Alberti es una ciudad del centro norte de la provincia de Buenos Aires, atravesada por el Río Salado Bonaerense, y donde además en sus ámbitos se esconden historias fuertemente entrelazadas con la producción agropecuaria. Allí, las historias de empresas familiares donde los apellidos son importantes, representan la savia vital de esas verdes praderas.
Con solo recorrer unos minutos la zona, se puede advertir que hay uno de esos apellidos famosos que es orgullo de la localidad. También es un apellido famoso en el ámbito agropecuario, ya que en la lista de semilleros que operan en Argentina, seguramente Klein está al tope de esa lista, con más de 100 años de historia.
Hoy Klein se convirtió en un criadero de avanzada, especializado en trigo, pero que está también innovando en girasol, y abarcando buena parte del mercado a nivel Latinoamérica. En esta región, donde se pueda sembrar trigo, seguramente se encuentre alguna bosa con el logo de esta compañía.
Aun con el despliegue que hoy tiene este semillero, todo tiene un origen, y eso implica remontarse a más de 100 años, específicamente a 1919, cuando Enrique Klein llegó a la Argentina. Pero podríamos ir más atrás y contar la historia desde 1912, cuando llegó a Uruguay. O más atrás aún, y focalizarnos en los años en que este precursor de la genética en semillas estaba en la universidad de Bonn, Alemania.
En el viejo continente, Enrique Klein mientras estudiaba en la casa de altos estudios del este de Alemania, hizo un curso especial de genética y fitotecnia, ciencia que en aquellos años estaba en sus comienzos. Uno de sus profesores de la facultad recibió una oferta laboral del gobierno uruguayo para venir a mejorar los cereales, y Klein lo siguió, sin saber que esa decisión cambiaría su vida y la de muchísimas personas desde entonces.
Como en las tierras charrúas él no era el empleado, sino su profesor, decidió venir igual, y arreglarse económicamente como podía, viviendo prácticamente de lo que cazaba, sin un flujo constante de dinero. Había comprados los pasajes y los primeros gastos, con los ahorros de su vida. Lo que si aprehendió, fue el conocimiento sobre manejo y genética del trigo, que sumado a sus conocimientos académicos, lo llevó a convertirse en un alumno más que calificado en la materia, y trabajando casi gratis para quien necesitaba asesoramiento.
“Argentina era el futuro. A él le decían que el futuro estaba en Argentina estando en Alemania”, explica Roberto Klein, hoy al mando del Criadero Klein y nieto de Enrique, quien gentilmente recibió a Bichos de Campo en la casa que construyó su abuelo para contarnos la historia completa de como ladrillo a ladrillo, semilla a semilla, se fue edificando lo que hoy es una empresa emblema en el agro nacional.
En esos años, como el agro de los países latinoamericanos tenía un potencial gigante, pero con poca experiencia de manejo, los gobiernos de estos países contrataban a especialistas de Europa principalmente, para que vengan a desarrollar sus conocimientos y generar ganancias con ellos, por medio de mejores y más grandes exportaciones de materias primas. En Argentina se hacía trigo, pero con semillas que llegaban de afuera, traídas en los barcos junto con inmigrantes, quienes las sembraban y de esa forma se obtenían harinas. No existía aun un trigo argentino.
Ya trabajando en el INIA, Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, comenzó a hacer cruzamientos dirigidos. Hasta ese entonces lo que reinaba era el cruzamiento natural, y lo que Klein aprendió fue a buscar características de padres y madres, y en base a eso obtener nuevos resultados.
Todo cambió cuando fue contactado por la Cervecería y Maltería Quilmes, que necesitaba asesor para los lotes de cebada propios, y pide permiso al INIA para poder traerlo a Argentina a trabajar. Visitando lotes de nuestras pampas, Klein, ve un aviso clasificado en el emblemático Hotel España, hoy convertido en museo, donde se anunciaba la venta de un campo en la zona de Pla, pegado a Alberti. Fue así que en 1919, con la ayuda de un amigo banquero alemán, compra las 200 hectáreas que hoy son el corazón del semillero, renuncia al INIA y se establece definitivamente en esas tierras bonaerenses, con la idea de generar su propio proyecto.
Fue así como comenzó el proyecto que fundado un 1° de Mayo, bajo el nombre de CAPA (Criadero argentino de plantas agrícolas) da el al ver que el mercado compraba las semillas que multiplicaba en esas 200 hectáreas, y decidió venderlas un poco más caras porque tenían mayo rendimiento que las semillas que circulaban en ese entonces.
“Era tremendamente trabajador. Mi recuerdo era verlo a la noche con Amalia, su mujer que lo apoyaba, en el laboratorio investigando o en el campo experimental”, recuerda Roberto.
Si bien el fuerte de Enrique era el trigo, también trabajaba en mejoramiento en lino, cebada, avena, girasol, maíz y otras variedades, hasta que lanza en 1920 su primera variedad comercial de trigo denominada “Favorito”, que tuvo una reedición en 2021 llamado “Favorito 2”.
“En un momento el ve que la productividad de sus cosas eran mejores que lo que había en el mercado, que venía de afuera y ve que podía vender por arriba, y rendía un 50% por encima del resto, pero con un problema, no tenían la calidad que el gobierno exigía, porque competía con un trigo canadiense”, explica el nieto del fundador.
Mirá la entrevista completa con Roberto Klein:
La historia del crecimiento familiar y la de la empresa no están escindidas, puesto que según cuenta Roberto, el salto del criadero se da cuando los hijos de Enrique, que fueron 10, se volcaron al trabajo en el campo, y luego de ellos, sus hijos, quienes hoy están al mando de esta pujante compañía.
“El abuelo se dedicó a la investigación, pero tuvo 10 hijos, 6 varones y 4 mujeres, que todos trabajaron acá. Todos eran agrónomos o estudiantes, y llegamos a ser más de 50 primos, casi todos en la facultad. Mi abuelo seguía con eso, pero confiaba en sus hijos e hijas, porque todos trabajan con él. Esto fue creciendo por el empuje de los hijos, que eran una máquina”, narra Roberto Klein.
La entrevista con Roberto Klein tuvo lugar en la casa que su abuelo construyó y donde mayormente comenzó la aventura familiar. Esa casa hoy está reservada a eventos especiales, restaurada a original, y sirve de alojamiento para cuando algún miembro de la familia necesita pasar alguna noche. También tiene ribetes de museo, puesto que allí se exhiben premios, placas conmemorativas, y demás objetos de la historia grande del agro argentino.
Esta empresa, que comenzó con la visión de un alemán y prosperó gracias al empuje de la familia, hoy está abriendo las puertas a la cuarta generación de los Klein, que también son agrónomos o con especialidades afines a las pasiones de su bisabuelo, el fundador.
“Hemos ido incorporando a la cuarta generación, y la idea es que todos trabajen, pero no por el apellido, tienen que venir a trabajar. La idea no es que solo sea de la familia, sino que tiene que ser profesional. Nuestros breeders no son de la familia, pero los consideramos así”, dice el nieto de Enrique Klein.
Es así como la historia cuenta las vivencias de un alemán y su familia, que son las vivencias que suelen poblar las pampas de nuestra Argentina, que desde una ruta parecen despobladas, pero al agarrar el camino tierra adentro, se pueden apreciar. Hoy Klein representa un eslabón fundamental en la historia del trigo en Argentina, pero también para Alberti y la zona norte de Buenos Aires, ya que gracias al crecimiento y pujanza de este criadero, buena parte de la actividad de la región se mueve al ritmo de los Klein. El apellido es famoso en casi todo el mundo, pero en la zona representa mucho más. Representa orgullo de que esas tierras den empleo a cientas de familias y generen ese color local que solo se obtiene en las vastas praderas de Argentina.