Bichos de Campo tuvo la fortuna de conocer a Alberto Parra, un bioquímico tucumano que se dedicó por más de 30 años a diagnosticar, prevenir y aplicar estrategias de control de la Equinococosis quística, más comúnmente conocida como Hidatidosis.
Esta enfermedad es provocada por un parásito que se aloja en los perros que, a través de sus heces, son sus principales difusores. Pero también se guarece como larva en el ganado, en algunos animales silvestres y hasta en los humanos cuando se ingieren, de diversas formas, los huevos del parásito que se encuentran en el ambiente.
La Hidatidosis provoca quistes de gran tamaño, principalmente en pulmones e hígado, aunque también pueden aparecer en otras partes del cuerpo. Por sus dinámicas, la población infantil es el segmento con mayor índice de contagio, manifestándose dolencias en la adolescencia o adultez, a partir del crecimiento de los quistes. Es una enfermedad endémica y está presente en todas las provincias de Argentina. Solamente las regiones polares del planeta no la cuentan entre sus registros.
“Todo lo que les comento son conceptos personales construidos después de tantos años de trabajo”, previene Alberto Parra. Este bioquímico pasó muchas décadas detrás de su microscopio analizando las muestras de laboratorio, pero también recorriendo parajes por los cerros tucumanos, donde las poblaciones locales se dedican a criar, entre otras cosas, rumiantes menores. Esto le permitió conocer a fondo los ciclos de la enfermedad, pero también las dinámicas sociales que permiten su persistencia.
Según el Ministerio de Salud Pública de Tucumán, en 2024, se notificaron 22 casos, pero, conocedores del tema como Alberto alertan que “esta es una enfermedad que oficialmente debe ser notificada”.
“A partir de un trabajo que hicimos con la Dra. Beatriz Puchulu, pudimos constatar que existe un subregistro del 43%, o sea que solo 4 de cada 10 casos son notificados. A esto hay que sumarle que el sector privado de la salud no suele informarlos, que muchos pacientes son diagnosticados con otras patologías, y que al sector gubernamental no le interesa que se muestren evidencias de la falta de políticas”, señala Parra.
Sobre esta enfermedad, el bioquímico comenta que “conlleva muchos traumas físicos y psíquicos, ya que suele diagnosticarse cuando el quiste es de gran porte y ya afecta notablemente la salud de las personas, por lo que deciden recurrir al servicio sanitario”.
El tratamiento, cuando es diagnosticada en forma prematura, se realiza con el suministro prolongado de antiparasitarios como el Albendazol o el Praziquantel. En los casos de un mayor desarrollo de los quistes, en cambio, se realiza una cirugía muy invasiva, dejando severas secuelas y “llevando a las personas a sentirse al borde de la muerte”.
Comenta Alberto sobre el costo social de esta enfermedad, donde se invierte mucho más dinero en la atención e internaciones en hospitales de alta complejidad que en acciones preventivas y diagnóstico temprano. Además, destaca que los pacientes y sus familias deben ausentarse de su terruño, dejando sus pertenencias y hacienda, modificando su dinámica socio-productiva y económica.
“Se suele relacionar a esta enfermedad con la pobreza y la ignorancia, ya que se manifiesta, generalmente, en comunidades rurales alejadas con escasos recursos económicos y bajos niveles de escolaridad. Pero las personas de estos parajes conocen y hasta naturalizan a la Hidatidosis, dejando a la suerte o al destino ser o no afectadas por ella”, contextualiza.
“Donde existe poco o nulo conocimiento de la enfermedad es en los funcionarios que tienen que definir las políticas sanitarias, o en algunos profesionales de la salud. Como dice la OMS, este es un problema de desatención de estas poblaciones postergadas, algo difícil de revertir por el poco caudal de votos que aportan”, sentencia Parra a continuación.
Este profesional sostiene que la Hidatidosis es prevenible y hasta erradicable pero, para ello, no solo alcanza con conocer el ciclo del parásito, sino que se deben conocer también las características sociales, productivas y culturales de las comunidades. De igual forma, es necesario dejar de lado las mezquindades de cada disciplina para trabajar articuladamente y, sobre todo, llevar a cabo acciones constantes que perduren en el tiempo.
Respecto de las dinámicas de las comunidades estudiadas, el investigador señala: “Hay factores que promueven su persistencia y otros que facilitan su diseminación. Cierto es que en las faenas domésticas se suele dar las vísceras crudas, posiblemente infectadas, como alimento a los perros y con eso se reinicia el ciclo parasitario. También es muy común que los niños jueguen con los perros y la hacienda, sin extremar en medidas de higiene adecuadas. Por ello se responsabiliza al pequeño productor y se le aconseja que debe cocinar las vísceras antes de ofrecérselas al perro, y que mantenga una correcta higiene, sin considerar la alta ocupación de la tarea en el campo y la poca infraestructura existente, lo que dificulta que el puedan hacerlo siempre”.
En este sentido, Parra se pregunta: “¿Cuánto más sencillo y económico es que el Estado provea, en tiempo y forma, antiparasitarios a los perros que minimicen el foco infeccioso? ¿No es mejor realizar sencillos diagnósticos prematuros en las poblaciones y en los animales donde persiste esta problemática, que estar realizando complejas intervenciones quirúrgicas?”.
El bioquímico concluye su pensamiento con una frase de Ramón Carillo: “Los problemas de la medicina no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social”.