Felicidad Cruz Zoraida tiene 67 años. Nació en Ircalaya, departamento de Tarija, Bolivia. Con 14 años se vino a Jujuy con su hermana mayor. Desde aquella época siente a la Argentina como su patria del corazón, porque “este hermoso país” le dio todo lo que tiene: marido, hijos y un trabajo que la hace feliz. Sus padres le enseñaron que el que no trabaja, no tiene nada, y que hay que ganarse el pan del día con el sudor de la frente. Por eso ella ha trabajado “desde que tiene memoria”.
Comenzó como empleada doméstica y con los años conoció al salteño Eugenio Espinosa, con quien se casó y se fue a vivir a Salta. Tuvo un hijo jujeño y cuatro, salteños. Su marido trabajaba en la construcción de los grandes embalses del país, mientras ella hacía tamales y los vendía. Luego fueron a Cerro Pelado, en Calamuchita, Córdoba. Después de nuevo a Salta y al final en Neuquén en 1988.
Primero se instalaron en Piedra del Águila. Pero en 1990 Felicidad se trasladó con sus hijos a Senillosa, a 30 kilómetros de la ciudad de Neuquén, donde tuvo dos hijos más con Eugenio. Al principio les resultó duro, el clima, por el viento, la tierra, la nieve. Pero dice Felicidad que el ser humano se adapta.
Cuenta esta aguerrida trabajadora a la que no se le conoce “mal día”: “Como yo nací y me crie en el campo, tenía una base. Y cuando ya me había afincado en Neuquén, me atrajo ingresar al programa PorHuerta del INTA, donde me fui capacitando en talleres de huerta y elaboración de alimentos. En 1996 comencé como promotora social del programa. Hasta el día de hoy sostengo que no habría capital para pagar al INTA todo el conocimiento que me ha dado: producción en invernadero, a campo abierto, podas, de todo”.
Felicidad comenzó a hacer huerta en el fondo de su casa, a investigar la quinoa, el yacón, los hongos y a elaborar dulces y mermeladas. “En 1997 vino una técnica de Mendoza a darnos un taller de elaboración de soja –continúa recordando-. En esa época le daban a la gente una caja con alimentos que incluía una bolsa de soja, porque era la gran novedad. Y muchos la tiraban porque decían que no lograban cocinarla, que les quedaba cruda. Corría el año 1998 y decidimos formar grupos de trabajo porque el mismo escaseaba. Yo integré uno de 8 mujeres, pero por distintas razones, todas se fueron yendo del grupo hasta que quedé sola. Entonces pasé a integrar otro grupo que elaboraba ñaco. Alquilamos un dúplex. Ellos hacían ñaco en la planta baja y yo elaboraba mis productos de soja en la planta alta”.
Felicidad creó su propia empresa familiar junto a su marido e hijos. Con el tiempo lograron registrar 6 productos derivados de la soja, bajo la marca DAIZÚ, que es un nombre antiguo de la misma soja en el Oriente, de donde proviene. Hasta hoy compran soja transgénica de Santa Fe, por tonelada. Comenzaron a vender a dietéticas y lograron ser proveedores de una cadena grande. Pero ésta un día cambió de dueños y les dejaron de comprar.
Un día Felicidad y su marido adquirieron la chacra “La Norteña”, de dos hectáreas y media, a 3 kilómetros de su ciudad. En ella comenzaron a cultivar con más comodidad. Explica Felicidad que la misma está en una zona de pocos nutrientes, porque por ahí pasaba un río. Al hacer los embalses, quedaron esas tierras vírgenes, pero lavadas por el río.
“Entonces sembramos alfalfa para nutrir la tierra, y de paso vendemos pasturas. Agregamos corrales de pollos y gallinas, y a veces tenemos algún chancho. Mi hija Carolina ayudaba en el campo, cuidaba las gallinas, pero ahora fue mamá. Hoy Angélica es docente y José es cocinero profesional. Gabriela maneja las redes y Jonatan se fue a vivir a la chacra. Eugenio, mi marido, hace el trabajo rudo del campo junto a Jonatan, que además maneja la camioneta y con él salgo a entregar pedidos. Además de que por las mañanas es docente de soldadura, en escuelas técnicas.
En el campo tienen unos pocos árboles, de higos, manzanas, peras, duraznos, pelones, membrillos, granadas. Piensan vender dulces, mermeladas, jaleas, almíbares, frutas maceradas en vino blanco, y hasta almíbares con vino.
“Estamos cultivando yacón en media hectárea, lo sembramos en macetas, en agosto, y lo pasamos a tierra en la segunda semana de noviembre, para que no lo agarre la helada. Es una planta delicada para nuestro frío patagónico. El primer año, le costó, pero poco a poco se ha ido adaptando. Vamos por el cuarto año y cada vez crece más. Usamos los tallos para abonar la tierra, los picamos a machete”.
“Este año hicimos dulce de yacón, con una consistencia un poco más chirle que el clásico de batata, y nos salió riquísimo. Aclaro que el bulbo o papa de yacón es de sabor neutro, pero de contextura similar a la manzana. Lo ponemos al sol durante 3 días y se pone tan dulce como la manzana. Aprovechamos todo y con las hojas elaboramos te de yacón. En Allen hay un señor que también lo produce y creo que sólo somos dos en toda la Patagonia”, nos detalla Felicitas.
En 2016 hizo un invernadero, que hoy aprovecha como “sombreadero” para cultivar hongos en troncos de álamos. Dentro del mismo colocó aspersores para provocar una llovizna que genera un ambiente húmedo. Los fuertes vientos patagónicos resecan el ambiente y retrasan el desarrollo de los hongos o gírgolas.
Felicitas nos enseña que los hongos se reproducen durante tres o cuatro años sin volver a tener que sembrar. “Durante la pandemia no nos salieron hongos, pero en 2021 sembramos otra variedad y este año nos salieron bastantes. Ya estamos preparándonos para hacer nuevas siembras. En estos días sembramos una variedad de setas que salen en diciembre, en poca cantidad, porque es una prueba piloto. La siguiente producción se sembrará en agosto para cosecharla en marzo”, explica.
Alquilaban un local, pero tuvieron que devolverlo en la pandemia porque les cayeron las ventas. Entonces llevaron sus máquinas al Centro PyME, en el predio municipal de Senillosa. Para colmo los hongos no les crecieron en 2020, ni en 2021, como si les hubiese afectado también la pandemia, dice Felicitas.
Luego de la crisis sanitaria comenzaron a salir poco a poco y a agregar nuevos productos. Un día, el Banco de la Provincia de Neuquén les encargó 1.300 frascos de escabeche de hongos para incluirlos en sus cajas navideñas. “Trabajamos dos meses sin cesar”, cuenta.
La familia de Felicidad lleva seis años abriendo un puesto, todos los sábados, en la feria de China Muerta, un paraje entre Senillosa y Plottier, más cerca de esta ciudad. Durante 3 o 4 años fue invitada a presentarse en la feria de Caminos y Sabores, donde le fue muy bien.
Actualmente elaboran: Harina tostada de soja, a partir del poroto de soja que es tratado con calor. Es un producto libre de gluten y generalmente, desgrasado. En las recetas tradicionales puede reemplazar hasta una tercera parte de la harina de trigo. Este producto es empleado en panificación y fabricación de galletitas. También producen garrapiñadas de soja (acarameladas), en bolsas de 70 y de 180 gramos; Milanesas de soja; hamburguesas de soja. Solo han dejado de fabricar el aderezo de soja, por ahora.
También ofrecen hongos frescos y deshidratados, otros deshidratados y triturados, con pimienta y orégano, para condimentar; Escabeche de hongos; Salsa picante de tomate y ají molido, con hongos triturados.
Hoy comercializan todo a través de pequeños y medianos comercios de la zona, sobre todo dietéticas. Su camioneta está autorizada por bromatología para transportar comestibles. Además, envían por encomienda a todo el país.
Felicidad, su familia y su marca DAIZÚ tienen ganas y energías para apostar al trabajo y al crecimiento. Ahora están elaborando garrapiñadas de garbanzos. También dulce de higo semisólido, y dulce de cerezas. Todo para cuando se inaugure la nueva sala municipal.
La situación está difícil para sacar un crédito porque desde que se incuban los troncos, hasta que se cosechan los hongos, se tardan 8 meses, explica Felicidad. ¿Y mientras tanto, cómo pagan las cuotas de los mismos? Ahora, ella anda buscando un socio capitalista para aumentar su cantidad de producción. O alguien que le garantice la compra de lo que vaya aumentando.
Felicitas dice que su marido Eugenio, con 76 años, jamás se enfermó ni de un resfrío, que tiene la genética de su madre, la cual vivió 115 años. Y afirma que mientras la salud se los permita seguirán trabajando y esperando que el país apoye a los productores, mientras ven crecer a sus hijos, sus siete nietos y tres bisnietos.
Les dedicamos a Felicidad Cruz Zoraida, la cueca “La caraqueña”, por el grupo Tupay, del tarijeño Nilo Soruco, que la llamó así porque la compuso en Caracas durante su exilio político. Más allá de su letra militante, terminó convirtiéndose en un himno para los bolivianos radicados en el extranjero.