Las extrusoras de soja no son nada novedoso. Los paneles solares que mueven una planta industrial e inyectan los sobrantes de electricidad a la red tampoco lo son. Que las empresas agropecuarias invierten en tecnologías más sustentables o en agregar valor a los granos no resulta nada sorprendente. De todos modos, el ministro de Economía y candidato a presidente Sergio Massa tomó en sus manos el pequeño frasquito con aceite de soja que le habían regalado los empresarios que acababan de empezar a producirlo y sentenció: “Esto es mucho más que un frasquito. Es la demostración de que construir un país distinto es posible”.
Aplausos de una platea de funcionarios y algunos políticos locales que primero habían sido citados a las 10,30 para el acto de inauguración del nuevo emprendimiento de la empresa Rumará SA en San Andrés de Giles, pero que por los compromisos del ministro (entre ellos, una reunión con Daniel Scioli para cicatrizar las heridas de la feroz interna peronista) se demoró cinco horas para empezar. El emprendimiento agrupa todos los condimentos que mencionamos al principio.
Nadie se movió del lugar, sin embargo, esperando a Massa, que debutó aquí con uno de los actos de campaña que seguramente nos acompañarán a todos en estos meses de campaña electoral. No se movieron de su butaca los funcionarios y empleados que lo secundan. Y no se movieron tampoco los empresarios, que pudieron concretar este inversión gracias a un crédito muy favorable del BICE, en una negociación que se inició cuando el ahora secretario José Ignacio de Mendiguren comandaba ese banco estatal.
Eso no descalifica el proyecto de Rumará SA, que es muy interesante pero que fue exagerado hasta el hartazgo por un ministro Massa, que llegó a calificarlo como “un hecho histórico”. No lo es, ciertamente.
La empresa agrícola se dedica desde 1990 a la siembra de granos en campos de esa zona bonaerense. Y su gran mérito fue tener la valentía en este contexto incierto para lanzarse a hacer un proyecto que unificará un montón de tecnologías disponibles (especialmente el extrusado y la energía solar) para hacer un producto que en esencia no es diferente al que ofrecen sus competidores: un aceite de soja obtenido por métodos mecánicos como los que utiliza cualquier otra extrusora del país (que hay decenas), pero que se podrá vender como “aceite verde” simplemente por el hecho de que la enorme máquina extrusora se moverá con energía obtenida de los rayos del sol.
Esa creatividad, que algunos mercados valoran mucho, es lo que le da nombre al nuevo proyecto, Oil Green, albergado en una planta de 1.500 metros cuadrados que se construyó en San Andrés de Giles, junto a los acopios que ya tenía la empresa de esta familia de productores. El nombre Rumará proviene de las iniciales de Rubens, Marta y Raquel, los pioneros. Hoy la batuta la lleva el presidente del grupo Gustavo Miroglio.
“La fábrica comenzó anoche a moler, ya es una realidad. Comenzará con 100 toneladas diarias de soja, pero en pocos meses iremos a 250 toneladas diarias, en un camino hacia las 500 toneladas para la exportación al mundo de un producto innovador”, describió Miroglio visiblemente emocionado. Luego contó que ya estaban en tratativas con clientes de varios países y continentes interesados en este “aceite verde”, que puede ser utilizado (como cualquier aceite de soja), para la elaboración de biocombustible, para usos medicinales o alimenticios, etcétera.
La diferencia, en este caso, es que la maquinaria para extrusar el poroto de soja se moverán con la energía generada por 412 paneles solares ya instalador en el lugar, que generarían 230 kilowatts, suficientes para mover el equipo y además para generar excedentes para la red eléctrica, que en el caso de San Andrés de Giles está manejada por una cooperativa local. Tampoco eso es demasiado novedoso. Sucede en muchas localidades de la Argentina que los hogares consumen la energía excedente de las agroindustrias locales.
El extrusado consiste en prensar el poroto de soja para obtener un 15% de aceite, que es bastante menos de lo que obtienen las grandes aceiteras que utilizan un método químico, que apela a solventes y llega al 25%. El residuo resultante del proceso es el expeler. Massa y De Mendiguren, siempre exagerando en tono de campaña, dijeron que el aceite podría exportarse a tres veces el valor de la soja, pasando de 500 dólares por tonelada a unos 1.600 dólares. Es exactamente lo mismo que sucede ahora con cualquier otro aceite. En Chicago la soja en grano cotizaba hoy a 544 dólares, y el aceite de ese mismo grano lo hacía a 1350 dólares.
Tampoco es llamativo el proyecto de Oil Green en el uso del otro subproducto, el expeler de soja, que es una masa rica en proteínas y por lo tanto un alimento muy efectivo para el ganado. Es evidente que la venta de ese subproducto será otra fuente de ingresos para la compañía. De hecho Miroglio explicó que el proyecto de Rumará SA comprende una ampliación de la planta de silos hasta unas 20 mil toneladas y que la idea es instalar también allí una fábrica de alimentos balanceados para mascotas.
Nada que no se haya visto antes en el gran agro argentino, donde muchos otros productores primarios tratan de inventar lo que sea con tal de agregar valor a sus granos, ya sea para evitarse fletes muy costosos hacia los puertos, o ya sea porque está en su genética: reinvertir utilidades en sus pueblos, para sentir la satisfacción de generar puestos de trabajo.
“Esto es mucho más que un frasquito”, dijo Massa cuando llegó el turno de su discurso, muy elogioso con este modelo de negocios que “representa nada menos que nuestra idea de que el sistema de acopio con industrialización nos permite arraigo, y ya no es nuestros hijos yéndose de los pueblos porque no tienen trabajo, sino participando del proceso de valor agregado con tecnología”, según explicó.
Genial. Lo único novedoso aquí es que el candidato oficialista parece haber descubierto que el sendero de crecimiento que desde hace rato ensayan muchos otros empresarios agrícolas (y la mayoría, sin financiamiento estatal) puede resultar muy provechoso para la Argentina y sobre todo para sus localidades productivas.
“Acá se ve plasmado el sueño de la Argentina desarrollada que queremos todos, un interior con arraigo, familias emprendiendo con el Estado dándole la mano para poder transformarse en líderes no solo en su región sino en el mundo”, volvió a exagerar el precandidato. Enhorabuena.
Ahora que lo descubrió seria buenísimo que agarre el teléfono y llame al Banco Central para exigirle que finalice de una vez por todas con esa restricción insólita al crédito para aquellos productores que guarden un poco más del 5% de su producción de soja, que está vigente desde septiembre de 2022, justo luego de que asumió Massa en el cargo.
De persistir esa restricción, que encarece severamente el costo del crédito para las empresas que necesitan guardar su cosecha de soja para usarla a lo largo del año, afectará directamente los intereses de Rumará SA y muchas otras empresas extrusoras del país o firmas que le agregan valor a la soja y (ya lo aprendió Massa) utilizan el poroto como su principal insumo.
Si el ministro no hace eso, y además empieza a ver cómo le quita presión fiscal al sector (porque el frasquito finalmente pagará 31% de retenciones) entonces no habremos aprendido nada y todo será solo saraza de campaña.