Carlos Kaschewski, luego de muchos años de trabajo y de arrendar con mucho sacrificio, logró comprar su campo en el valle fértil de Gobernador Gregores, en el centro-oeste de la provincia de Santa Cruz. Esa zona de chacras es llamada ‘Isla Fea’, porque se ubica entre dos cauces en los que se abre el Río Chico que baja de la Cordillera.
“Son suelos ‘overos’, buenos, pero con partes pedregosas -explica Carlos-, hacia los ríos, más arenosos, y al centro, con más greda. Pero todo es cultivable. Antiguamente fue zona de forraje, de alfalfa, y ahora no tanto, se hace engorde a corral de vacunos y se crían ovinos. Y lo completan pequeñas producciones hortícolas, dentro de las cuales me incluyo”, dice.
“Le pusimos por nombre ‘Chacra Don Karlos’ porque, si bien mi padre y yo nos llamamos ‘Carlos’, quise unir nuestros nombres de pila con nuestro apellido, que empieza con K”, explica este chacarero de 71 años, de ascendencia polaca. Mayoritariamente, produce ajo, pero además tiene un pequeño invernadero donde hace tomate, morrones y demás. A campo abierto, cultiva papa, zanahoria, remolacha, repollo, arvejas y habas.
“Vengo haciendo chacra desde hace casi 30 años -dice-. Antes hacía 400 bolsas de papa por temporada, 2000 kilos de ajo, 1500 kilos de zanahoria, 1000 kilos de arvejas y habas. Repollo y remolacha, en menor cantidad”.
“Pero fui entrando en años -continúa Carlos- y mis hijos se fueron a estudiar y no regresaron, porque formaron familia en otras partes de la provincia. Entonces ahora me concentro en el ajo, y el año pasado hice 350 bolsas de papa. Para siembra y cosecha contrato mujeres bolivianas, que son muy trabajadoras, responsables, no fuman y sólo usan sus teléfonos móviles para emergencias o escuchar música. Tienen una cultura del trabajo que los argentinos estamos perdiendo. Sus maridos, acá trabajan en la construcción y otros oficios más urbanos. Yo les abro las líneas con el tractor. Ellas siembran, cosechan, clasifican y embolsan, en el caso de las papas y demás. Ahora estoy desgranando el ajo y se lo llevo a la casa de una de ellas, que llena cajones de 10 o 15 kilos y en 3 días me los entrega”.
Además, Carlos y su esposa trabajaron toda su vida. Él, de docente de horticultura en una escuela rural EMER (Expansión y Mejoramiento de la Educación Rural). Y ella, de empleada municipal. Ambos se jubilaron hace 15 años.
Un tiempo antes, cuenta Carlos, cuando tuvieron que enviar a estudiar a sus hijos a otras ciudades, necesitaron aumentar sus ingresos, de modo que con la chacra y sus otros dos trabajos, no les alcanzaba. A su señora, Irma Esther López, siempre le gustó en sus ratos libres cocinar mermeladas caseras con recetas tradicionales para consumo familiar y vendía algunos frascos en Gregores. Porque Carlos siempre destinó algo de tierra a producir algunas frutas, como frambuesa, frutilla, corinto, grosella y ruibarbo.
Resulta que justo una agente del INTA, Astrid Freiheit, impulsó un proyecto de elaboración de dulces para buscar una salida alternativa a las frutas y agregarles valor. Irma se anotó en los talleres, y al cabo de un tiempo se lanzó junto a otras dos personas a elaborar dulces en forma industrial. Pero más adelante aquellas dos personas abandonaron el proyecto y al quedar sólo Irma, decidió continuarlo con la ayuda de Carlos.
Crearon la marca “Konkashken”, que significa “Valle del río”, en lengua Tehuelche, para comercializar los dulces. El proyecto fue creciendo año a año y para sorpresa de Carlos hoy es más rentable que la chacra. Gracias a los dulces se van a poder dar el gusto de comenzar a viajar, porque su vida ha sido tan sacrificada que se deben unos cuantos gustos. Irma maneja las compras y las ventas, pero él explica que no produce todas las frutas que necesitan para elaborar, ni en variedad, ni en cantidad.
Elaboran dulces de calafate, ruibarbo, corinto, grosella, rosa mosqueta -que es silvestre-, frambuesa, damasco, ciruela y guinda –que no es lo mismo que la cereza, sino que es más pequeña y menos dulce, más ácida-. También hacen jalea de calafate, corinto y rosa mosqueta, todos naturales, sin conservantes ni aditivos.
“Tenemos una paila industrial -explica Irma- donde ‘sancochamos’ o precocemos la fruta para ablandarla y así facilitar el despulpado. Con la misma, sacamos entre 80 y 200 frascos de mermelada, según el tamaño de los envases, de 360 y de 210 gramos, y además, de 40 gramos, que van para Calafate, que es nuestro principal mercado. La temporada alta de trabajo en la elaboración de dulces es de diciembre a mayo, luego es más tranquilo, pero seguimos haciendo, porque guardamos frutas en los freezers. No podemos quedarnos sin mercadería, elaboramos entre 15.000 y 20.000 frascos por año. Ayer entregamos 500, con destino a Calafate. También enviamos a Chaltén y a Río Gallegos”.
“Hemos estado varias veces en la feria de Caminos y Sabores -continúa Irma-, lo que nos ha beneficiado muchísimo, porque como tenemos todas las habilitaciones, hasta nos propusieron exportar. Pero no aceptamos porque eso implicaba que modificáramos toda nuestra logística, y ya estamos grandes para semejantes cambios. Hoy nos damos el gusto de rechazar pedidos, porque no damos abasto.”
Carlos comenta que ha cerrado una mina de oro y plata en Gregores y entonces ha quedado como fuente de trabajo, mayoritariamente la administración pública. Mucha gente está emigrando, se venden casas y vehículos. “Nos están faltando fuentes de trabajo y capitales que inviertan acá. Hay mucha tierra para explotar –asegura Carlos-. Yo mismo producía mucho más, pero a medida que mis 4 hijos se fueron yendo, fui bajando la producción, porque además fui entrando en años”.
Carlos no puede dejar de comparar con otros tiempos de nuestro país: “Mi abuelo Ricardo llegó de Polonia a Punta Arenas, Chile, con apenas 14 años. En el barco venían con él unos alemanes que llegaban a hacer cotos de caza y traían liebres, que después terminaron siendo plaga hasta hoy. Mi abuelo hizo de todo, lo que no sabía hacer, lo aprendía. Fue camionero, tuvo un boliche de campo, anduvo en la zona que después se llamó El Chaltén y trabajó junto al reconocido Andreas Madsen, que escribió “Cazando pumas en la Patagonia”. En esa época había muchísimos pumas, que acá llamamos ‘leones’, y había que combatirlos”.
“Compró un campo y se afincó en Tres Lagos. Nació mi papá y ya de grande, se fue a trabajar de Inspector de sarna, para Sanidad Animal (luego Senasa) a Perito Moreno. Trabajaba de a caballo y éstos le encantaban. Allí conoció a mi mamá y se trasladó a Puerto Santa Cruz, donde yo nací e hice la primaria. Después me mandaron a la agrotécnica salesiana de Río Grande, Tierra del Fuego. Me faltó el sexto año para ser Agrónomo Nacional y me vine a hacerlo a Gregores, donde conocí a mi actual esposa”.
“Luego mis hijos estudiaron en la misma Agrotécnica de Gregores, que fue la primera agencia del INTA de la provincia. Todos ellos ya están recibidos y con familia. Uno hace chacra como yo, en Lago Posadas, y además agroturismo y sueña con tener su bodega; otro es veterinario de animales grandes, acá en Gregores; otro, agrimensor en Pico Truncado; y el último es ingeniero civil en Puerto San Julián. Si ninguno continuara con los dulces, tendríamos que vender la marca y nos iríamos a viajar y a disfrutar de los 5 nietos que nos han dado”.