergüenza ajena. En Sudáfrica, el único país africano que acepta los transgénicos, las regalías se cobran por vía de un fondo común que se genera cobrando un canon al productor en la venta de sus granos. Algo así se pensó alguna vez para hacer aquí, pero tampoco prosperó. Bartolomé, frente a estos recurrentes fracasos, compara la situación argentina con la de Rusia, donde tampoco fructifican las inversiones para desarrollar nuevas semillas debido a la existencia de un vigoroso mercado informal. Imagino a los viejos jerarcas comunistas entrometidos en el negocio de la bolsa blanca.
Las bandejas con la picada ya están casi vacías cuando Ignacio, el único hijo varón de Bartolomé, hermano de cuatro hermanas, inicia su presentación. Dice que tiene 32 años y cuenta que trabajó un tiempo para Dreyfus en los Estados Unidos, hasta que su padre le pidió en 2016 que maneje la expansión de GDM en ese país. Aceptó y a partir de 2022 deberá volver a Buenos Aires para convertirse en el nuevo CEO global de esta semillera multinacional argentina, reemplazando a Gerardo. Para ese entonces, Obdulio tampoco estará. Deberá apoyarse en otros jóvenes tan jóvenes como él para seguir con eso del legado.
De lo que piensa hacer Ignacio hablaremos otro día, ya habrá oportunidad. Se lo percibe muy preparado, entusiasta y convencido. Pero acaso sea porque desde hace bastante tiempo que no vive en la Argentina.