El teléfono vibra y un mensaje aparece en la pantalla: “Está bien, llamame mañana. Pero que sea después de las 10 porque, como buen viejo, duermo hasta tarde y debo tomar unos mates y fumar unos cigarrillos antes de entrar en órbita”. Sonrío y pienso que esa debe haber sido la dieta de varios de los periodistas “de antes”, esos que colmaban redacciones llenas de humo y seguían una historia hasta el minuto antes de tener que enviarla a impresión.
Como parte de la planta juvenil (y quizás ya no tanto) de Bichos de Campo, la tarea de entrevistar a Carlos Correch, uno de los veteranos del periodismo agropecuario, me resultó una de mucha responsabilidad. Aunque él se autodefine como “un periodista más”, su trayectoria profesional como redactor y posterior editor del diario La Nación no refleja lo mismo.
A sus 85 años y con un par de décadas como jubilado en su haber, Correch mantiene su memoria intacta.
“Mi relación con el periodismo no era algo que tenía programado en mi vida. Mi intención era estudiar Geología después de recibirme en el Nacional Buenos Aires”, confesó en conversación con este medio.
Sin embargo, antes de la educación universitaria realizó una parada en Estados Unidos, donde visitó una cabaña ubicada en Texas junto a unos amigos.
“Estuve ahí tres meses, durante los cuales trabajé en una cabaña que hoy es un centro de inseminación muy importante. Mi padre, Pedro Correch, trabajaba por entonces en La Nación. Desde ahí mandé unas cartas que, con algunas correcciones suyas, se publicaron como colaboraciones en el diario”, relató.
Pedrito Correch, como le decían a su padre en el mundo periodístico, era para él un “hombre orquesta”.
“Tocaba todas las materias, era muy apreciado. Hace poco, conversando con Claudio Escribano, me comentó que fue, de hecho, el primer columnista que tuvo La Nación. La primera columna fija que tuvo semanalmente el diario fue Al margen de la semana, y se la asignaron a mi padre, que la tuvo a su cargo hasta su fallecimiento en 1963”, recordó Correch.
Ya de regreso en el país, su interés por las ciencias exactas le duró apenas el primer trimestre de la carrera, situación que lo obligó a buscar un trabajo. “Colgué los hábitos porque para Matemáticas soy un fracaso absoluto”, dijo entre risas.
Fue su madre, Isabel, la que le sugirió probar suerte como su padre e ingresar en La Nación.
“Entré al diario en marzo de 1962. Me asignaron a la redacción general donde hice mis primeros aprendizajes con notas muy cortas. Poco a poco me fui fogueando. Tuve un par de padrinos que eran el prosecretario general, Don Constantino Del Esla, y el entonces jefe de la sección judicial, Víctor Klaimann”, contó.
El vínculo con el sector agropecuario tardó un poco en llegar. Si bien unos meses luego de su ingreso cubrió un reemplazo en el Mercado de Liniers, luego se desempeño como redactor de la sección de Obras y Servicios Públicos del diario, de la que recuerda a Manuel Franco como su “gran maestro” junto a Marcelo Mendieta.
Con la muerte de su padre, que tenía una buena relación con las entidades agropecuarias, el diario consideró que su apellido le seguiría abriendo puertas dentro del sector, al igual que dentro de la Secretaría de Agricultura.
“Me pasaron ahí y empecé a trabajar en la sección Agropecuarias, nombre que tenía en aquel entonces. La realidad es que me recibían muy bien, yo siempre era ‘el hijo de Pedrito Correch’. Mi padre había ciertamente dejado un gran recuerdo. Allí seguí hasta que entre los años 1967 y 1968 apareció una invitación para visitar a Alemania y Gran Bretaña. Era la época en que corría la gran epidemia de fiebre aftosa en el país británico, de la que Argentina había sido acusada de ser responsable”, indicó.
En efecto, en aquel entonces se señalaba que un envío de carne de cordero había sido la causante de un brote de esta enfermedad en el condado de Shropshire, que luego se diseminó por el territorio. Según Correch, el investigado era el frigorífico SUPBGA, de Rodolfo Constantini.
“Llegué y tenía un intérprete oficial. Una de las visitas fue precisamente al Instituto Pirbright, que hoy es el centro de referencia de zoonosis de Gran Bretaña. Con ellos fuimos al establecimiento propiedad de un señor de apellido Ellis con quien conversamos. Él me dijo que tenía un carnicero que le daba carne y huesos de cordero a su perro y que por eso había ingresado el virus al campo y había contaminado a sus animales”, señaló.
“Cuando termina la entrevista, me pregunta si yo quería hablar con el carnicero y le dije que sí, que por supuesto. Vamos a verlo y el carnicero me dice que él directamente no vendía carne argentina, porque sus clientes preferían la proveniente de Escocia e Irlanda. Por otra parte, me aclara que la carne de cordero venía envasada al vacío y sin identificación, por lo que no se podía saber con seguridad el origen. Quedaba de manifiesto la mentira del señor Ellis, que había sido el argumento fundamental para inculpar a nuestras carnes y cerrarnos el mercado”, afirmó Correch a continuación.
Lleno de información, el joven periodista contactó rápidamente al embajador Eduardo Mc Loughlin, durante su paso por Londres, quién le aseguró que enviaría todo a Cancillería.
“Otros países nos cerraron también sus mercados a raíz de la decisión británica, con lo cual habíamos quedado muy mal parados en el mundo. Cuando publicamos esto, hubo una gran bataola. Casi en paralelo, los británicos levantaron la interdicción a nuestras carnes pero sujeto a nuevas condiciones de importación. Ya no se podían mandar medias reses y había una cantidad de exigencias más que se tuvieron que cumplir, que llevaron a la posterior modernización del comercio interno nuestro de carnes vacunas”, sostuvo el periodista.
-De alguna forma, esta investigación que condujo a partir de su viaje a Reino Unido fue lo que determinó que se exculpara a la Argentina de esta situación en la que se vio envuelta.
-Dio por sobre tierra todas las investigaciones que habían hecho ellos tratando de culparnos a nosotros. Se estudiaban también las migraciones de aves, pero se negaba que pudiera haber sido la causa. A mí me da la impresión de que todo fue una cuestión armada como para sacarnos o disminuirnos un poco el mercado, porque ya en esos años se estaba analizando en Gran Bretaña la posibilidad de ingresar en el mercado común europeo, cosa que sucedió tiempo después. Esa es una suposición mía, no la puedo probar. Pero las cosas se fueron dando con el tiempo así.
-Podría decirse que si usted no hubiese acudido al carnicero, nada de esto hubiera llegado a la luz.
-No sé qué hubiese pasado pero por lo menos, por un tiempo más, hubiésemos quedado como responsables de la introducción de la aftosa, de una epidemia que fue la mayor en importancia económica hasta ese año. Se sacrificaron miles de cabezas de ganado, hubo pérdidas importantes.
-¿Qué significó para usted en lo profesional ese primer viaje? ¿Se le abrieron las puertas dentro del rubro?
-Lo que hizo ese viaje fue darme un nombre propio. Dejé de ser el hijo de Pedrito Correch, que era el hombre más respetado en el sector agropecuario dentro del periodismo, para pasar a ser yo, un periodista totalmente independiente de mi padre. Y ya ahí sí se me empezaron a abrir muchas más puertas, además de que llegó el respeto hacia mi persona directamente.
Tiempo después el periodista se convirtió en el jefe de la sección Agropecuarias, en la que estuvo durante más de 15 años hasta su partida del diario. Allí fue parte importante de una reforma que significó un antes y un después la sección Campo de La Nación.
“Cuando yo fui jefe nació la ‘Página del Campo’ en el suplemento de los sábados, cuyo nombre antes era ‘Campo, Ciencia y Producción’. Fue por una iniciativa de Constantino Del Esla que fue un éxito. Él lo diseñó y le sumó notas técnicas y algunas comerciales. Con el tiempo, Claudio Escribano me dijo que yo debía proyectar una readecuación de esa página. Empecé a consultar con Aacrea y con otras entidades para ver qué le falta a la sección. Tuve mucho apoyo de ellos y de Carlos Marín Moreno. Una cosa que sumamos fueron gráficos. Inclusive algunas empresas proveedoras de insumos mandaban el suplemento a sus casas matrices por la información que se daba”, recordó.
-¿Cuál era la diferencia con “Campo, Ciencia y Producción”?
-Antes la información, quizás, se publicaba en la sección comercial del diario. Dependía de la importancia de la información, por ahí tenía ribetes políticos y salía a lo mejor en la primera página abriendo el diario.
-¿Cree que el hecho de haber tenido su propio suplemento le permitió al periodismo especializado en agro tener su propio nicho?
-Sí, obviamente. Allí el lector se encontraba ciento por ciento con campo. No había notas técnicas entonces, o muy pocas. A partir del suplemento empezaron a entrar muchas cosas que antes no se usaban y se recurría además a colaboradores, investigaciones propias, se mandaba gente al campo, o a estaciones del INTA, a ver qué estaban haciendo. Lo que hacen ustedes hoy.
-Se le pudo hablar directamente al productor.
-Sí, con ese suplemento llegamos directamente al productor. Al poco tiempo se incorporó en Clarín también. Fue el segundo medio que lanzó un suplemento especializado. Después la propia dinámica del sector fue introduciendo cambios y nuevos temas.
-Aún con este éxito es cierto también que para muchos periodistas la sección agropecuaria en distintos medios era algo que“nadie quería agarrar”. ¿Usted siente que era un tema que costaba que sea atractivo para otros colegas?
-Para muchos periodistas su principal ambición era el deporte, sobre todo el fútbol, o la política. El campo era algo que no era conocido aquí. Se hablaba del campo cuando la gente iba a comer un choripan a la Exposición Rural, a mirar los animales, pero después se borraba por completo hasta la próxima exposición. El campo era el más importante proveedor de divisas pero nadie lo sabía, ni importaba. La plata llegaba de algún lugar, que era precisamente el campo, pero no generaba entusiasmo más allá de los productores. Y los productores, por otra parte, en la época en que comencé yo, eran también de las viejas tecnologías. No existía la ingeniería genética, no existían los agroquímicos, la agricultura todavía se hacía en algunos lugares con arado de reja y caballos. El tractor, la cosechadora, se habían inventado hacía muchos años, pero había campos que todavía seguían con las viejas tradiciones.
A continuación, reconoció: “Pero aún así en Agropecuarias se formó mucha gente. Generalmente, después de que los ingresantes trabajaran en el área de comunicaciones, recibieron información de los corresponsables, me los mandaban a mí. Me decían la sección escuelita. El propio Fernán Saguier pasó por la sección Agropecuarias, al igual que Carlos Roberts, Claudio Jacquelin y muchos otros. Adquirían experiencia a través de la información del campo”.
-Debe haber sido difícil que esos nuevos periodistas se interesara en el campo, se entusiasmaran por él, sin que se lo conozca.
-Claro, pero finalmente terminaban interesándose en el tema. No todos, claro, pero aprendían y pasaban a considerarlo como un tema importante dentro de la vida nacional. Antes era una cosa que estaba muy lejos de nosotros, algo que ocurría en el interior, pero no sabíamos bien cómo.
-En su página de Linkedin, me llamó la atención que destaca tres momentos de su trayectoria profesional. Una es que impulsó la formación de grupos de productores para concentrar la compra de insumos y mejorar sus precios. ¿Eso cómo fue?
-Con la convertibilidad, o poco antes de ella, los precios de los insumos se iban cada vez más arriba y los precios de los productores solían quedarse. Entonces yo promovía, a través de las notas que publicaba, la formación de asociaciones o pequeñas cooperativas de productores que unificasen sus producciones para hacer volumen y tener mejor opción de precios al vender, precisamente por ser un volumen más importante. Y lo mismo con la compra de insumos. En vez de comprar un bidón de Roundup, comprar diez. Ahí podés discutir con el proveedor el precio y conseguir que te lo abarate un poco.
-También se refirió a su influencia en la promoción de las opciones de granos.
-Promoví una cosa que se conocía poco en la época, los puts y calls de granos que aparecieron en ese momento. Tuve como maestro al analista Ricardo Baccarin, que me explicaba porque nadie entendía, era difícil asimilar el concepto. Me decía que era como un seguro de un auto. Vos pagabas una prima y te asegurabas un precio, ya sea de compra o de venta. Ya después tuve contacto con otros asesores como el propio Enrique Erize.
-El tercer momento que destaca es su acción en la lucha contra la evasión del sector cárnico. ¿De qué forma participó en eso?
-En aquel entonces se consideraba, al igual que ahora, a Alberto Samid como un gran evasor. Si bien había alguna información previa que lo señalaba como tal, en general provenía de pequeños medios locales, por lo que me puse de lleno a investigar eso. Él aspiraba a ser presidente de la Junta Nacional de Carnes, pero como no le daban un puesto puso a alguien a quien pudiese controlar. Los ganaderos no lo querían en la junta por esa presunta vinculación con la evasión. Al poco tiempo de ese comentario mío, Cavallo; el ministro de Justicia, Elías Jassán, y el secretario de Agricultura, Felipe Solá, lo denunciaron por una evasión de más de 80 millones de dólares en aquel momento. Después también investigué maniobras en otros frigoríficos como Redal.
-¿Qué fue lo que más le gustó hacer dentro de esta trayectoria profesional que tuvo?
-Buscar todo lo que pudiera, sobre todo proponer cosas nuevas y difundir proyectos individuales. Había gente que te mandaba cómo había hecho para montar un motor y de pronto con eso regar su campito de maíz, sus cien hectáreas, o cómo extraer agua con métodos sencillos, sin tener que recurrir a los grandes pozos. Luego está también la satisfacción de recibir el reconocimiento de la gente, el agradecimiento por muchas de las cosas que se hicieron en ese momento. Me sorprendió la distinción que me dio el Senado de la Nación allá por el 2005, que ni me lo esperaba. Yo muchas ganas no tenía, pero bueno. Junto con Carlos Dozo, que era periodista radial, terminamos recibiendo esa distinción
¿Está satisfecho con todo lo que hizo como periodista?
-Sí, muy satisfecho.
-¿Y cómo le gustaría que se lo recuerden, en función de justamente su profesión?
-Qué se yo, fui un periodista más. Tuve algunos aciertos, también algunos fracasos. Por ejemplo, en los últimos años en que estuve en el diario quisieron incluir la sección “Rincón Gaucho”. Lo propuso Fernando Sánchez Zinny, un excelentísimo periodista. Y cuando me consultan, me pareció que era una buena idea pero que no era para la Página del Campo, porque la página del campo era técnica, comercial, de política agropecuaria, pero no de historia. Eso quedaba en el suplemento literario o en la revista. Finalmente lo tuve que sumar, porque era un momento de declinación de publicidad. Me restaba espacio para lo específico pero lo tuve que aceptar. Reconozco que con el tiempo fue un éxito, porque tiene muchos lectores, no solo del sector sino extra sector que va a buscar lo que fue la tradición campestre argentina. Así que un aplauso para mi amigo Sánchez Zinny. Y yo me equivoqué, ahí me equivoqué.
-Si le digo que piense en el periodismo agropecuario de hoy, ¿cómo lo describiría?
-Creo que está muy comercializado. Me parece que hay mucho direccionamiento hacia cuestiones que interesan más a las empresas que tal vez al productor en sí.