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Gabriel Duranti logró construir, gracias a una palangana, un Fiat Uno y buenos amigos, una empresa de punta en el proceso y exportación de granos y semillas del NOA

Bichos de campo por Bichos de campo
9 noviembre, 2025

Gabriel Duranti te habla sin reparos. En su generoso relato va articulando una vida de búsquedas, alianzas y hallazgos. Su presente es un testimonio de perseverancia, visión estratégica y algo de fortuna. Nacido en Capital, se trasladó con su familia a Mar del Plata, donde se recibió de cartógrafo. Trabajando en una empresa petrolera conoció a María Eugenia, su esposa, quien fue puntal permanente de este proyecto. Nos referimos a DMC Agroindustrial, una empresa procesadora de granos y semillas ubicada en Cerrillos, Salta.

Hoy, con tecnología de punta, tiene la capacidad de procesar semillas y legumbres de diversos tamaños, desde chía o sésamo (hasta 90 toneladas semanales) hasta porotos o garbanzos (360 toneladas semanales). Con una línea de pre limpieza, clasificación por tamaño, peso, color, con diversas zarandas y trampas magnéticas, garantizan la inocuidad y calidad del producto. 

Pero vamos a los orígenes de esta empresa. Viviendo en Buenos Aires “hice un Posgrado en Dirección Empresaria en la UBA y una Maestría en Administración en la Universidad de Belgrano. Llegué a gerenciar una empresa internacional, pero a mí me interesaba otra cosa, hacer algo mío, algo propio y dejé ese trabajo para crear Dusen, en el 2003”.

“Yo tenía un tío, Américo, que viajaba permanentemente a Salta, a Catamarca, a La Rioja, comprando y trayendo nueces y pimentón para terceros, y fue quien me pinchó y que me decía que ese era un negocio muy informal, que necesitaba profesionalización”.

Gabriel bucea entre recuerdos y en un cajón con fotos de donde saca una de su tío Américo (arriba). Fue su permanente motivación, algo que le transmitió, una confianza que lo animó para largar todo y empezar de cero con Dusen, su pequeña empresa fraccionadora y comercializadora de especias, frutos secos y condimentos. 

“Arranque en mi casa, mi hijo todavía no había nacido y utilizaba de depósitolo que sería luego su habitación. Mi mujer se iba a trabajar a la petrolera con un olor a guiso terrible, algo insostenible, así que tuve que alquilar un galpón por metro. Toda la logística la hacía con un Fiat Uno y no contaba más que con una palangana, una balanza y una cuchara de servir”, recuerda con alegría, como quien habla de una travesura.

En muy poco tiempo de los 10 metros que alquiló pasó a 70, pero “me pidieron que me vaya porque mis vecinos se quejaban del olor a comino o romero”. Entonces consiguió un galpón en Ciudadela mucho más amplio.

“No teníamos registro de establecimiento, no teníamos registro de producto, mezclábamos las cosas en una palangana, pero queríamos formalizarnos y no podíamos porque esa zona era comercial y la municipalidad no nos quería otorgar el permiso”. No les quedó otra que mudarse porque la empresa estaba tomando otra dimensión y se propusieron construir algo chico y hacerlo de acuerdo al requerimiento de la autoridad sanitaria. “Así fue que nos fuimos a Pacheco, que era cerca de donde vivía mi socio y amigo, Jonathan Senoff. Al tiempo entró a la sociedad Walter Hermandinger, con quien había hecho algunos emprendimientos anteriormente”. 

En aquellos inicios, según rememora Duranti, todo el mercado de especias era muy informal, “pero nosotros queríamos tener mayor control de lo que vendíamos, así que nos fuimos a Salta, y nos asociamos con Fernando Dávalos, y creamos Molinos Cerrillos. Ahí seleccionamos a quien comprar productos, hacíamos la molienda nosotros y enviábamos a Buenos Aires”. 

La empresa fue creciendo rápidamente y los socios querían ir por más. Es así que, en 2011, toman la decisión de hacer su propia siembra de pimentón y arriendan 30 hectáreas que araron y donde sembraron sus propios plantines. Una vez terminada la siembra se sucedieron dos semanas con temperaturas cercanas a los 40 grados, lo que quemó los plantines y dejó a los emprendedores azorados, mirando 30 hectáreas de campo pelado.    

“En ese momento hicimos de todo para mantenernos y varias cosas tenían que ver con una semillita, desconocida por nosotros, que se llamaba chía. Un productor nos trajo su producción de chía para procesarla ya que no había nadie en la zona que pudiera hacerlo, pero, además, Fernando tenía unos amigos que traían semilla de Ecuador y la chía sonaba por varios lados. Entonces decidimos probar con ese cultivo. Sabíamos lo mínimo, lo que fuimos averiguando, que podía sembrarse en enero, que había que hacerlo al voleo, que había que pasar una rama para que la semilla se entierre muy superficialmente, que eran 5 o 6 kilos por hectárea. Te estoy hablando del 2012 y nadie tenía idea de cómo se hacía chía. En ese momento valía 1,7 dólares el kilo y ese año subió hasta los 8 dólares. Con lo que ganamos, compramos una máquina en Córdoba para procesarla. Éramos los únicos que teníamos chía. Venían los brasileros con sus camiones, todos venían a comprarnos, fue un golazo”. 

El año siguiente hicieron alianza con otros productores del Valle de Lerma, encabezados por Eduardo López, de la Finca Las Palmas para promover el cultivo de chía. El precio seguía alto, había capacidad de procesamiento, existían los contactos con compradores. Esa nueva temporada también fue muy buena y Molinos Cerrillos logró capitalizarse más.

“Nosotros seguimos con la misma vida austera de siempre, no nos fuimos a Europa, seguimos con las mismas camionetas de siempre, las ganancias las pusimos en la empresa, en equipamiento y galpones, en conocer mercados. Es así que viajé a Paraguay, invitado por los menonitas que querían saber de nuestra experiencia con el cultivo de chía. Ellos ya estaban planificando una siembra de 100 mil hectáreas. Cuando volví a Argentina les dije a los muchachos, ojo con la chía porque se va a saturar el mercado con Paraguay. Imagínate que en Salta se hacían 20 mil hectáreas como mucho. Ese año pasó de 9 dólares el kilo a 80 centavos, no la quería nadie”.

En esos tiempos de permanente movimiento la mirada estratégica fue un factor clave para crear DMC Agroindustrial. “Tenemos Dusen, que comercializa en Buenos Aires, con capacidad para importar y exportar. Tenemos Molinos Cerrillos, que trabaja con los productos del Valle de Lerma, y tenemos la capacidad de procesamiento de semillas y granos, que da servicios a terceros. Así nació DMC, con las siglas de Dusen y Molinos Cerrillos. Al tiempo sumamos Francisco Sylvester que arrancó siendo jefe de planta y después se transformó en gerente y luego lo hicimos socio, porque lo consideramos un profesional fundamental para el desarrollo de la empresa”, agrega. 

Esta empresa posee 4 mil metros cuadrados. Con maquinaria para el procesamiento de granos y semillas muy pequeños a otros de mayor porte, certificada con normas internacionales. Hoy, en base a toda su experiencia e inversión está dotada con tecnología de punta, traída de otros países, para alcanzar estándares altos de calidad de proceso y cumplir con las exigencias de los mercados internacionales.

Cuentan con certificación FSSC 22000, un laboratorio propio y un equipo de trabajo cercano a los 40 trabajadores. “Procesamos lo que se produce en el Valle de Lerma, pero nos llega producto de otras provincias, como poroto mung y maíz pisingallo de Córdoba, y hasta chía de Formosa. Desde DMC va a cualquier parte del mundo o a cualquier góndola de supermercado”, comenta orgulloso Duranti. “Nosotros hemos mandado desde Cerrillos la primera exportación argentina de chía a la India, y la exportamos nosotros”. 

Hoy se encuentran procesando 2500 toneladas de chía y 3000 toneladas de sésamo, todo tipo de poroto, garbanzo, maíz, y otros cultivos de origen andino como quínua y amaranto (kiwicha). “Ocupamos un lugar central en el enclave productivo. Un productor que tiene 50 hectáreas recibe, por ejemplo, 1000 dólares la tonelada por su producto. Nosotros se lo procesamos y le cobramos 100 dólares, y le generamos la posibilidad de que lo comercialice a 1500, beneficiándose significativamente. Además, les ofrecemos los canales y estructuras comerciales que ya tenemos consolidadas. Por todo esto es que nos eligen y seguimos creciendo. Nosotros procesamos unas 4000 a 4500 toneladas de productos, este año vamos a procesar más, a un promedio de 90 dólares por tonelada, así que la facturación de DMC debe andar, por procesamiento, los 500 mil dólares, más todo lo que ingresa de la comercialización”. 

Consultado sobre los trabajos en el campo la respuesta fue concisa “¿viste el dicho zapatero a tu zapato? nosotros somos el ejemplo viviente de que, si no le haces caso a ese refrán, te va a ir mal. Cuando nos pusimos a hacer chía tuvimos algo de suerte, pero si vas al campo vas a ver el equivalente de tres Hilux enterradas. Las enterramos nosotros porque nos pusimos a hacer lo que no sabíamos hacer. Y nos pusimos a hacer ají y no sabíamos hacer ají, nos pusimos a hacer pimentón y no sabíamos hacer pimentón. Lo entendimos a fuerza de pegarnos en la cabeza. Hoy, la empresa es rentable, estamos creciendo mucho con una planta que debe valer estar 2 o 3 millones de dólares, con terreno propio, y sin pedirle un mango a nadie”. DMC Agroindustrial cuenta con varias certificaciones. Además de la mencionada FSSC 22000, se suma OIA (Orgánico USDA – NOP); USDA Organic, Islamic Center Argentine y Senasa. 

Ante la pregunta de si es un hombre con suerte o con visión estratégica, Gabriel Duranti se traslada a su infancia y rememora, “nosotros éramos una familia muy sencilla, mi viejo no tenía auto, era un empleado, mi vieja era cocinera, vivíamos en Mar del Plata. Yo iba a hacer la cola en YPF para traer un bidón de kerosén, porque así nos calefaccionábamos. En mi casa se ponían todas bombitas de 25 watts, no se podía gastar más que eso. La ropa que tenía era la que me podían comprar y yo no reniego de eso. Siempre agradecí que mi padre y mi madre hicieron muchos sacrificios para que mi hermana y yo tuviéramos estudios, seamos universitarios. Toda mi familia vino del campo, nacieron en el campo, en Colón (Buenos Aires). Yo siento que mi padre, sabiendo que empecé con una palangana y hoy viendo todo esto, se sentiría muy orgulloso”. 

Continúa diciendo “también, como decía al principio, cuando vos estas todo el día pensando en lo que hay que hacer y se es tremendamente apasionado de lo que se hace, tuve la fortuna de estar siempre acompañado de mi mujer, sin ella hubiera sido mucho más difícil, sino imposible. Recién hace dos años logramos comprar nuestra casa, eso me da mucha tranquilidad por si me llegara a pasar algo. Siempre, cada peso que tenía, lo reinvertía en la empresa y siento que es un acto de justicia, una deuda, poder acceder a nuestra casa”. 

Sobre el final de la entrevista, Gabriel realiza una reflexión sobre el contexto de la agroindustria y las políticas estatales hacia el campo. “Yo fui presidente de la Unión Industrial de Tigre y cuando los escucho a los industriales quejándose que no hay crédito barato, que la importación, que el tipo de cambio, yo les digo ¿y vos qué hiciste?, vos seguís trabajando con la misma máquina de 1970 y, si tenés ganancias, en vez de tecnificarte, te haces un duplex en la costa”.

 

“Nuestra producción no tiene nada que envidiarles a la de afuera, pero en Argentina el proceso es deficiente, el packaging es deficiente, la condición sanitaria es deficiente. Argentina, hace 40 años era el motor, era la imagen, era el espejo en el que se veían las empresas brasileñas, o de toda Sudamérica y hoy nosotros miramos a Brasil y Paraguay desde atrás. Al campo argentino, en 20 años, le saquearon 200 mil millones de dólares en retenciones que no sabes dónde están, porque los caminos, las acequias siguen siendo una mierda”.

Etiquetas: ajíchíadmcdusenempresasespciesespecialidadesgabriel durantimolinos cerrillospimientosalta
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