“Los problemas no se esconden, hay que hablar de ellos”. Es lo que marca una primera lección vital que nos suelen enseñar las madres en casi todas las casas. Esto no incluye a la Casa Rosada.
Google tiene una función que permite buscar una palabra específica en un determinado sitio de la internet. Si la palabra está, aparece una mención a la página que la contiene en el resultado.
El portal oficial de la Presidencia, en tanto, recopila todos y cada uno de los discursos oficiales del presidente de turno en una pestaña especial. Allí podemos acceder a cada uno de las desgrabaciones completas de las alocuciones que haya hecho el Presidente. En este caso, Alberto Fernández.
En total, el Presidente habló en 180 ocasiones a lo largo de todo el año 2022. Y lo hizo en otras 7 ocasiones desde que empezó el año 2023. En esos 187 discursos -según esta búsqueda- no aparece ni una vez la palabra “sequía”.
La sequía en la Argentina comenzó mucho antes que el año pasado, pues ya van tres periodos consecutivos del fenómenos conocido como La Niña, que aquí se suele expresar con una notable escasez de lluvias. Los expertos en clima resumen que en estos tres años de Niña, que además coinciden con los tres primeros años del gobierno de Alberto, ha llovido en promedio un tercio menos de lo que debería haber llovido. Es decir que se ha perdido casi un año entero de lluvias.
En los dos primeros años la situación no fue tan dramática, porque los suelos conservaban algo de humedad, cayó algún chubasco muy oportuno, y finalmente las cosechas fueron aceptables. Pero a partir de la campaña 2022/23, que comenzó a mitad del año pasado, el fenómeno climático se ha comenzado a sentir con mucha fuerza, tanto que ahora el INTA dice que más de la mitad del territorio está en situación de sequía de moderada a grave.
En la economía, hasta ahora, la sequía tampoco se notó demasiado. Por el contrario, el gobierno cerró 2022 con exportaciones récord, donde el agro explicó dos terceras partes de las divisas generadas por el país y liquidadas ante el Banco Central. Y esto redundó inclusive en una recaudación récord de 9.700 millones de dólares en retenciones, un filón de dinero que va derecho hacia las arcas de la Casa Rosada, y que el Presidente no tiene la obligación de compartir con nadie, ni siquiera con los gobernadores afectados por la sequía, porque se trata de un impuesto aduanero no coparticipable.
Pero desde mitad de año, decenas de miles de productores argentinos están padeciendo la sequía. A los ganaderos les comenzó faltando el pasto para dar de comer a sus vacas. Primero no era grave, pues solo había vacas más flacas. Pero luego se secaron las lagunas y aguadas, hasta que llegamos al punto de que en muchas provincias del norte los cursos de agua desaparecieron y esto ya está provocando una elevada mortandad de animales.
Desde mitad de año, además, se sabía que la cosecha argentina de trigo sería muy escasa, y a medida que avanzaron las trilladoras los números lo confirmaban. La producción cayó a casi la mitad, de 22 a 12 millones de toneladas. No importaba tanto pues el aporte del trigo es marginal y el filón del negocio agrícola vendría con la soja y el maíz. Pero siguió sin llover y la siembra de los granos gruesos se comenzó a atrasar, se concretó de bastante mal modo. Ahora que vemos las plantas lucen más bien secas, y los primeros pronósticos hablan de la pérdida de al menos 20 o 30 millones de toneladas de esos dos cultivos.
Cada vez que se le muere una vaca un productor pierde no menos de 100 mil pesos. Pero sobre todo pierde la posibilidad de producir un ternero más al año siguiente.
Cada vez que se seca una hectárea de maíz, trigo o soja, el productor pierde entre 300 y 700 dólares por hectárea de sus costos de siembra. Pero sobre todo se le escapa la posibilidad de tener su único ingreso anual, que es el que luego le debería permitir volver a sembrar.
La historia de las sequía en la Argentina coincide con los mayores procesos de concentración en la producción agropecuaria: los productores más chiquitos caen como moscas porque no tienen ni espalda financiera para resistir, ni una matriz de negocios “diversificada” y mucho menos cobran un sueldo del Estado. No hay fenómenos más concentrador que una sequía.
Pero el Presidente no ha pronunciado nunca esa palabra.
La gran sequía que estamos viviendo además tocará las puertas de la economía del gobierno y la de las casas de todos los argentinos en 2023: será muy difícil para todos nosotros permanecer a salvo de alguno de sus coletazos. Sergio Massa, que al menos ha pronunciado la palabra maldita en alguna ocasión, ha quemado las naves pidiendo a las agroexportadoras que le adelanten divisas y retenciones, con los operativos Dólar Soja I y II. Es decir, ya cobró buena parte del dinero que debía ingresar al sistema recién este año y vaya a saber uno en qué se los está fumando.
Pero esa plata seguro que no va a estar. Va a faltar. Lo único claro por ahora, la única verdad que no se puede contratar, es que no existirá en 2023 un aporte tan generoso del agro al resto de la economía como el que ya se recibió (y gastó) la Argentina en 2021 y también en 2022. Serán al menos unos 10.000 millones de dólares anuales los que quedarán en el camino por culpa de la sequía, porque esas plantas se secaron, o se sembraron a destiempo, o crecieron descuajeringadas y en consecuencia serán muy poco productivas. Los granos cosechados por hectárea serán escasos, los rindes promedio caerán. Llegarán menos camiones a los puertos y las exportaciones se reducirán en la misma proporción, todavía desconocida pero seguramente de peligrosa magnitud para nuestra frágil economía.
Y sin embargo, en 187 discursos, desde el 1° de enero de 2022 hasta la fecha, Alberto Fernández no ha mencionado en ninguno de sus discursos la palabra tan temida. Tampoco parece haberlo hecho, aunque sea algo más difícil de chequer, la vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner. La sequía no les importa. Están visiblemente preocupados y ocupados por otros asuntos.
Fernando De a Rúa, el ex presidente radical que gobernaba el país hasta la gran crisis de fines de 2001, le echaba la culpa del fracaso económico de su gestión a la crisis provocada por la sobrepesca de la merluza. Al tipo, que al menos ensayó una explicación de lo que sucedía, lo trataron de boludo.
Mauricio Macri, a quien las huestes oficialistas tildan de muchas cosas parecidas o peores, también sufrió en su gestión una grave sequía en la campaña 2017/18, que redujo la cosecha cerca de 30% y diezmó los ingresos proyectados por divisas agrícolas y retenciones. Si una hace el mismo ejercicio con el buscador de Google y revisa sus discursos, descubrirá que Macri culpaba con frecuencia a aquella sequía de haberle quitado unos 8.000 millones de dólares y atribuir a ese faltante (y no a la fuga de capitales) la crisis cambiaria de 2018, que condujo luego a la Argentina a quedar a merced nuevamente del FMI.
No se trata de exculpar a uno u a otro de sus macanas, que han sido muchas y graves. Se trata simplemente de marcar un punto de comparación con lo que sucede ahora con Alberto Fernández y la sequía: de este problema real, que hace mella en la economía y en el ánimo de muchos argentino, el Presidente ni siquiera habla.
No hace lo que todas nuestras madres nos deberían haber enseñado: que a los problemas hay que enfrentarlos al menos hablando sobre ellos y no esconderlos bajo la alfombra.
El Presidente no mencionó la palabra “sequía”, que sin duda es hoy el principal problema de los argentinos, en ninguno de los 180 discursos oficiales que pronunció a lo largo de 2022, y tampoco en los siete discursos que lleva en 2023.
Quizás no le importe, simplemente. O quizás suceda que la sequía que afecta a casi toda la Argentina sea algo más grave y también -además de lluvia- nos estén faltando políticos un poquito más humanos, con algo más temple y sobre todo con mayores dosis de sensibilidad hacia los problemas reales de muchos de sus compatriotas.
Boludos, corruptos, inoperantes, ignorantes, locos, perversos. Nosotros los elegimos. Nosotros ponemos la navaja en las manos del mono. Ahora estamos fundidos y la palabra que el que tiene todos esos des-méritos no pronuncia, SEQUÍA, hizo lo que nosotros no nos animamos: les negó el botín.