En el INTA Rafaela un grupo de investigadores viene trabajando desde hace varios años en el análisis de indicadores de la ganadería, para comprender qué efecto tiene esta actividad sobre el ambiente y de qué forma volverla una actividad más sustentable. A través de la sistematización de varios datos obtenidos de sus estudios experimentales, trabajan en conjunto con las autoridades de Ambiente y productores particulares para mejorar los sistemas actuales.
¿Cuáles son estos indicadores ambientales que se analizan? Uno de ellos es el balance de nitrógeno y fósforo, que puede ser estudiado desde la conformación de las dietas y las excreciones. Se trata de uno de los indicadores más antiguos, que incluso en varios países de Europa debe ser medido por los productores en forma obligatoria todos los años. Ambos elementos están presentes de forma natural en el ambiente, pero también pueden ser entregados de manera suplementaria como fertilizantes.
“El fósforo es un nutriente que está en las plantas pero que también se entrega como fertilizante. No llega al agua de las napas pero sí al agua superficial, con lo cual se puede tener una problemática en los cursos de agua. Depende del manejo que uno haga de las excretas de los animales es como se está manejando el fosforo”, explicó a Bichos de Campo María Paz Tieri, agrónoma y doctora en Ciencia Animal de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires en el INTA Rafaela.
“El nitrógeno, en cambio, es un elemento que sí llega a las napas, y que si tenés una alta concentración en la superficie y llueve, termina generando un problema de nitratos en agua”, agregó la especialista.
Allí reside la importancia en la dieta. Si la pastura es una con mucha presencia de fósforo y nitrógeno, el animal eliminará gran parte de eso en la bosta y en la orina –nitrógeno en bosta y orina y fósforo principalmente en bosta- para evitar una intoxicación, consumiendo así más agua y regresando estos elementos al sistema mediante las excretas.
Eso da lugar a un doble movimiento. Por un lado la bosta emite gases, en tanto los microorganismos naturales procesan ese nitrógeno y lo transforman en óxido nitroso, que es otro gas de efecto invernadero, pero por otro lado también genera una fertilización natural.
“Si manejás bien las excretas en un sistema pastoril, estás fertilizando naturalmente con la bosta y la orina de los animales, y además estás incorporando materia orgánica. Si bien emite tiene también su parte buena. Con este tema del secuestro del carbono, donde la idea es incorporar en el suelo materia orgánica, las excretas son parte del proceso de secuestro de carbono. Y después tenés la fijación biológica de nitrógeno usando especies como la vicia, la alfalfa, la soja, entre otras”, indicó Tieri.
En promedio, una vaca lechera puede consumir entre 20 y 25 kilos de materia seca (en pasto pueden ser 100 kilos si se tiene en cuenta el porcentaje de agua). De lo excretado por animal, solo el 15% o 16% es materia seca, lo que en general representa seis kilos de materia por vaca. El volumen de orina depende de la cantidad de agua consumida.
En relación con el manejo de las excretas, de la mano de las emisiones de óxido nitroso entra en escena otro de los indicadores a estudiar: el metano, específicamente el metano entérico.
“El metano es uno de los gases de efecto invernadero de mayor importancia en la ganadería. El entérico es el que viene por el rumen a través del eructo. Siempre se dice que es se emite por los gases pero es una parte mínimo, sólo un 5%. El metano del eructo es el de mayor porcentaje e importancia, y por eso se trabaja mucho con las dietas para ver qué pasa en ese rumen”, aseguró la agrónoma.
De esta forma, la bosta emitirá metano y óxido nitroso según la dieta, y su impacto también estará atado a la forma en que se traten dichas excreciones. Por eso desde el INTA insisten en distinguir las emisiones de la bosta que permanece en el campo a cielo abierto, de aquella que se tapa o que se envía a un biodigestor.
“Todo eso emite distinto. Hoy se sabe a nivel internacional que cuánto más fibra tenga una dieta seguramente emita más metano. Con el nitrógeno (utilizado como fertilizante de las pasturas) es más complicado. Por ejemplo, con distintos niveles de proteína no varío la emisión de metano. Eso es bueno porque pudimos bajar la excreción de nitrógeno y no aumentar la emisión de metano. Lo que buscamos es mejorar indicadores sin disparar otros, que es lo que suele pasar a nivel ambiental”, afirmó Tieri.
Otro indicador a estudiar está vinculado con el consumo de agua en la producción. Puede ser calculada en base a dos metodologías distintas. Una es la famosa “huella hídrica”, que tiene en cuenta el agua de la lluvia, el agua extraída y el agua azul, que es la cantidad de agua que se necesita para llevar a un contaminante a un nivel que no contamine. Esta modalidad fue muy cuestionada ya que frente a una importante lluvia, el resultado indicaba un impacto mayor del real. La otra opción es calcular la huella del agua, que tiene en cuenta solo el agua extraída por una actividad.
“Ambas tienen que ir siempre de la mano con la parte productiva y física. Hoy en día los acompañamos también de la parte social y económica para incluir todas las patas de la sustentabilidad”, remarcó la agrónoma.
Dado que una vaca puede llegar a consumir 150 litros de agua en verano –en invierno está entre 100 y 110-, los investigadores se encuentran estudiando formas de reciclar y cosechar agua, recolectando por ejemplo el agua de lluvia o instalando bebederos móviles para evitar contaminar cursos de agua, y permitir una distribución más pareja de las excretas en el campo.
“Hay muchas estrategias que se pueden implementar para reducir el impacto que no tienen que ver con reducir cabezas. Si un establecimiento tiene los números ordenados generalmente tenés la información para trabajar. Necesitas saber cuántas vacas tenés, qué comen, los alimentos y los fertilizantes que compras. Creo que este pedido de estudio vendrá de parte de las mismas industrias”, concluyó Tieri.