“No podía mirarme a mí mismo si aceptaba seguir en la cartera agrícola como secretario”, dijo hace ya casi un año el ex ministro de Agricultura, el bonaerense Julián Domínguez, horas después de dejar ese cargo molesto porque Sergio Massa había absorbido el área agropecuaria bajo un renovado Ministerio de Economía, que pasó a controlar todos los resortes productivos.
Poco le duró a Domínguez ese ataque de orgullo y dignidad. En un peronismo que se lame las heridas para poder enfrentar la más dura de las batallas (las próximas elecciones confirmarán si puede retener el poder por otro mandato o si le espera el exilio al menos del sector público nacional), el ex ministro de Agricultura que no aceptó ser degradado a simple secretario y se enfrentó entonces con Massa, aceptó ahora encolumnarse bajo las órdenes del que sigue siendo súper ministro pero ahora es además el candidato presidencial del oficialismo.
Por suerte Massa no lo quiere a Domínguez directamente trabajando en Agricultura, donde sus pasos anteriores solo sirvieron para colocar a sus amigos en cargos públicos y dejaron gusto a demasiado poco. Lo decimos nosotros -periodistas especializados- con todas las letras: como ministro de Agricultura, la gestión del abogado chacabuquense fue horrible, plagada de títulos de planes demasiado pomposos (como el viejo PEA o el nuevo Plan Ganar) que solo servían para que el ex funcionario saliera en los diarios pero que luego jamás se aplicarían. En cambio, Domínguez sí se les ingeniaba para dividir y confundir a la dirigencia agropecuaria: les sobaba el lomo, mientras cumplía a rajatablas con las órdenes directas del kirchnerismo más anti-agropecuario.
Así durante sus dos mandatos siempre se inauguraron cepos a la exportación y se impusieron más retenciones, pese a que el tipo sostenía que lo conveniente era ir en sentido inverso, claro.
Según fuentes cercanas al massismo, Domínguez por suerte ahora “será asesor ad honorem del Ministerio de Economía y una de sus tareas de será construir el acuerdo social entre sindicatos, empresarios, universidades y Estado, que fije el modelo de desarrollo e industrialización de los recursos naturales argentinos”. Es decir, su tarea oficial -si en realidad termina haciendo algo más que campaña electoral- rozará de cerca los asuntos de la cartera que ahora maneja quien lo reemplazó, el entrerriano Juan José Bahillo.
El massismo, que busca sumar a todos los heridos que dejó la rosca para que su jefe se convierta en candidato (horas antes se había anunciado que el mismísimo Daniel Scioli sería “asesor Especial para la Agenda Internacional del Ministerio”), destacó la experiencia de Domínguez para tan altos menesteres que ahora lo ocuparán, a seis meses del cambio de gobierno.
“Domínguez fue dos veces ministro de Agricultura y actualmente es director de proyectos especiales de Smata, sindicato que conduce Ricardo Pignanelli, y coordinador técnico de la CSIRA (Confederación de gremios industriales). En tal sentido, ha venido construyendo vínculos y articulaciones con los sectores agropecuarios del interior del país y los sectores industriales, particularmente la industria automotriz”, se explicó.
“El trabajo es el ordenador social por excelencia, y sindicatos, empresas y universidades deben interpretar las señales de progreso que vienen del futuro y sentar las bases del 2030. Es momento de poner, con sentido patriótico, las capacidades nacionales en valor, en un contexto de reordenamiento de las cadenas globales y, aprovechar las oportunidades de este tiempo”, afirmó Domínguez en el comunicado.
Aleluya, en este año de ostracismo político, el ex ministro de Agricultura conserva innatas sus capacidades de hacernos creer que dice grandes cosas sin decir en realidad nada demasiado profundo.