El gobierno central chino continúa haciendo grandes esfuerzos para reducir la dependencia de las importaciones de soja, las cuales solamente pueden provenir mayormente de tres naciones, una de las cuales –EE.UU.– mantiene una contienda geopolítica con la nación asiática a escala global.
La oficina del USDA en Pekín proyectó que en 2023/23 la importación de soja por parte de China crecería para ubicarse en 97,5 millones de toneladas versus 96,5 millones en 2022/23 en línea con un aumento de la producción interna de proteínas cárnicas.
La cuestión es que se trata de una cifra que sigue por debajo del máximo de 99,7 millones de toneladas registrado en la campaña 2020/21, mientras que fuentes alternativas de harinas vegetales proteicas, como es el caso de los derivados de colza, maní, girasol y algodón.
El Ministerio de Agricultura de China asegura que el gigante agroindustrial Muyuan Group, dedicado a la producción porcino, logró reducir en los últimos dos años el componente de harina de soja en la ración ofrecida a los cerdos.
De todas maneras, no existe por el momento ninguna otra fuente de harinas proteicas que pueda reemplazar el aporte provisto por la soja, lo que representa un desafío comercial para la nación asiática, dado que, en caso de un recrudecimiento de las tensiones políticas con EE.UU., no existe un proveedor alternativo que pueda suplantar la oferta estadounidense.
Una manera de sortear esa dificultad por parte de China sería habilitando la importación de harina de soja sudamericana, algo que tampoco luce atractivo para el gobierno central chino, dado que prioriza, por una cuestión de generación de empleo, la transformación interna del poroto de soja.
Más allá de la cuestión política, no es sencillo reemplazar componente de dietas en megasistemas de grandes proporciones de producción de carne porcina, aviar y acuícola sin alterar los niveles de productividad, algo que, además del factor económico, atenta con la seguridad alimentaria interna de la segunda nación más poblada del planeta.