Una compañía semillera brasileña de origen argentino logró este año un hito histórico en materia de innovación tecnológica al desarrollar el primer cultivar editado genéticamente
El evento, que insólitamente pasó desapercibido en la Argentina, fue uno de los casos destacados hoy en el evento Mercosoja 2022, organizado por Embrapa en la ciudad de Foz de Iguazú.
“Estamos orgullosos del hecho de que somos la primera compañía brasileña y una de las primeras a nivel mundial en desarrollar un cultivar de soja editado genéticamente”, apuntó la brasileña Polyana Kelly Martins, coordinadora del área de Edición Génica de GDM Seeds, durante una charla ofrecida en Mercosoja.
En marzo pasado GDM –fundada por el argentino Gerardo Bartolomé y actualmente dirigida por su hijo Ignacio– recibió, por parte de la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad de Brasil (CTNBio), la aprobación de un cultivar de soja mejorado por medio de edición génica que cuenta con un nivel reducido de rafinosa y estaquiosa, dos componentes que, al no poder ser digeridos por animales monogástricos –como aves y porcinos–, se consideran “anti-nutricionales”.
El cultivar editado, según datos de la empresa, logró una reducción del 75% de rafinosa y del 50% de estaquiosa respecto de cultivares convencionales de soja. Diferentes líneas experimentales ya se están evaluando a campo en Brasil con el objetivo de lanzar un cultivar comercial en el año 2025.
En el presente mes de mayo CTNBio además aprobó otra variedad de soja editada de GDM, pero esta vez con una característica incorporada de tolerancia a restricciones hídricas. La empresa también está intentando desarrollar –también con edición génica– cultivares tolerantes a herbicidas no convencionales.
Buena parte de la detección y selección de genes de interés realizado por GDM se hizo con la ayuda de una plataforma tecnológica desarrollada por la empresa argentina Bioheuris, uno de cuyos fundadores, Lucas Lieber, también estuvo presente hoy en el evento de Mercosoja.
Lieber indicó que es vital, para poder realizar nuevos desarrollos, contar con un marco legal adecuado que permita recuperar la inversión realizada. “Eso no es tan sencillo en la Argentina respecto de lo que sucede en otros países y, si no se presentan esas condiciones, lo más probable es que las inversiones no se hagan”, afirmó.
La ironía es que la Argentina, gracias a la visión del ex director nacional de Biotecnología, Martín Lema, fue una nación pionera en el diseño del marco normativo necesario para poder desarrollar productos derivados de la tecnología de edición génica, el cual sirvió de precedente a nivel global (nota al margen: Lema fue despedido por el gobierno de Alberto Fernández y la Dirección Nacional de Biotecnología fue degradada a una coordinación; Lema ahora trabaja para la compañía británica Oxitec, que tiene una filial en Brasil pero, claro, no en la Argentina).
La edición génica –como CRISPR/Cas9– permite modificar secuencias de nucleótidos en el ADN de una manera más precisa para desarrollar los mismos productos que se obtenían por mutagénesis convencional (como la radiación), pero con la ventaja de que las mutaciones no son producidas al azar, sino dirigidas en forma específica. Eso implica, por ejemplo, que las nuevas semillas obtenidas por mutagénesis pueden ser inscriptas como un cultivo convencional al tratarse de un mutante y no de un transgénico, el cual requiere varios años y millones de dólares de certificaciones ambientales y regulatorias antes de poder ser comercializado.
Argentina fue pionera en materia de regulación de organismos obtenidos por medio de edición génica: en 2015 la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) emitió una resolución (173/2015) que estableció un procedimiento orientado a determinar si un organismo obtenido a partir de técnicas de edición génica debe o no ser considerado un Organismo Genéticamente Modificado (OGM), el cual, según define el Protocolo de Cartagena (2000) es aquel “que posea una combinación nueva de material genético que se haya obtenido mediante la aplicación de la biotecnología moderna”.
Luego de la Argentina, otras naciones –como Chile, Brasil, Paraguay, Colombia e Israel– determinaron regulaciones similares para validar que algunos productos obtenidos por edición génica deben ser consideramos no-OGM al tratarse de eventos logrados por medio de una mutación del propio genoma del organismo (y no de la introducción de genes provenientes de otros organismos). Los organismos regulatorios de EE.UU., Canadá y Australia también establecieron criterios para categorizar a los organismos editados como no-OGM.
La edición génica permite, de alguna manera, “democratizar” el avance científico y tecnológico a nivel global, dado que los productos obtenidos, al no ser considerados OGM, no deben hacer frente a los onerosos procesos regulatorios necesarios para registrar un transgénico.
APLAUSOS. TODO EN BRASIL SE PUEDE HACER MEJOR