Aunque hay pruebas a campo que demuestran que las nuevas variedades de soja que las compañías semilleras lanzan al mercado “rinden más”, los productores no las compran y prefieren seguir usando variedades más viejas, ya que eso representa un ahorro de sus costos. Por eso solamente el 18% de la semilla de soja utilizada es “certificada” y paga regalías a sus desarrolladores.
Los datos, que se repiten año tras año, fueron actualizados el jueves en el seminario de Acsoja, la cadena de la soja. Allí la Asociación ProSoja presentó un estudio que refleja la caída en la superficie sembrada con soja en las últimas campañas (salvo en esta 2022/23, donde hubo un pequeño repunte) y también en la productividad promedio. Todos coinciden en que este fenómeno no está solo vinculado a la fuerte presión impositiva sobre el cultivo, que tributa 33% de retenciones, sino también a la falta de adopción de nuevas tecnologías.
En este sentido, tras el ascenso de Sergio Massa al ministerio de Economía, la degradación de la cartera de Agricultura, y el reemplazo de Julián Domínguez por Juan José Bahillo, parece haber quedado escondido en el cajón de los recuerdos el proyecto para aplicar el “uso propio oneroso” que el gobierno planeaba aplicar desde la próxima cosecha como modo de remediar la baja utilización de la semilla fiscalizada y recompensar a quienes incorporen nuevas variedades de soja. El Ejecutivo planeaba comenzar a cobrar un porcentaje de 0,5% de los granos de soja que ingresaban al circuito comercial, para crear un fondo específico.
Pero todo quedó en la nada en menos de lo que canta un gallo. El autor de esa iniciativa, el ex titular del INASE Obdulio San Martín, se alejó del puesto y nadie volvió a hablar del asunto, pese a que funcionarios y empresarios ya venían manteniendo reuniones.
En este contexto ayer en Acsoja se repitió el dato de que solo 1 de cada 5 semillas se venden certificadas y pagan derechos a sus obtentores. El resto es o bien “uso propio” (una figura permitida en la ley) o bien “bolsa blanca”, que es la semilla que se vende ilegalmente.
Como sea, todos saben que la Argentina va por el camino equivocado. El ingeniero agrónomo del INTA, Diego Santos, advirtió que actualmente en el cultivo de soja se da “la paradoja de que el mejoramiento genético aporta al mayor rendimiento, pero no se refleja en el campo”. A su lado en el panel estuvo Rodolfo Rossi, uno de los grandes mejoradores que tiene el país.
El especialista del INTA y de ProSoja resaltó que solo el 18% de la soja fue plantada con semillas fiscalizadas; y remarcó además que “se siembran variedades de 7 años de antigüedad promedio”.
Santos integra la asociación ProSoja, que reúne a fitomejoradores de Soja de todo el país, y describió la brecha de rendimientos en la soja, es decir, la diferencia entre los rendimientos logrados y los que serían los potenciales. El especialista planteó la preocupación por este contexto de menor superficie ocupada con la oleaginosa y la pérdida paralela de los rindes promedio a nivel país, debido también al incremento de la superficie de trigo-soja de segunda.
Santos corroboró la afirmación con estudios de la Universidad Nacional de Rosario, de la Universidad Estadual de Paraná (Brasil) y de la propia ProSoja. En los dos primeros coincidieron en ganancias de rendimiento de 45 kilos por hectárea y por año, a pesar de los ambientes contrastantes, gracias a las nuevas tecnologías en semillas.
En el caso de la Red de ProSoja obtuvieron ganancias genéticas de rendimiento desde 1980 hasta 2015 en Argentina en los grupos de madurez 3, 4, 6 y 8; pero “no significativas” en los grupos 5 y 7, adonde una variedad de grupo V antigua mantuvo niveles muy competitivos en rinde.
“Al ponderar esas ganancias por la proporción de superficie sembrada de cada grupo de madurez, se obtuvo una ganancia genética que corresponde al 78,7% del promedio nacional entre 1985 y 2015”, apuntó con la aclaración de que los resultados fueron muy dispares según las regiones.
El ingeniero agrónomo resumió que estos estudios confirman que “la variedad no es un insumo más” a la hora de definir el rendimiento de la soja, ya que es la que “marca el potencial de cultivo al que se puede aspirar y agrega mecanismos de defensa contra los agentes reductores”.
Apenas cinco variedades cubrieron casi el 34% de la superficie argentina de soja en 2021/22
“Todo este análisis cae en saco roto si las variedades modernas y la semilla certificada no crecen en el campo argentino. Es decir, si no se adoptan los materiales más nuevos y se los acompaña con la agronomía adecuada, los rendimientos unitarios no van a crecer”, advirtió.
En otro orden remarco la brecha que se está produciendo por la no incorporación de nuevos eventos biotecnológicos que ya se están utilizando en otros países.
El especialista lanzó tres propuestas para superar este escollo: darle un marco legal para aumentar el uso de semillas fiscalizadas, adoptar la genética moderna existente, y acompañarla con aquellas prácticas de manejo que se recomiendan para achicar la brecha.