Son por lo menos curiosas algunas discusiones en las que todos están de acuerdo sobre lo que se debe hacer, pero llegado el momento de poner manos a la obra unos se hacen los distraídos y otros se muerden la lengua para no putearlos. Sucedió otra vez este martes, en al acto de inauguración del Congreso Internacional de Maíz, que se realiza en la ciudad de Paraná.
A salón lleno y luego de cantar el himno, en el Centro de Exposiciones de esta bella ciudad, se repitió la postal de este exasperante y eterno debate trunco, donde se comparte el diagnóstico pero después todos se van sin decir cómo se hará lo que todos creen que hay que hacer. Todos -autoridades de la cadena agrícola, de las provincias productoras, y hasta del gobierno nacional- lo tienen claro, pero nadie pone manos a la obra.
Estamos en un congreso de maíz, y entonces se habla de maíz, el cultivo quizás más noble de los que América haya cedido a todo el mundo. Noble por su gran adaptabilidad a los diferentes entornos, por su altísima productividad, pero sobre todo por la enorme versatilidad que tiene para su procesamiento e industrialización. Se pueden hacer cientos de cosas a partir del maíz, se pueden generar trabajo y desarrollo económico, se pueden multiplicar las divisas con el valor agregado. Es en esa potencialidad que todos se ponen de acuerdo.
Pedro Vigneau, presidente de la cadena de ese cultivo, Maizar, últimamente siempre aparece en estos actos completamente vestido de maíz. En rigor de verdad, tiene un traje hecho a partir de maíz y unas zapatillas hechas con biopolímeros de maíz, que intentan mostrar cuán dúctil es el cultivo para su desarrollo industrial. Pero en el acto confesó que el traje fue hecho en Estados Unidos y las zapatillas en Alemania. Todo el trabajo se hizo allá.
“Es hora de frenar la pelota y aprovechar nuestras oportunidades”, dijo Vigneau, que desde hace tiempo machaca que la Argentina tiene una posibilidad grande de desarrollo si libera sus fuerzas para producir maíz y sobre todo agregarle más valor del que se agrega ahora. En un año normal, la Argentina viene produciendo unas 50/55 millones de toneladas de ese grano, de los cuales consume internamente (sobre todo para producir carnes y leche) unas 17/18 millones. El resto, el 70% de su cosecha, se exporta como granos. Quizás las zapatillas de Vigneau tengan maíz argentino pero trabajo importado.
En el discurso de apertura de este Congreso Internacional, que es coorganizado por Maizar, las provincias de la Región Centro, y la productora La Pastelera, el productor agrícola enfatizó muchas veces que la Argentina no puede darse el lujo de castigar con retenciones este cultivo o de limitar la expansión de los biocombustibles (una parte del bioetanol se hace a partir de maíz) cuando la pobreza toca la puerta del 50% de los hogares y existen altos índices de desempleo.
Vigneau, además, insistió en que el país produce el maíz con menos huella ambiental del mundo y que ese es un activo que debería potenciar en los mercados internacionales. “Argentina tiene mucho que ofrecer en este sentido. ¿Dónde está nuestra marca país? Tenemos que ponernos de acuerdo porque un 50% de pobres es intolerable. Tenemos esta potencia, bajemos un pco la guardia, conversemos”, propuso el presidente de Maizar, dirigiendo la mirada a sus compañeros de panel.
Allí había de todo. Por ejemplo estaba Sergio Busso, el ministro del Agro de Córdoba, la provincia maícera por excelencia. Era el representante de los gobernadores opositores, ya que su gobernador Juan Schiaretti marcha en una lista disidente como candidato a la Presidencia.
“No tengo ninguna duda que tenemos un enorme potencial y futuro, pero solo si ordenamos rápidamente la economía”, sostuvo ese funcionario, quien aprovechó el momento para criticar también algunas políticas nacionales: “En un país normal no debería haber ningún tipo de intervenciones y mucho menos penalizaciones a la producción, porque produciendo más se genera desarrollo”, dijo, dirigiendo su mirada hacia el secretario de Agricultura de la Nación, Juan José Bahillo, uno de los responsables directos de esas “penalizaciones” con la vigencia de retenciones del 12% y límites a la exportación, con la entelequia de los “volúmenes de equilibrio”.
Busso se quejó porque “a veces son caprichosas las políticas y hay cosas que no son entendibles. Pongo un ejemplo que nos toca de cerca que es biocombustibles. Es increíble que las normativas que en vez de evolucionar en el corte nos involucionen”. Hizo referencia a la nueva ley que impulsó el kirchnerismo en 2021, y que finalmente redujo el corte obligatorio de los hidrocarburos con renovables como el bioetanol. Esa decisión se adjudicó a Máximo Kirchner, en defensa de los intereses de la petrolera YPF.
Aunque cerró el acto, el gobernador entrerriano Gustavo Bordet representaba aquí, en esta escena repetida, a aquellas provincias oficialistas que no se animan a cuestionar abiertamente al poder central, ya sea o porque dependen de los fondos que les lleguen de Buenos Aires, ya sea por alineamiento electoral, vaya a saber uno por qué. Lo cierto es que dijo poco y nada. Contemporizador, en un tramo de su discurso amable dijo que “los diagnósticos todos los conocemos, las soluciones creo que las compartimos”.
¿”Quién no quisiera tener un país con un tipo de cambio único y sin embargo estamos con un cepo cambiario que lleva diez años. Son las malas políticas públicas. ¿Quién no quisiera un país sin penalizaciones a la exportación?”, repreguntó. Y se respondió a si mismo que “es cuestión de ponernos de acuerdo. Si no hay una vocación de construir un proyecto colectivo vamos a seguir cometiendo los mismos errores que estamos cometiendo hace años”.
Entonces, una vez más, todas las miradas se dirigieron a Bahillo, el representante de la Nación, que no tenía a nadie a quien mirar, porque no estaban ni Sergio Massa, ni Cristina Kirchner y mucho menos el presidente Alberto Fernández, finalmente quienes toman las medidas que aquí todos parece cuestionar pero nadie remueve. Aunque joroben a mucha gente y limiten los sueños de una cadena productiva.
“Cuando decimos que se va a sembrar más de 10 millones de hectáreas de maíz, estamos diciendo que el sector invierte 7.800 millones de dólares solo en la siembra”, destacó el funcionario nacional la apuesta renovada de los productores a este cultivo. Luego indicó que serán 45.000 los productores que harán esa inversión, y que el 90% de ellos sembrará menos de 400 hectáreas. Esa plata se dividirá en diferentes rubros: 40% para alquileres, 18% en semilla, 16% en fertilizante, 16% en fitosanitarios y 10% en laboreos.
El secretario de Agricultura luego reconoció que el agregado de valor es el gran pendiente de esta cadena, pues en la Argentina se consume solo 30% de la cosecha mientras que en Estados Unidos casi el 100% y en Brasil el doble que aquí.
“En términos de ocupación, cuando sembramos 100 hectáreas de maíz se generan entre 2 y 3 puestos de trabajo. Pero cuando lo transformamos en los distintos usos, esas 100 hectáreas se transforman en 10 u 11 empleos. Y hay una mayor generación de dólares, que es uno de los problemas que tenemos que resolver en el país”, añadió muy convencido Bahilllo del sendero que debe tomarse.
“Hay oportunidades, coincido con Pedro”, dijo el funcionario avalando el diagnóstico de Vigneau. Pero de inmediato, y como estaba cantado, esquivó el bulto y le sacó el cuerpo a las definiciones concretas sobre retenciones, cupos de exportación, limites a los biocombustibles y otras cosas cotidianas, que son las que limitan ese mayor desarrollo que todos profesan.
“Las cuestiones que discutimos (por estas cuestiones concretas) se resuelven con crecimiento. En la medida que vayamos creciendo los volúmenes de equilibrio se van a ir resolviendo solos”, se ilusionó finalmente Bahillo.
Y es así como finalmente se repitió la escena de siempre: todos coinciden en lo que hay que hacer, pero finalmente cada uno vuelve a su casa sin tener claro como hacer las cosas. O peor todavía, teniendo claro que no se hará nada de nada. No pasará nada en tanto un gobierno mediocre siempre pueda más que toda una cadena productiva.