Publicar notas sobre mujeres en la semana en que se conmemora el día internacional de la Mujer no hace más que reforzar cierta mirada machista. Es como decir: si todavía hay un día para la mujer eso significa que las diferencias no acabaron. Pero esta conversación con Cecilia Picca brinda algo de esperanzas.
Cecilia es la nueva directora de la Estación Experimental Agropecuaria (EEA) Rama Caída del INTA, ubicada en el departamento mendocino de San Rafael. Recorrió un largo camino para llegar a ese puesto. Pero afirma que “es tiempo de hacer las diferencias a un lado y de generar la oportunidad de complementarnos”.
De perfil bajo, Cecilia es una mujer de riendas tomar y los que la conocen la consideran así también. “Yo creo que existe siempre la persona más idónea para cada rol, y ese rol se lleva a cabo más allá del género; debemos superar el prejuicio del género sexual”, afirma.
El agro fue para Cecilia un terreno gobernado por el género masculino pero ella no cree que esto haya sido así por machismo sino por una distribución de roles que fueron cambiando a lo largo del tiempo. “Por suerte la humanidad evoluciona y lo más inteligente que podemos hacer como mujeres y hombres es sumarnos a esa evolución. Ahora vamos hacia un punto en donde la mejor persona para cada puesto y rol es elegida más allá de su género y me parece que eso marca un crecimiento increíble”, resalta.
-Entonces ¿No es el campo un universo machista?
-No, no lo creo. Lo que sí creo es que por la distribución de roles que se daba en otra época, las tareas más grandes del campo o las más visibles las desarrollaron los hombres. Por fortuna ese modelo evolucionó y las mujeres nos convertimos en el motor de esa evolución. Luego cada uno tiene sus propias diferencias, la fuerza física talvez influya pero con astucia y maña también se pueden vencer dificultades.
El trabajo de las mujeres se está visibilizando cada vez más y creo que hoy más que nunca es tiempo de complementarnos. No venimos a ocupar puestos para sacárselos a ellos sino que queremos los mismos derechos y oportunidades. Es momento de generar una corresponsabilidad familiar porque los hijos son de los dos y del mismo modo las posibilidades en el campo deben ser equilibradas. Sumar y complementarnos en las diferencias para crecer.
-¿Qué te acercó al campo?
-Nací en un pueblo rural, Jovita, en Córdoba, y a ese terreno me acercaron mi papá, mi mamá, mi abuelo y luego la vida misma. Mi papá es contratista rural y como muchas personas de campo es fanático del turismo carretera. En el patio de casa teníamos sembradoras, rastros, arados y tractores. Con esas maquinas jugaba yo cuando era chiquita. Mi papá nació en el campo junto a otros cinco hermanos y creo que esa pasión de vida me la transmitió a mi. Y lo que más valoro es que si a él una temporada de contratista rural le salía bien, se juntaba con algún socio que tuviera tierra e invertía en el campo como tantos otros que, si ganan dinero, lo invierten en sus regiones. Del mismo modo, mi abuelo materno, que falleció hace pocos días, trabajó mucho tiempo en el campo sembrando, trabajando con hacienda y alquilando campos ya que nunca tuvimos campo propio. Siempre lo recuerdo como un gringo colorado, de ojos azules y amplia sonrisa. Testarudo, trabajador y con gran disfrute por la vida. En algunos aspectos me siento un poco como él.
-Eso me da la pauta de que no renegás de tus orígenes…
-Para nada. Algunas veces las cosas le salieron bien a mi familia y otras mal pero mi familia siempre buscó la forma de salir adelante. Con el tiempo mi papá se jubiló; es que ya no pudo seguir trabajando en el tractor porque le salió una hernia de disco y entonces, el taller que tenía preparado para arreglar sus maquinarias pasó a emplearlo para hacer rejas o canastos que van quedando plasmados en distintas casas de nuestro pueblo en Jovita.
-¿Tu mejor recuerdo?
-Cuando mi papá me llevaba sentada arriba de la rastra o el escardillo, algo impensado hoy pero en ese momento era algo bastante normal y fue parte de lo que me hizo amar tanto al campo argentino. Era ver la naturaleza de cerca, cómo los discos surcaban la tierra y dejaban los gusanos blancos a la vista que iban a ser comidos por las gaviotas que volaban detrás nuestro. Así empecé a amar el campo de chiquita. Con mi abuelo salía a recorrer cultivos y estimaba rendimientos; me acuerdo de que él tenía miedo que me fuera mal siendo “mujer” agrónoma.
-¿Qué hay de tu mamá?
-En la década del ´70 mi mamá tuvo la posibilidad, por su tesón, de estudiar una carrera universitaria. Se recibió de profesora en Ciencias Naturales en Río Cuarto y cuando llegó a Jovita fundó una escuela agro técnica junto a varios colegas y amigos: el Instituto Provincial de Enseñanza Media (IPEA) número 13, que hoy todavía continúa desarrollando sus actividades en el pueblo pero con otro nombre. Esa escuela fue su vida y lo que me permitió a mi seguir relacionada a la vida de campo.
Cecilia tiene tres hermanos: María Eugenia, diseñadora gráfica, Diego, ingeniero agrónomo y Eliana que trabaja en el registro civil del pueblo y que también hace trabajos de diseño gráfico. “Ellos son lo máximo para mi y los tres amaron también de pequeños la pasión por el trabajo; creo que eso es algo que caracteriza bastante a nuestra familia”, responde orgullosa Cecilia.
La charla va quedando surcada por la cuestión de género indefectiblemente, porque Cecilia recuerda que luego de hacer la secundaria en la escuela agrotécnica, aparte de todo el trabajo de huerta, apicultura y cría de pollos, también se enseñaba a las mujeres algunas materias que tenían que ver con el hogar rural, como costura y cocina y repostería. “Ojo, esto me vino muy bien y no reniego de eso pero te da la pauta de que había todavía marcadas diferencias de género que probablemente hoy en día no sean las mismas”, manifiesta.
Cuando terminó la secundaria los padres de Cecilia, convencidos de que ella debía estudiar, la mandaron a ella y a sus hermanos a la ciudad de Río Cuarto. “Lo hicieron con un esfuerzo titánico porque la del ´90 fue una época muy difícil para mi familia y eso es algo por los que les estaré eternamente agradecida dado que estudiar una carrera universitaria me abrió puertas impensadas en diferentes partes del mundo”, recuerda.
-¿Creés que es necesario un título universitario para alcanzar lugares como el que alcanzaste vos, de dirigir una Experimental del INTA?
-Si bien estoy de acuerdo con algo que dijo la productora Julia Balzarotti en otra nota de Bichos de Campo que leí, sobre la idea de que un titulo no define sino la voluntad y pasión con la que una haga las cosas, yo siento que un título sí ayuda y ese fue mi caso. Durante la carrera de agronomía que estudie en Río Cuarto tuve la posibilidad de trabajar en un proyecto de investigación en el área de Economía Agraria y eso me fue vinculando con congresos y diferentes seminarios en algunas partes del país, y también me abrió la mente.
-¿Y cómo llegaste al INTA?
-En el último tramo de la carrera me inscribí en una pasantía del INTA central y cuando me avisaron que la había obtenido yo estaba con algunas entrevistas de trabajo en otras partes. Al mismo tiempo que me enteré lo del INTA me confirmaron que había quedado en Compañía Argentina de Granos para trabajar en el pueblo de General Levalle, al sur de Córdoba, muy cerca de mi seno familiar. La pasantía del INTA que me ofrecían quedaba en Capital Federal, por eso fue muy difícil la decisión, pero siguiendo mi corazonada y algunos consejos me fui para el INTA, y allí trabajé desde fines de 2002 hasta el 2006.
Los primeros meses estuve bajo pasantía pero luego se abrió la posibilidad de trabajar bajo contrato. Ese fue mi camino. En esa central trabajé en la coordinación de Vinculación Tecnológica donde hacíamos ensayos con empresas privadas. También ahí conocí un grupo de gente impresionante que me enseñó muchísimo. Ahí me dieron la posibilidad de hacer una maestría en la sede de la Universidad italiana de Bolonia que había en Buenos Aires. Y al finalizar esa maestría me fui a hacer otra pasantía pero de tres meses y en Italia.
-¿Cómo fueron esos meses en Italia? ¿Qué diferencias encontraste con el campo de Argentina?
-En esos meses en Italia recorrí los campos de la zona de la Emilia-Romaña, una zona de características productivas similares a los campos donde trabajo ahora, con frutales de carozo y frutos rojos. Me encantó estudiar los sistemas productivos de allí porque ya contaban con ciertos niveles tecnológicos que acá están llegando recién ahora en forma más masiva. En Italia pude conocer las cosechadoras de vid y de frutales de carozo. Pero con respecto a la Argentina la diferencia fundamental para mi pasa por el nivel adquisitivo para adquirir esa maquinaria, lo que no significa que los productores de acá no conozcan de la existencia de esas tecnologías.
-¿Considerás que a la Argentina agropecuaria le falten políticas públicas para ayudar a desarrollar esas cosas?
-Creo que si. Quiero que las nuevas generaciones vean que el mejor trabajo también puede ser el de productores agropecuarios pero para eso debemos generar mecanismos que valoricen el sentido de producir alimentos. Hay que poner en valor al productor y a los distintos eslabones de la cadena que con su propio esfuerzo generan los alimentos que el mundo necesita.
La sociedad toda debe ser motor de cambio. La política luego será la forma de traducir eso en algo oficial y normativo o reglamentario pero la sociedad en conjunto es la que hará los mayores cambios. En esto el campo es fuente del alimento que consumimos día a día. Si revisás tu alacena o heladera, verás que alguien produjo lo que tenés ahí y ese alguien debe ser reconocido y valorado, y tener las facilidades para producir esos alimentos. Para eso hay que coordinar acciones. El INTA es como una gran política de Estado y debe colaborar con ese productor generador de alimentos.
-¿Cómo es un día de tu vida dentro y fuera del INTA Rama Caída?
-Me levanto a las 6 de la mañana. Unos buenos mates amargos antes de irme al INTA son la energía que necesito para afrontar el día. Como no me alcanzan las 24 horas del día voy priorizando actividades, como todos. Si no tengo reuniones previstas con productores o con empresas con las cuales hacemos ensayos, muchas veces me reúno con la gente del laboratorio para resolver problemas en forma conjunta. En el INTA trabajo de corrido hasta las primeras horas de la tarde.
El INTA Rama Caída es precioso, una antigua estación que era la casa del jefe de estación del ferrocarril. Esa antigua casa de estilo inglés es donde tenemos nuestra administración y la oficina de la dirección que ahora voy a ocupar. Vas llegando y te va recibiendo un callejón de pinos que te conducen hasta allí con un parque amplio y con un estanque, rodeada de los edificios que hacen a los diferentes laboratorios y áreas de nuestra unidad experimental y con algunos módulos y cultivos demostrativos.
-Se nota que no concebís la vida sin el espacio verde. ¿Cómo complementás la labor de laboratorio?
-Desde 2006 que en realidad pongo manos a la pala porque mi trabajo era en el laboratorio de Protección Vegetal de rama Caída. Allí me especialicé en el área de nematología agrícola. Los nematodos son gusanos microscópicos que están en el suelo y muchos de los cuales son plagas importantes de los cultivos; para encontrarlos hay que hacer análisis de suelos. A diario desarrollamos muchos sistemas de muestreos y ensayos en papa, vid, frutales y otros cultivos de la zona, de nematicidas, fertilizantes, fungicidas y productos bioestimulantes, nuevas moléculas que están desarrollando las empresas en base a productos naturales. Paso horas y horas en la lupa y en el microscopio.
Es como una interacción permanente entre trabajo a campo, a laboratorio y trabajo de gestión con las cooperativas vitivinícolas, con empresas del sector, programación de ensayos y definir qué acciones y capacitaciones hacer, y armado de gestión con los municipios, delegaciones y escuelas del distrito donde también hay tanto por hacer.
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-Pero hay un momento para la familia me imagino
-Por supuesto. Cuando llego a casa ahí si pongo todo mi empeño en hacer un trabajo de calidad junto a mi familia, no es la mayor parte de mi tiempo pero sí el de mejor calidad. Mis hijos son lo más importante que tengo y ellos, al ver el trabajo y el esfuerzo que le pongo y la satisfacción personal que me genera van entendiendo que la cultura del trabajo también hace a la felicidad del ser humano. La familia y el trabajo son lo más importante.
Mi marido Aníbal también es ingeniero agrónomo, pero él trabaja en la actividad privada y en un emprendimiento propio, con lo cual tiene más flexibilidad en los horarios. A mi me gusta decir que es mi socio en un 50 y 50 para muchas actividades, y si bien cada uno tiene un proyecto personal propio, porque es algo vital para el desarrollo de cada uno, tratamos de complementar nuestra vida para que ambos podamos desarrollar nuestros sueños. Pienso que esta es la mejor forma de crecer junto a nuestros hijos.
-¿Hay ocio en tu vida? ¿Algo extra aparte de familia y trabajo agronómico?
-¡Claro! Además de hacer yoga con una vecina cerca de casa me encanta pescar. Es un deporte que aprendí de chica en las lagunas del sur de Córdoba, y también me encanta remar en kayak. Eso sí, siempre elijo que mis actividades extra sean cerca de mi casa o que me den la posibilidad de estar cerca de mi familia. Ahora, lo que sí extraño es la familia materna en Jovita, a mis hermanos y sobrinos, pero cuando viajo para allá me concentro totalmente en ellos y en mi grupo de amigos.
-¿Vos elegiste Mendoza para vivir o Mendoza te eligió a vos?
-Con mi marido nos vinimos a vivir a San Rafael en 2006 y elegimos este lugar por su calidad de vida y porque es una ciudad grande con vida de pueblo y con bastantes servicios. Al mismo tiempo, es una ciudad que está rodeada de lugares bellísimos; en menos de 35 kilómetros te podés encontrar con lugares como El Nihuil, Valle Grande, Cañón del Atuel o Los Reyunos.
Vivo en una casa que pudimos hacer gracias al Instituto Provincial de la Vivienda en una zona de fincas bastante cercana a la ciudad de San Rafael. Tenemos un parque grande, una huerta y un pequeño invernadero que mantenemos nosotros mismos porque nos gusta mucho vivir así, en tranquilidad y en medio del verde del oasis regado de Mendoza.