Los tratamientos de fertilización integrales constituyen una inversión que, además de contribuir a mejorar los márgenes agrícolas, permiten conservar el potencial productivo de los suelos.
Así lo determinó un estudio de largo plazo realizado por los grupos CREA de la región Oeste entre 2014/15 y 2019/20 en ocho establecimientos que implementaron –en condiciones equivalentes– dos rotaciones completas de soja de primera, trigo/soja de segunda y maíz.
El objetivo del estudio fue comparar, en términos conceptuales, distintas estrategias: una situación sin nutrición (T0); baja tecnología (T1); suficiencia para fosforo y nitrógeno en función de análisis de suelo (T2); T2 + adición de azufre (T3); esquema de reposición integral de nutrientes (T4). El detalle de cada tratamiento puede verse aquí:
Se realizaron en bloques aleatorios cuatro tratamientos más el testigo con un diseño de tres repeticiones. La fertilización de cada parcela se realizó previo a la siembra para poder evaluar y separar posibles efectos sobre la semilla y logro del cultivo. Las zonas comprendidas en el estudio son las localidades de Casbas, Daireaux, Trenque Lauquen, Pehuajó, Carlos Casares y Ameghino.
Al analizar la producción acumulada de ocho cultivos durante cinco campañas se observa un primer salto importante (T1 versus T0) en el cual la fertilización en el sistema genera una productividad adicional de 6612 kg/ha (a razón de 1102 kg/ha/año), mientras que el aumento en el nivel de fósforo (T2 versus T1) promueve otro aumento de 2381 kg/ha (397 kg/ha/año) y el agregado de azufre (T3 versus T2) impacta en otro incremento adicional de 2100 kg/ha (350 kg/ha/año). Finalmente, el aumento nuevamente de fósforo, pero esta vez balanceado con nitrógeno y azufre, tiene un nuevo impacto adicional de otros 2322 kg/ha (387 kg/ha/año).
El índice de respuesta promedio del primer tratamiento sobre el testigo en todo el período de evaluación fue del 24,5%, mientras que el de T2 versus T1 fue del 7,2%, es del T3 versus su predecesor del 6,8% y el de T4 sobre T3 de 6,6%.
Cuando se observa el desglose de los índices de respuesta por cultivo en cada una de las campañas, tomando como referencia el T1, se advierte el efecto acumulativo de la fertilización. Mientras que la soja de primera producida en 2014/15 registró en T4 un incremento de rendimiento del 13% respecto de T1, en 2017/18 ese cultivo tuvo un crecimiento del 20%. También se evidenciaron aumentos incrementales en trigo y maíz. Y esas mismas relaciones también se observaron en T3 y T2. Tales datos son un indicio de los beneficios de los aportes acumulativos de adecuadas estrategias de fertilización sostenidas en el tiempo. Por otra parte, lo contrario sucede con el testigo sin fertilizar, que experimentó pérdidas superiores acumulativas en los diferentes cultivos que integran la rotación agrícola debido a la extracción de nutrientes y el consecuente balance nutricional negativo.
Otro aspecto por considerar es la salud del suelo evaluada a partir del nivel de nitrógeno mineralizable. La región Oeste se caracteriza por tener valores de NAm (Nitrógeno anaeróbico) relativamente bajos; según datos zonales, los valores pueden ir desde 8 ppm en suelos con lomas arenosas a 55 ppm en ambientes de alta producción y acceso a napa freática. En ese sentido, en el gráfico 3 puede verse la relación entre el valor de NAm y el índice de respuesta del T4.
Todos los establecimientos presentes en el gráfico de arriba, con la excepción de San Fermín (SFER), que venía implementando una estrategia de fertilización intensiva de largo plazo previo al inicio de la red de evaluación, mostraron una relación inversa entre el índice de respuesta del tratamiento de fertilización T4 y los valores de NAm. Ambientes con niveles de NAm del orden de 25 ppp mostraron respuestas del 25% sobre el T1, mientras que campos con unos 35 ppm de NAm expresaron respuestas del 20%; pero en el sitio con un NAm elevado –superior a 50 ppp– la respuesta no fue tan significativa. Estos datos abren una serie de interrogantes relativos a que suelos de la región considerados “pobres” quizás tengan un potencial productivo superior al estimado, el cual se puede evidenciar al realizar fertilizaciones adecuadas de manera sistemática.
Un aspecto importante es que todos los tratamientos adicionales evaluados generaron un resultado económico positivo. La estrategia de mayor renta se logró con el T3, dado que la adición de azufre generó un ingreso muy significativo con un costo relativo bajo.
El balance de fósforo se determina a partir de la diferencia entre lo que se incorpora con el fertilizante y lo que se extrae del suelo con el cultivo de cosecha en función de valores presentes en fuentes bibliográficas validadas.
Los primeros tres tratamientos fueron deficitarios en lo que respecta a balance de fósforo, mientras que el T4 resultó neutro a ligeramente positivo. El tratamiento testigo sin fertilización produce una pérdida del sistema equivalente a 100 kg/ha/año de Súperfosfato Triple, mientras que el T1 extrae 74 kg/ha/año y el T2 unos 47 kg/ha/año. Por su parte, el T3, que incorpora azufre sobre el T2, produce una mejora en el rendimiento que impacta negativamente en el balance de fósforo, lo que promueve una pérdida equivalente a 52 kg/ha/año de SPT.
En resumen: al momento de evaluar un sistema agrícola, no solamente debería hacerse en función del resultado económico, si también del balance de nutrientes, dado que las prácticas de fertilización sostenibles, si bien requieren una mayor inversión, son rentables como estrategia de largo plazo. Este aspecto es particularmente importante para los propietarios que arriendan campos.
El documento completo puede verse aquí.