Un proyecto del Gobierno Nacional para producir maíz a gran escala en Misiones desató allí un debate muy intenso pero algo tardío: veinte años después de la aprobación en el país (incluyendo aquella hermosa provincia) del primer maíz transgénico, los misioneros han comenzado a discutir públicamente cuál debería ser su convivencia con los cultivos genéticamente modificados.
El maíz Bt (modificado para resistir plagas) fue aprobado en 1998. Luego siguió el maíz RR (resistente al glifosato) y así fueron llegando al país diferentes eventos, que incluso se “apilan” de a varios en la misma semilla. Pasaron dos décadas, pero Misiones se mantuvo casi al margen de esta discusión.
La provincia es sin dudas un paraíso de la biodiversidad y por sus condiciones agroecológicas y sociales (hay mucho pequeños colono) son muy comunes allí los cultivos regionales (como la yerba, el tabaco y el té) y no han penetrado tanto los cultivos extensivos. De todos modos, nadie puede decir a ciencia cierta que Misiones se haya mantenido todos estos años a salvo de los transgénicos. La virginidad, por el contrario, es muy poco creíble.
Pero así es como se discuten las cosas en la Argentina, tarde y mal. En este caso, el debate sobre el perfil productivo de Misiones lo desató una noticia que pasó por los medios muy tímidamente en diciembre pasado: la firma de un acuerdo entre el Ministerio de Agroindustria de Nación y Maizar, la entidad que agrupa a la cadena maícera. La idea, según la gacetilla oficial, era crear una cuenca de producción de maíz sobre 125 mil a 250 mil hectáreas de Misiones y Corrientes, para evitar la importación del grano con altos costos de flete desde otras zonas de país y comenzar a exportar los excedentes a Santa Catarina, en el sur de Brasil.
Un mes después de esa gacetilla que pasó sin pena ni gloria, la mecha de la polémica se encendió en la provincia norteña. Fue cuando los medios locales advirtieron sobre este proyecto nacional e informaron que “en la práctica el maíz transgénico y otros productos similares ya están en etapa de prueba en diez parcelas en la zona de San Pedro y San Antonio”.
Y claro, hizo mucho ruido la posible siembra de 250 mil hectáreas con maíz en una provincia que solo dispone de 1.264.000 hectáreas productivas y otras 417 mil hectáreas forestales, más otro millón de hectáreas de monte y pastizales.
La secretaría de Agricultura Familiar delegación Misiones admitió que el proyecto podría desarrollarse sobre parte de las 400.000 hectáreas de ‘capuera’ que “hoy están improductivas y sobre lotes de té abandonados”. Pero admitió que no había hecho los estudios ambientales correspondientes a una iniciativa de esa envergadura.
Comenzaron las especulaciones y los posicionamientos. Una decena de organizaciones ambientalistas emitieron un duro documento en contra del proyecto atribuido al secretario Luis MIguel Etchevehere (que proviene de la Sociedad Rural) y a Maizar (que incluye entre sus sodios a las grandes multinacionales semilleras), a favor de los cultivos transgénicos. En Misiones, como corolario, había una ley provincial que propiciaba la prohibición del herbicida glifosato. Y en el Congreso Nacional, la provincia fue declarada como “capital nacional de la biodiversidad” en diciembre pasado.
En este contexto, la ministra de Agricultura Familiar de Misiones, Marta Ferreira, expresó su rechazo al convenio impulsado por los funcionarios nacionales dedicados al mismo tema que ella. El proyecto, argumentó, “atenta contra las políticas provinciales para el sector establecido en las Leyes de Agricultura Familiar (ley VIII-69) y la ley de fomento a la Producción Agroecologica (ley VIII-68)”.
“Vamos a continuar trabajando en los bancos de semilla, rescatando las variedades que están adaptadas a nuestra suelo y trabajando en el proceso de mejoramiento de las condiciones de producción y conservación de las mismas para garantizar la seguridad y la Soberanía Alimentaria”, expresó la funcionaria.
Hasta el Partido Justicialista de Misiones se metió en la polémica, como si no hubieran sido gobiernos de ese signo los que impulsaron la introducción de transgénicos en el país a partir de 1996, con la soja RR. Para los justicialistas, sin embargo, el proyecto nacional a favor del maíz de alta productividad “atenta contra nuestros colonos, ya que profundiza la dependencia de empresas productoras de semillas y agroquímicos”.
Desde el otro palo, el ingeniero agrónomo y presidente de la Sociedad Rural de Misiones, Carlos Lanari, salió a explicar que estas semillas genéticamente modificadas no necesariamente afectan a otros cultivos y actividades. “La biodiversidad no se da de palos con sembrar maíz transgénico”, aseguró.
En sintonía, en otra muestra del mosaico de opiniones encontradas que desató este asunto, el ministro de Ecología de Misiones, Juan Manuel Díaz, aclaró que sería posible plantar maíz transgénico en Misiones “con los debidos cuidados del caso”.
“No es nuevo que cultivos transgénicos se lleven adelante en nuestra provincia, pero por supuesto que todo debe ser llevado a cabo con los debidos cuidados del caso, evitando aquellas áreas sensibles para la biodiversidad y por supuesto respetando también las variedades de los maíces nativos que es muy importante en términos de lo que es la soberanía alimentaria”, intentó moderar ese funcionario.
Jerónimo Lagier, delegado de la Nación en materia de Agricultura Familiar, defendió con énfasis su plan, al punto de la exageración. Dijo no entender las críticas a la idea de sembrar 250 mil hectáreas con especies transgénicas que “ya se usan en Misiones desde hace 30 años”. Eso daría 1988. No cierra. Adicionó diez años.
“El proyecto tiene como objetivo principal lograr que la provincia de Misiones tenga oferta de granos local para obtener balanceados a precio adecuado para producir proteína animal. La idea de asociarse a cooperativas brasileñas se basa en la necesidad de obtener transferencias de capital y tecnología para el desarrollo de los cultivos de maíz en Misiones”, explicó el funcionario nacional, quien además avanzó en la alternativa para que los brasileños financien el proyecto.
“Primero hay que producir para la demanda de Misiones. El excedente, exportarlo. Pero acá debe haber valor agregado. La carnada que necesitan los brasileños es porque no tenemos infraestructura, no hay secaderos suficientes de maíz, no hay silos, aunque eso se puede abaratar con silobolsas. No hay extrusora de soja, estamos trayendo expeller de la Pampa húmeda para hacer alimentos balanceados”, explicó Lagier en un reportaje concedido a Economis, medio local que desató la polémica al revelar los detalles del acuerdo.
-¿Se puede pensar en plantar 250 mil hectáreas?- le preguntaron al funcionario.
-Para cubrir nuestras necesidades alimenticias, de grano y carne, son necesarias 125 mil hectáreas de maíz. Con un paquete tecnológico, sería sano llegar a 253 mil, para generar una producción con rotación, productores familiares para hacer hotelería, cerdos, pollos, balanceados y toda la cadena. Y el excedente mandarlo a Brasil. Si se queda acá, felices. Pero hay un límite en uso de suelo y hotelería- reconoció.
Según datos oficials, se cultivan en Misiones solamente 22.600 hectáreas de maíz a un rinde promedio de 3,2 toneladas por hectárea, mientras que en Santa Catarina el rinde promedio es de 8,7 toneladas. El proyecto indica que los suelos misioneros, al igual que los catarinenses, deben ser corregidos en su acidez.
El proyecto apadrinado por Nación identifica como “amenazas” a la autoridad ambiental de Misiones que “podría poner trabas al desarrollo de áreas cultivables si considera a la capuera como bosque nativo en recuperación y traba el desmalezamiento de parte de los lotes de tierra ociosa”. También, de modo medio violento, reconoce que “en Misiones hay una corriente política contraria a la utilización del glifosato”.
-¿Y qué hacemos con el monte?
-Los fundamentalistas dicen que la capuera es monte en recuperación y en realidad, la capuera es que el tipo volteó el monte. La tierra bien usada, produce perfecto. En realidad, presionan el monte si no empezamos con transgénicos, porque la necesidad es la misma. Si producís 1.500 kilos en vez de 8.000, vas a tener que usar más suelo para producir. El monte es más que necesario tener el buffer sanitario y biodiversidad, para proteger el maíz criollo.