La ganadería viene siendo señalada en diferentes ámbitos como uno de los sectores responsables del fenómeno del cambio climático. Sin embargo, al momento de estudiar el fenómeno, resulta indispensable separar el relato de la información científica en la materia.
Los principales gases de efecto invernadero (GEI) incluyen el dióxido de carbono (CO2) y el vapor de agua, que constituyen un efecto invernadero natural esencial para la vida en el planeta y sin el cual la temperatura sería 20 o 30 ºC más baja de la presente actualmente.
En los últimos dos siglos la actividad humana ha incrementado significativamente las emisiones de esos gases, generando un efecto invernadero aumentado, según explicó Walter Baethgen, investigador de la Universidad de Columbia de Nueva York y vicepresidente del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria de Uruguay (INIA), durante una exposición realizada hoy en el evento Agro en Punta realizado en Punta del Este, Uruguay y publicada en Contenidos CREA.
Baethgen, quien brindó una conferencia titulada “Derribando mitos: la ganadería y los gases de efecto invernadero”, señaló que para abordar seriamente el cambio climático es necesario dirigirse al origen del problema, destacando que casi el 75% de las emisiones provienen del sector energético. Y que en ese sector las denominadas “pérdidas fugitivas”, como las provenientes de la apertura de minas de carbón o la operación de pozos de petróleo, contribuyen significativamente a las emisiones de GEI.
El metano –uno de los GEI– se libera en el proceso de producción ganadera, pero su ciclo de vida es relativamente corto, dado que se extiende entre diez a quince años. A diferencia de los combustibles fósiles, que introducen carbono nuevo en la atmósfera, la ganadería recicla el mismo carbono en un ciclo constante y natural (conocido como “ciclo biogénico”).
A pesar de formar parte de un ciclo natural, el estándar establecido por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) determina que –más allá de cuál sea su origen– una molécula de metano (CH4) es equivalente a 28 moléculas de dióxido de carbono (CO2).
El investigador también señaló que, aunque los humedales son la principal fuente de emisiones de metano en el mundo, no se incluyen en los inventarios de GEI coordinados por el IPCC debido a su rol clave en el equilibrio ecosistémico. Eso porque en situaciones de ausencia de oxígeno (condición anaerobia) presentes en suelos inundados, existe un grupo de bacterias específicas que tienen la capacidad de transformar materia orgánica en una mezcla de gases, fundamentalmente metano, que no es otra que el principio aplicado para la producción de biogás.
En este contexto, Baethgen instó a repensar la línea de base para las regiones donde predominan los pastizales –como es el caso del Cono Sur–, ya que tales ecosistemas no sólo son preexistentes al proceso de cambio climático, sino que incluso evolucionaron junto con el desarrollo de diferentes comunidades de herbívoros.
Es decir: tendría que haber criterios diferenciados, en materia de medición de emisiones de GEI, en lo que respecta a ganadería, ya que no puede ser considerado equivalente un sistema ganadero instrumentado sobre suelo deforestado que otro diseñado en base a un pastizal natural.
También subrayó la importancia de considerar no sólo las emisiones, sino también la captura de carbono que pueden realizar los sistemas productivos a través de modelos silvopastoriles o metodologías de pastoreo que contemplen dejar “descansar” el tiempo suficiente a las especies presentes en un pastizal para promover una recarga de biomasa aérea y subterránea que contribuya generar una acumulación progresiva de carbono en el sistema, entre otras alternativas.
Para finalizar, el investigador uruguayo resaltó que el agro puede ser parte de la solución en el proceso de mitigación del cambio climático, así como en la necesidad de que los países del hemisferio sur puedan tener una mayor influencia en la definición de los criterios globales empleados para medir emisiones de GEI.