En el sur de San Juan existe una región que en poco tiempo pasó del desierto más árido a convertirse en el polo olivícola más importante del país. Allí, con una fuerte inversión de la minería, un grupo de socios estaba buscando diversificar su actividad principal y dedicarse a la producción agrícola. Fue en ese camino que descubrieron que al límite con Mendoza, existía una vastísima región desértica.
Como eran mineros, los socios comenzaron a evaluar factibilidad para un desarrollo pequeño, puesto que querían comenzar con algunas pocas hectáreas de olivos, y descubrieron un dique subterráneo que se alimenta de agua del Tontal, en la pre cordillera, y que no compite con los cursos de agua para el consumo humano o riego del oasis principal sanjuanino, en la capital.
Luego de descubrir ese dique, evaluaron que las tierras eran aptas para la siembra de olivos, o casi cualquier otra cosa que se quiera hacer en esas tierras de pedemonte. Fue así que salieron en busca de inversores, y fueron adquiriendo tierras hasta que llegaron a 60 mil hectáreas, y las nombraron Campo Grande del Acequión.
Uno de esos fundadores fue Ricardo Martínez, quien también es presidente de la Cámara Minera de San Juan, además de representante a nivel nacional. Martínez fue quien “descubrió el oro” y quien permitió el avance de la minería en esa provincia. A Martinez le gusta describirse como un “bicho de campo”, pero campo de cordillera, agreste, distinto al de la Pampa Húmeda.
Martínez cuenta que fue mucho el trabajo que tuvieron que darle a esas tierras, para que se conviertan en el sustento del polo olivícola más grande y de mejores condiciones de Argentina.
“Fue una idea con varios amigos del sector de proveedores de la minería que hace ya casi 20 años comenzamos con la idea de desarrollar primero una primera finca de olivos, y que luego por obra del destino quizás y porque vimos la oportunidad, encontramos acuíferos importantes buscando el agua. Muestreamos muchos suelos, muestreamos muchos ríos, muchos acuíferos y pudimos ubicar un excelente acuífero independiente del acuífero del valle de Tulum”, narra Martínez a Bichos de Campo.
Según el fundador, este proyecto está enclavado en una gran bajada pedemontana, con suelos muy importantes de tipo franco arenoso, bastante gruesos. “Pudimos empezar inicialmente con las primeras fincas y después promover un gran proyecto agrícola inmobiliario que hoy suma más de 13 mil hectáreas de cultivos ya en actividad, y donde se congrega hoy la gran producción de aceitunas o aceiteras que dan el origen a la segunda exportación principal de San Juan, y que es el polo productivo de aceite de oliva más grande de la Argentina” explica.
Si vamos a los registros históricos, esa zona era un desierto. Hoy ya no. Incluso Martínez, que de profesión es geólogo, recuerda los trabajos que hacía para YPF en los ´80: “Yo lo conocí a principios de los ochenta, siendo ayudante en un pozo que perforó YPF en la zona sur del campo, y me asombraba que en los pozos, que en el pozo de petróleo había mucha agua en los primeros 400, 500 metros. Entonces eso me quedó y cuando tuvimos la oportunidad de buscar zonas para cultivos hicimos geoléctrica para ubicar con geofísica los acuíferos, y tuvimos la sorpresa de que en la zona baja el acuífero estaba a 50 metros. Cuando verificamos la calidad, había calidades interesantes para ese tipo de suelos arenosos de alta permeabilidad donde el suelo es nada más que un soporte físico y permeable”.
De esos orígenes, hoy queda poco. El desierto se transformó un polo productivo de dimensiones colosales. En Campo Grande del Acequión se cuentan firmas como las bodegas Salentein, y Fuego Blanco. Además hay empacadoras de granada, producción de pistachos, fábrica y embotellado de aceites de oliva, una sede de investigación de CANME, la empresa provincial dedicada al cannabis, entre otros. Casi todo lo que se produce en Campo Grande, se exporta a los mercados más exigentes.
El minero respondió también a este medio sobre las críticas que existen desde diferentes sectores ambientalistas del norte de la provincia, como la Asamblea Jáchal no se toca, quienes aseguran que la actividad minera representa un peligro para la vida de las comunidades y de sus proyectos agrícolas. Al respecto dijo: “Desde hace muchos años venimos convenciendo cada vez a más gente del sector agrícola que estas acusaciones, estos problemas no tienen ningún asidero. La minería tiene una ley que copió de otras muy avanzadas como las de Canadá, Australia o Estados Unidos. Esa ley obliga a cualquier proyecto minero desde su inicio, que es un prospecto minero, a preparar un informe de impacto ambiental”.
Al respecto, Martínez agrega: “Ese informe de impacto ambiental que luego va progresando con el proyecto, que luego puede ser un proyecto de exploración, que ya tiene mucho más inversión, donde se perforan pozos, etcétera, va teniendo siempre la componente ambiental y va fijando lo que se llama una línea de base, una línea de base ambiental, es decir, ¿qué pasa cuando llegó la minería a ese lugar? ¿Cómo estaba el agua del río? Se muestrea. ¿Cómo estaba el suelo? Se muestrea. ¿Cómo estaba el conteo de aves, de patos, de flora, de fauna en general? Y todo eso se va reflejando en la evolución de ese proyecto minero”.
En resumen sobre este tema, el minero destaca: “Hoy Jáchal tiene un agua de una cuenca totalmente libre de contaminantes, totalmente opuesta a la historia jachalera de haber vivido cientos de años con un río que tenía componentes altos de boro, de arsénico, y que no vienen ni siquiera de San Juan, vienen del sur de Catamarca. Toda esa es contaminación de terreno volcánico que están archiprobados”.
Mirá la entrevista completa con Ricardo Martínez:
A su vez, Esteban Yuba es, administrador general de los campos olivícolas de los fundadores de Campo Grande. Esteban llegó hace más de 30 años a San Juan para desarrollar la olivicultura, y se unió a los principios del proyecto de Martínez. Yuba está al mando de unas 500 hectáreas, destinadas exclusivamente para el aceite. “Esta plantación tiene alrededor de 14 años, está en plena producción. En las producciones, se trata de obtener siempre la mayor cantidad de kilos, por hectárea, que habitualmente apuntamos a tener, de 10.000 a 15.000 kilos”, explica.
Sin embargo, Yuba describe los inicios de las plantaciones, cuando todo era desierto y se buscaba plantar buscando la excelencia: “Cuando arrancamos con esto, hubo mucho camino por recorrer de aprendizaje. Se empezó con la importación de plantines, con variedades ya sea de Italia y de España, para ver qué variedad era más propicia para estas zonas. La verdad que después de un camino muy largo, te diría que hoy por hoy, la gente que está incursionando en inversiones acá, en este lugar, ya está más preparada, habiendo recorrido los pioneros con algunos equívocos, llamémoslo así”.
Mirá la entrevista completa con Esteban Yuba:
Por su parte Humberto Bufagni, quien lleva adelante técnicamente la finca olivícola de los propietarios, describe la condiciones naturales de manejo que llevaron a que esta zona esté considerada como tope de gama de olivicultura a nivel mundial.
En ese sendero, el manejo lo hacen en mayor medida de forma mecánica, pero también haciendo unos retoques manuales. “sin maltratar la planta para tener una cosecha buena”, según dice.
Humberto, que lleva 16 años en la dirección técnica de esos campos, describe el territorio de la siguiente manera: “Esto es lo más top que hay en la provincia. Primero la altura. Cuanto más alto es mejor, porque tenés menos problema para el tema de la helada, también porque las heladas pasan, bajan, en las partes bajas es peligroso. Esto es espectacular, y acá tenés suelos franco arcilloso, franco arenoso, que son tierras muy buenas, de muy buena calidad para la producción del olivo”.
Mirá la entrevista con Humberto Bufagni: