Las cosas pueden ser muy simples: estamos inmersos en un paradigma que no cuestionamos y podemos vivir toda la vida bastante tranquilos. Hacemos lo que se espera que hagamos, lo que todo el mundo hace y listo. Podrá haber algún que otro sobresalto y enfermedad, pero nada que no le pase a los demás.
Ahora bien, cuando de pronto uno se empieza a cuestionar, la cosa se complica. Y puede complicarse mucho. Por ejemplo, desde hace cientos de años damos por sentado que los caballos están para ser utilizados por el humano para trabajo y diversión. Es natural, todo el mundo lo hace. David Castro (55) también lo hacía, al punto tal de dedicarse a domarlos (con el método indio o racional pero doma al fin) hasta que un día empezó a preguntarse cosas.
Una de ellas fue empezar a pensar a caballos y yeguas no como seres inferiores al humano por ser animales, sino a verlos como a un otro, es decir, pensarlos como “pares”, como seres con los que compartimos el mundo. Pero no inferiores y menos aún a nuestro servicio.
-Entonces ese día usted dejó de dedicarse a la doma, ¿verdad?
-Y sí. Porque aún la doma sin violencia, seguía siendo someter a ese otro ser para utilidad de alguien. Empecé a preguntarme: ¿Qué tipo de relación buscamos con los caballos? ¿Obediencia y sujeción o una relación de respeto mutuo y confianza?
David es docente, maestro de Aikido y montañista (entre otras cosas), y recuerda que siempre tuvo relación con los caballos, que le gustaba montar y que un día se fue a vivir al campo. Ahí empezó a trabajar con hacienda y por ser novato los peones le dieron un caballo que no podía agarrar porque era muy chúcaro, así que decidió trabajarlo aplicando sus conocimientos de cetrería: lo puso en un corral, le dio agua y comida todos los días, y así el caballo empezó a quererlo. Al poco tiempo una persona conocida le habló de la doma india y se puso a estudiar. Luego se anotó en un curso, le resultó fácil y después de cierto tiempo de práctica, empezó a trabajar de eso. Hasta ahí, sin preguntarse nada.
-¿Cuál fue el clic para pasar de domar caballos como trabajo a tener estas ideas?
-No fue solo una cosa. Pero lo primero fue la empatía, un día comencé a ponerme en su lugar. ¿Me gustaría que me montaran? ¿Y tener un metal en la boca? A eso se le sumó que varios alumnos, en especial mujeres, me empezaron a cuestionar, me preguntaban si incluso el sistema de doma india no era también violencia, si no provocaba también dolor. Entonces me puse a investigar mucho y encontré información científica que dice que sí, que la monta, el freno, las riendas, dañan al caballo, y mucho.
–¿En serio?
-Sí. Por ejemplo, a todo el mundo le parece natural y hasta gusta que el caballo tenga espuma en la boca, cuando en realidad es una reacción del organismo ante el pedazo de metal que se le pone como freno, y que consiste en segregar saliva pero sin estar comiendo, lo cual no es bueno. Otro tema es que luego de 15 minutos de monta se le duerme la espalda (sí, se le duerme) y que las carreras a gran velocidad le dañan los músculos. Pero nada de esto se toma en cuenta.
-Es la primera vez que lo escucho…
-Considerar que a un caballo le interesa y disfruta de ser montado es desconocer profundamente su naturaleza e incluso el funcionamiento de su cuerpo. Lo que pasa es que la domesticación representa un antes y un después para la humanidad, donde los animales dejan de ser seres con quienes compartimos el espacio y comenzamos a someterlos para que sean de nuestra propiedad. Por ejemplo, no es lo mismo matar “con gratitud” como cuando un animal nos da su cuerpo para alimentarnos que matar para que otro animal no acceda a mi propiedad (o sea a su alimento), como cuando se extermina a un puma para que no se coma mis ovejas. En ese gesto nace el patriarcado, el esclavismo.
–¿Cómo se relaciona esto con los caballos?
-Empezamos esclavizando animales pequeños como una oveja o un chivo, que son manejables, pero con los 600 kilos del caballo aparece otra figura: la de aquel que tiene la herramienta y la técnica para controlar al otro. Un conocimiento especializado, en este caso del domador, que puede manipular a esos animales para que le obedezcan y usar su cuerpo con el fin que desee. Esto puede lograrse de muchas maneras, pero, por cualquier camino siempre es necesario poner al caballo (o al elefante o dromedario) en un estado de indefensión aprendida, pues es lo único que permitirá que un animal no se rebele frente a cosas que lo dañan, lo incomodan o lo afectan negativamente.
David cuenta que hacia el año 2000 surge un movimiento de toma de conciencia de lo que les pasa a los caballos y él en 2002 descubre la escuela de Alexander Nevzorov que plantea el tema del dolor y del daño en el caballo, haciendo hincapié -entre otras cosas- en que las riendas interrumpen el balance del animal y propone un manejo que deja la cabeza libre. “Si uno quiere que un caballo obedezca, este no debe sentir ningún tipo de incomodidad, entonces los entrenábamos sin nada, desde abajo y con juego, generando así un vínculo muy fuerte donde el animal hace todo lo que uno quiere”, asegura.
“Hoy sigo mi recorrido del despertar pensando al caballo como un par, por eso dejé de lado todas las escuelas de doma y entrenamiento, porque implican transformar a ese otro para que sea lo que yo quiero que sea. Con la educación en los niños pasa lo mismo: los humanos somos seres amorosos y totalmente sociables por naturaleza pero los queremos cambiar. ¿En qué los queremos transformar?”, reflexiona.
-¿Estas ideas abrevan del budismo?
No tanto, porque en el budismo también hay una mirada “evolutiva” aunque sea de las almas, ya que sostiene que un humano tiene un alma más evolucionada que un animal y que es el único ser capaz de iluminarse. Para mí esto tiene más que ver con todo lo que está invisibilizado en nuestra sociedad y en el caso del caballo se relaciona con no respetar (y desconocer) lo que necesita para estar sano física y psicológicamente: grandes espacios, movimiento y una manada a la que pertenecer porque el caballo “es” en referencia a los otros caballos. Un caballo aislado es un ser mutilado en su esencia y en su desarrollo.
-Usted brinda talleres y capacitaciones. ¿Cómo se vincula con todo esto?
-Son una convocatoria a una mirada más sensible sobre el cuidado del otro. Convivir con animales hace que comprendas que tienen su personalidad, su voluntad, sus sentimientos. En mis seminarios apunto a que la gente conecte con eso; por ejemplo, que las mascotas dejen de ser “bastones emocionales” a disposición de los humanos.
-Uh, qué reacciones virulentas debe generar que usted diga eso, sobre todo en quienes declaman querer más a los perros que a los humanos…
-Así es. Se enojan mucho porque se da por sentado que nuestra manera de “querer” a los animales es la correcta. También los veganos se enojan porque para mí el veganismo es un camino para el cambio de conciencia y algo muy rico, pero no estoy en contra de que la gente coma carne y no creo que dejar de comer carne implique una evolución ni mayor grado de conciencia. El problema es el contexto cultural y la domesticación. Piense en culturas que no domestican, los bosquimanos se alimentan de otros animales, pero no atentan contra la naturaleza. El problema con la ganadería y la domesticación es que obedecen a un modelo lineal donde usamos los recursos hasta que se agotan, es la apropiación y el control inherentes a las culturas esclavistas las que generaron la ruptura con el mundo natural: hemos perdido confianza en el entramado que sostiene la vida por eso usamos a la naturaleza como una fuente de recursos para garantizar nuestra existencia y así cortamos el fluir de lo biológico y vital.
-Volviendo al tema de los caballos, ¿qué hay que hacer entonces?
-Cada uno debe hacer lo que le dicte su conciencia. Creo que hay que preguntarse qué es lo que uno está haciendo con los caballos e investigar lo que les pasa a ellos. Ese es el puntapié inicial. Después cada uno verá. Hay muchos trabajos que demuestran que freno, riendas y montura los dañan; y hay cosas bastante lógicas y evidentes como que un hierro en la boca, no puede no molestar.
-Sí, es evidente. Entonces ¿por qué se sigue suponiendo que un hierro no le hace nada?
-¿Y por qué se sigue suponiendo que decirle algo a una mujer por la calle está bien y le tiene que gustar? Porque hay un contexto histórico cultural que invisibiliza gran parte del dolor y el daño que sufren los seres que habitamos este mundo.
Fotos: Mónica Gozalo, Tomás Cortés Berisso, Mariana Domic Radtschenk