Gerardo Luis Bartolomé, presidente de GDM (Grupo Don Mario), acaba de publicar un libro (“La soja y el agrónomo”) que contiene muchas anécdotas a partir de las cuales se podría generar material para armar una serie para Netflix.
Se trata de la historia de un hombre que transformó un microemprendimiento en una gran corporación con presencia en las principales naciones agrícolas del continente americano. Y lo hizo gracias a la temprana visión del rol que tendría el poroto de soja como sostén de la civilización.
Todo comenzó en la cátedra de Cultivos Industriales de la Facultad de Agronomía de la UBA, donde en los años ’80 tomó contacto con la soja –por entonces un cultivo marginal en la Argentina– para posteriormente formar parte de un equipo armado por CREA para realizar pruebas de diferentes variedades del cultivo.
Bartolomé se enamoró completamente de esa oleaginosa y, con la ayuda de César Belloso, empezó a hacer ensayos con nuevas variedades de soja introducidas desde EE.UU., en el marco de un proceso de intercambio de semillas y experimentación desarrollado junto a Bruce Bailey, un mejorador y experimentador norteamericano al que contactaron ¡por carta! y que con el tiempo llegó a ser gran amigo de ambos.
En los inicios, como sucede en muchos microemprendimientos, los recursos que tenían eran limitados y solicitaron a una empresa que les prestara trilladoras para desgranar las plantas cosechadas manualmente en unas pocas parcelas que habían sembrado en un campo cercano a la ciudad bonaerense de Chacabuco.
Los emprendedores se animaron a cuestionar los manuales presentes por entonces, que indicaban que los grupos de madurez cortos no servían para la zona pampeana argentina. Gracias a una red de productores pioneros que se animaron a probar las locuras de los jóvenes agrónomos, como el cordobés Rogelio Fogante, surgió el cultivar DM 48, que posteriormente dio lugar a la “estrella” RR1 DM 4800, un éxito productivo tan grande que, cuando se anunció su reemplazo, muchos productores se mostraron ofendidos.
Actualmente, más de la mitad de la superficie de soja argentina se siembra con ciclos cortos gracias al desafío propuesto por Bartolomé, quien –tal como se muestra en el libro– se dedicó desde el día uno a formar un sólido equipo de trabajo y una vasta red de colaboradores, que luego fueron la base para transformar a un Pyme en una gran corporación semillera.
“Mi primer hijo, de seis en total, llegó, digamos, en V8/R3 y hoy en V14 continúan, metafóricamente, los estadios reproductivos con seis nietos”, expresa Bartolomé. “Como soja, debería manifestar que he alcanzado la madurez, con la esperanza de llegar a V21 cuando alcance, ojalá, R8. Pero si esa instancia, R8, llega antes de V21 puede uno estar tranquilo que ha dejado el legado genético en hijos y nietos”, añade. Y es que es tan fuerte la identificación que siente Bartolomé con el poroto mágico, que cree que existe una equivalencia entre las etapas vegetativas y reproductivas de la planta de soja con la de los humanos.
Los avances genéticos logrados por Don Mario, junto con la siembra directa, el evento de la tolerancia a glifosato y diseños agronómicos de avanzada, generaron un salto de productividad brutal que, además de generar una riqueza sustancial (hoy es la principal fuente de divisas de la economía argentina), permitieron que miles de millones de personas de todos los rincones del mundo puedan mejorar su dieta con la incorporación de una mayor proporción de proteínas animales producidas en base a harina de soja. Representa una auténtica contribución a la humanidad.
Ahora que tiene más tiempo, puesta está en pleno proceso de pasar el mando de la empresa a su hijo, Gerardo Luis Bartolomé tiene más tiempo para escribir y reflexionar sobre el camino recorrido, el cual, afortunadamente, representa un caso de éxito en un entorno especializado en acumular fracasos. Enhorabuena.
Donde se puede conseguir el libro?