Por fortuna se está haciendo normal reconocer la diversidad que tienen todas las cosas y las personas. Se reconoce la diversidad de los sexos, de las religiones, de las razas y hasta de los medios de comunicación. Pero a las extrusoras, a las que en Bichos de Campo bautizamos como “las pymes de la soja”, les está costando sangre , sudor y lágrimas que el Estado las reconozca como algo diferente respecto de las grandes industrias aceiteras que explican el 25/30% de las exportaciones totales de la Argentina.
Sergio Bernardi, presidente de la Cámara Industrial de Extrusado y Prensado de Santa Fe (Cidep), es uno de los que se ha cargado al hombro esta batalla para convencer a los funcionarios de gobierno que no se puede tratar igual a quienes son en esencia diferentes. Lo entrevistamos en el tercer seminario internacional de extrusores realizado en esa provincia. Y allí insistió: “Lo nuestro no es harina de soja, es otro producto. No hacemos lo que hacen las grandes aceitera sino otra categoría de alimento y proteína”.
Mirá la entrevista completa con Sergio Bernardi:
En diálogo con Bichos de Campo, Bernardi, dueño de una pequeña planta procesadora de soja en la localidad de Llambí Campbell, explicó una por una las diferencias que existen entre ellos, los extrusores, y el entramado industrial aceitero que está ubicado sobre todo en los alrededores de Rosario, un conjunto de enormes fábricas dispuestas para exportar los subproductos de la soja (la harina y el aceite) desde la Hidrovía del río Paraná.
La diferencia original está en el proceso. Mientras esas mega-trituradoras utilizan solventes para terminar de separar el aceite del residuo del poroto de soja (que luego será pelletizado), las extrusoras apelan a un medio 100% mecánico: calientan el grano de soja, lo “cocinan”, para desactivarlo y luego lo muelen a través de un extrusor. Extraen de ese proceso una proporción algo menor de aceite, pero sin utilizar exanos. El residuo que queda se denomina expeller, que tiene características proteicas muy distintas a la harina de soja convencional.
Esta es la primera diferenciación que están gestionando las pymes extrusoras: que se tipifique al aceite de soja que ellos obtienen como un producto “libre de exanos”. Esto les permitiría aspirar a mercados de exportación para ese subproducto, que hoy se utiliza solamente para la fabricación local de biodiesel.
La segunda gran distinción que debe hacerse es de tamaño. La gran industria aceitera tiene capacidad para procesar hasta 70 millones de toneladas de soja y hay plantas -como la de Renova, en Timbúes- que pueden aspirar hasta 30 mil camiones cargados de soja en un día. En cambio, explicó Bernardi, “la capacidad instalada de la mayoría de las Pymes está rondando las 90 toneladas, es decir solo 3 equipos por día”.
“Solo en Santa Fe somos cerca de 100 plantas extrusoras, y a nivel nacional habrá unas 400. En casi todos los casos, están instaladas en el interior profundo, y tienen cinco, diez o quince empleados. Lo nuestro es agregado de valor en origen, trabajo genuino. En más de un pueblo somos la principal industria”, acentuó el dirigente industrial.
Es por esas diversidades que los extrusores reclaman a los diversos niveles del Estado que se establezcan políticas diferenciadas. Este reclamo se da básicamente en tres rubros:
En el plano de la política energética, Bernardi reclamó que se establezcan tarifas más accesibles para las Pymes extrusoras, ya que las mismas no son consideradas actualmente como “electrodependientes”, como sí sucede con otras agroindustrias.
“El 7% de nuestro costo es energía eléctrica. Para nosotros es importantísimo poder definir una política de Estado en materia energética, pues no podemos ser considerados un consumidor más, ya que generamos trabajo, recursos y pagamos impuestos. Creemos que tenemos que tener un tratamiento especial como Pymes”, blanqueó el presidente de la Cidep.
También reclaman los extrusores una estructura de retenciones y de reintegros de exportación diferente a la de las grandes aceiteras exportadoras, además de estabilidad en las reglas de juego. “Hasta 2008 se exportó expeller de soja a los países vecinos, como Uruguay y Chile. Necesitamos que se definan reglas de juego permanentes. En el caso de nuestras Pymes, trabajamos a 500, 600 o 900 kilómetros del puerto. Tenemos que ser tratados de otra manera”, enfatizó Bernardi.
Finalmente, otro rubro en el que los extrusores piden una consideración singular es el laboral, ya que las autoridades de Trabajo y los gremios aplican con ellos el mismo convenio que frente a las grandes compañías, muchas de ellas multinacionales, y eso eleva los costos laborales a extremos difíciles de afrontar.
Bernardi dijo que “venimos trabajando con el Ministerio de Trabajo, donde se entiende la problemática pero no se resuelve. Tenemos de 3.500 a 4.00 trabajos directos y lo que hemos logrado por ahora es que se nos reconozca como industrial por extrusado, que es solo un pequeño avance”.