La estrategia de negociación comercial con China emprendida por el presidente de EE.UU. Donald Trump es cada vez más errática y comienza a mostrar señales preocupantes.
“Creo que el hecho de que China, a propósito, no compre nuestra soja y cause dificultades a nuestros productores de soja, constituye un acto económicamente hostil”, señaló Trump en redes sociales (¡chocolate por la noticia!).
“Estamos considerando terminar con China los negocios relacionados con el aceite de cocina y otros elementos comerciales como represalia. Por ejemplo, podemos producir fácilmente nuestro propio aceite de cocina; no necesitamos comprarlo a China”, añadió.
El mensaje de Trump, que parece redactado a las apuradas, resulta confuso porque no se refiere al aceite de cocina propiamente dicho, sino al usado, que es importado por EE.UU. para elaborar biodiésel.
La realidad es que el mensaje de Trump resulta ridículo porque ya existe una norma diseñada para evitar el ingreso de aceite de cocina usado a la economía estadounidense, entre otras materias grasas provenientes de terceros países (con excepción de los socios comerciales México y Canadá).
Este año el gobierno de EE.UU. determinó que a partir de 2026 el aceite de cocina usado (UCO por sus siglas en inglés) de origen importado no será considerado al momento de asignar incentivos fiscales para la elaboración de biodiésel, lo que representa un bloqueo de facto para el ingreso del producto al mercado de EE.UU.
La “bronca” de Trump tiene un motivo claro: China está importando soja sudamericana como si no hubiera un mañana mientras congeló las órdenes de venta provenientes de EE.UU., justo cuando los “farmers” están en plena cosecha de la oleaginosa.
Datos oficiales del gobierno chino, recopilados por la agencia Reuters, muestran que China importó 12,8 millones de toneladas de poroto de soja en septiembre pasado, una récord histórico. La mayor parte se originó en Brasil y, en menor medida, en la Argentina.