Elvira Schlegel es alta, rubia, firme. Basta tomarla del brazo para sentir la fortaleza que persiste en su cuerpo y que suaviza con una sonrisa amplia que le ilumina la cara. Pero aun así, “iluminada” y todo, en su mirada hay determinación. Su primer idioma fue el alemán y algún rastro queda de esa lengua fundacional en la charla cotidiana.
Será porque ya a los 9 años (o antes) trabajaba en la chacra sacando yuyos y los días de lluvia salía especialmente a sacar los “primavera”, una maleza que complicaba el crecimiento de la huerta y que con el agua florecía rápido.
“Éramos siete hermanos y teníamos nuestra chacra llamada Santa Catalina, a 5 kilómetros del pueblo”. El “pueblo” es la Aldea San Antonio (hoy 2.500 habitantes), a 15 kilómetros de Urdinarrain, Entre Ríos. Una zona conocida por haber recibido a los alemanes del Volga hacia 1888.
“Todos trabajábamos a la par de nuestros padres. Cuando nos agarraba hambre comíamos un sánguche de pepino y usábamos ´la maleta´ para cosechar maíz, que era una especie de bolsa de piso de cuero y parte de arriba de lona donde iba a parar el maíz deschalado. Se ataba a la cintura y era muy pesada”.
Sin duda no era fácil la vida en la chacra. Hacían todo, hasta el jabón, pero parece que no salía muy bien porque les hacía picar el cuerpo, y usaban grasa de gallina derretida (a modo de gel) para tener el pelo prolijo. “El que tenía plata le agregaba un poco de perfume para que fuera mejor”, describe Elvira, que a los 21 años se casó y dejó la chacra.
“Aprendí a hacer de todo y me gusta seguir aprendiendo”, asegura. Y tal es así que cuando rondaba los cincuenta años fue presidenta del centro de jubilados de San Antonio y luego trabajó como encargada del PAMI de la región NEA, ayudando a los afiliados con sus trámites y realizando tareas de inspección. Hoy, a los 73 años aprendió a hacer muñecas de tela y las regala.
Elvira le enseñó a esta cronista a preparar ‘tinekuchen’, una torta económica que se hacía -como todo- con lo que había en la chacra. Arriba lleva azúcar quemada y harina. La otra versión es con ricota y huevo batido, que ya es un poco más gourmet. “Leche huevos, agua harina… Todo lo que se hacía era con lo que nos daba el campo, se compraba sólo lo indispensable y así nos arreglábamos”.
Ya jubilada, Elvira sigue “haciendo”. Además de las muñecas sigue con la huerta, hace dulces y congela tomate triturado para tener salsa todo el año. La consigna es, siempre, no desperdiciar nada de alimento. Nunca, por ningún motivo. Es una enseñanza que ha quedado grabada a fuego.
“Aunque tengo una gran arraigo alemán, me siento profundamente argentina”, reflexiona Elvira. “Yo siempre decía que no me iba a morir hasta que en el pueblo no hicieran el cementerio”, dice riéndose. “Ahora que ya está hecho estoy tranquila porque sé que voy a abonar esta tierra que tanto me dio”.
Que linda noticia! Pido permiso para compartirla en mi página ALDEA SAN ANTONIO: Historia y Protagonistas. Felicitaciones por tan lindo gesto Elvira!