Los desbarajustes generados por el conflicto ruso-ucraniano potenciaron a escala global muchos fenómenos que se venían registrando de manera incipiente para instalar nuevos problemas críticos.
Entre los muchos efectos perniciosos del conflicto bélico se encuentra la escasez de gasoil o diésel, algo que, en muchas naciones, aún es percibido como un desajuste coyuntural que puede ser subsanado con más producción o más importaciones del combustible. Pero la realidad de lo que sucede es bastante más amarga.
El investigador español español Antonio Turiel Martínez, autor del libro Petrocalipsis (2020), viene advirtiendo hace tiempo que la escasez de gasoil iba a llegar en algún momento para quedarse.
Eso porque la producción mundial de petróleo de mayor calidad, necesario para elaborar gasoil, llegó a su máximo entre 2005 y 2006 y muchos de los nuevos hidrocarburos líquidos que se vienen introduciendo en los últimos años –como el presente en los yacimientos patagónicos de Vaca Muerta– sirven para producir nafta, pero no gasoil.
Por ese motivo –explica Turiel Martínez–, en 2015 se produjo el “pico mundial” de producción de gasoil y, tras unos años de estancamiento, la oferta del combustible viene cayendo con fuerza en los últimos años.
Esa escasez mundial de gasoil comenzó a provocar primero un encarecimiento de los fletes marítimos, pero luego el problema se traslado al transporte terrestre, donde somos testigos en muchas naciones de situaciones de desabastecimiento y precios impensados del combustible apenas un año atrás.
La manera adecuada de encarar el problema es entender que se trata de un fenómeno de carácter estructural y, como tal, no puede resolverse en “parches”, sino con una política enegética sólida y profesional. El colapso energético ocurrido en Sri Lanka debería bastar como caso ejemplificador de los peligros de tomar el problema a la ligera.
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Aquellas naciones que cuentan con amplia disponibilidad de aceites vegetales y una gran capacidad de producción de biodiésel disponen de una ventaja competitiva gigantesca en la actual coyuntura, la cual, obviamente, requiere de políticas adecuadas para llegar a instrumentarse.
No existe –como explica el consultor energético argentino Eduardo Barreiro– ninguna limitación para usar biodiésel con los motores presentes en los tractores y cosechadoras actuales, así como tampoco en los camiones. Es más: con el biodiésel los motores trabajan incluso mejor.
Por lo tanto, la región del Mercosur puede considerarse como “bendecida” en ese sentido, porque, además de contar con grandes reservas de commodities agroindustriales, puede generar cantidad suficiente de activos bioenergéticos para evitar sobresaltos innecesarios en el funcionamiento de la actividad económica, los cuales no son causados por falta de recursos, sino por decisiones o indecisiones de gobiernos ineptos.
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